“Esa no es tu casa,
ese ya no es tu lugar,
huye conmigo abandona a los demás”,
Babasónicos.
Cuando se siente sola, cuando el vértigo se le sube a la cabeza, la tristeza se establece, hace casa en sus sentidos y va convirtiéndose en una lenta melodía que comienza a estrangularla. Se entrega a la promiscuidad: le da por tener sexo. Escaparse a las tres de la mañana. Pero, ¿de quién escaparse si vive sola?, ¿para qué el escape? ¿Para qué tener sexo?
Siente su necesidad - el vacío se agiganta entre sus piernas - un cosquilleo reincidente y molesto. La severidad retumba por el cuarto como un eco que nace en la conciencia La maldita conciencia que le patea y se burla de ella. De sus restos de moralidad que se le van pudriendo. En esos ataques de madrugada busca ahogar su pena en sangre, fumársela con cigarrillos, aunque al final se conforma con volverse un espectro radiante. La reminiscencia de un sueño que quiso ser mujer. Volver atrás: una mujer apaga las luces de su rostro y se pertrecha en la nada. Nace con un nuevo nombre, es la nada, y atraviesa lóbrega la avenida que apenas se ilumina cuando salta una chispa de su encendedor.
Se inicia una lucha entre el bien y el mal que le sube del abdomen a los pechos que apenas responden pues son muy pequeños. Roe sus entrañas la maldita conciencia las campanadas de la locura. El mal vence al final. Si uno lo piensa, el mal siempre vence al final, y la verdad es un farolito patético que no conduce a ninguna parte.
Es cuando en pleno arrebato cruza mi ventana como una tentación “sale en busca de sexo”.
El rumor de mis niños me advierte primero, el aliento de mi mujer me ata los pies. Camina balanceándose como una moribunda y yo quisiera terminar el trabajo. Ponerle fin a su acto de espanto. Acuchillarla para saber lo que sangra, si sangra, si es capaz de llorar. Su rostro imperfecto se parece a una red de seda que se desprende del viento y flota como un alma castigada esperando que una noche como ésta me anime a confrontarla.
Mira con frialdad. Tiembla el hombre que piensa matarla. La cordura se rompe. El amor y el odio son pulsaciones en las que no se debe fiar. Porque con cada beso – como un gorgoteo – y cada hora – las últimas de esta vida - el viento vence al fuego y erosiona a la misma eternidad.
- Nos esparciremos hasta perdernos…
- Tú si conoces la melodía prohibida.
- ¿Lloras?
- No.
- ¿me amas?
- … Eso nunca te importó.
- Huye conmigo…
- ¿Estás seguro de conocer a la mujer que quieres llevarte?
- …
Sopla el viento del norte. Termina la madrugada. Los niños se levantan llueve como una maldición. El hombre que va a matarla baja la guardia. Ella se acerca y toca mi rostro ella quiere morir a la vez que toco el suyo. ¿La amo? Se aleja. Gira y abre los brazos para recibir las primeras gotas de lluvia, por un instante, su rostro parece haberse encendido otra vez. Huir ya no tiene sentido, por fin lo comprendo, la consume el dolor, pero no es por mi. Nunca estuve tan abatido, triste y solo.
- No podría ser tu amigo – le digo – y el disparo apenas despierta a unos cuantos vecinos.
¿Para qué escapar?
¿Para qué tener sexo?
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