A media mañana, mientras trabajan las manos, converso como Machado, con el hombre que siempre va conmigo, que en mi caso ha salido tan puñetero que le encanta jugar a ponerme a prueba. ¿Qué te crees que ha hecho?. Va y me pregunta: ¿qué quieres de Ángela?. Soy poderoso y puedo conseguirte lo que quieras de ella –continuo- más de todos esos golosos deseos tuyos, solo uno. Y se reía el puñetero.
He elegido. Ya que solo cuento con los dioses para asegurar un deseo, elijo “que me hables”. De lo demás, de que tus labios, aun con 100 años, con la menopausia doblada, continúen húmedos por mi culpa. Y que tu corazón, me reconozca como el refugio para curar las heridas, ya me encargo yo. Que me quieras ya no depende de mi, eso son regalos. Algunos deseos, escapan a nuestra voluntad, por muy supermana que sea. Al amanecer miro debajo de la almohada, a ver si hay regalo. Lo habitual es que me tenga que conformar con un nuevo día y mi propia fuerza, que me impide ser quejíque y con eso, perderme el disfrutar los muchos bienes que ya tenía.
Así, voy tirando, contento.
Estas conversaciones con el puñetero ¿son cómo sueños despiertos?. De la ciencia de los sueños, no conozco más que lo que puede aprenderse en los mass media, me temo, escarmentado por la experiencia, que eso sea peor que nada. Cuento contigo para ilustrarme en el tema, pues me empieza a interesar bastante.
Y con este respiro que me tomo al mediodía, hasta otra compañera.
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