Seguro que a más de uno de vosotros (si no a todos) os ha pasado que, tras despertaros, recordáis vívidamente un sueño. Ya despiertos, os habéis recreado en él, tratando de que se os fijara en la memoria con la intención de contarlo al primer incauto que se os cruce. Ya sabéis, la típica frase de “esta noche he tenido un sueñoooo, ¡uuuff!”. Una vez el incauto ha picado el anzuelo, procedemos a contarle nuestra experiencia. Pero... ¿qué ocurre? ¡Vaya! Nuestro interlocutor no parece emocionarse demasiado... ¡pero si es una pasada de sueño! ¡Yo todavía estoy flipando!
¿Por qué sucede esto? Una primera explicación es obvia: muchos sueños no siguen una lógica como en nuestros relatos cotidianos: se suceden saltos continuos en el espacio, el tiempo, cambios en los personajes, etc., lo que dificulta enormemente que podamos narrarlos con coherencia.
Pero hay otra que es la que me interesa: y es que nos emocionan nuestros sueños no ya sólo porque aparezcan imágenes extrañas, sino porque recordamos haberlas vivido. Y es esta sensación de haberlo vivido, de que forma parte de una experiencia nuestra, la que nos embarga tanto, la que nos hace “flipar”.
Y cuento esto porque, para mí, está íntimamente relacionado con el hecho de narrar. Para mí, un buen escritor es aquel que domina lo que yo llamo la Lógica del Sueño: es ese autor que es capaz de introducirnos en su historia transmitiéndonos la sensación de vívido y de vivido, al igual que si nosotros fuéramos capaces de contar nuestro sueño y transmitir todas las sensaciones.
Para poner un ejemplo, acudo a Saramago, uno de mis autores favoritos. Y de él, su novela ‘Ensayo sobre la ceguera’, una historia en la que todos los habitantes del país son afectados, cual virus altamente contagioso, por una ceguera blanca, de forma repentina y cruel. Cualquier otro novelista, a partir de este argumento, hubiera elaborado una compleja trama explicando de dónde provenía esa ceguera, qué fue lo que la provocaba, ya sabéis, un complot del gobierno, de la CIA, de los extraterrestres, de los fabricantes de helados de coco, ¡qué sé yo...! Pues bien, Saramago no. Es más, ni se molesta en explicarnos qué fue lo que provocó la ceguera ni cual es su cura. Simplemente es una excusa perfecta para introducirnos en una pesadilla y reflexionar en forma de novela sobre la condición humana. Es decir, Saramago nos explica su sueño.
Y esto es lo que me entusiasma: que un narrador sea capaz de atraparnos con sus letras y llevarnos hasta su mundo. Y que nos dé igual si ese mundo responde a una lógica racional o no, si el argumento es creíble o no, incluso si nosotros lo hubiéramos escrito igual o no. Todo eso es relativamente secundario, porque lo que realmente importa es esa sensación de habernos transportado, de dejarnos ensimismados como cuando vemos un buen truco de magia realizado por un buen mago: sabemos que hay truco, sabemos que es mentira, pero ¿qué más da? Nos ha contado su historia, y ha merecido la pena.
Otra cosa fundamental: es cierto que el argumento no tiene por qué ser lógico, racional, en el sentido de que pudiera haber pasado en la vida real, pero sí que tiene tener algo, y es coherencia interna, una lógica propia.
Sí, claro, habéis acertado.
Es la Lógica del Sueño.
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