Confieso que mi semblante sollozante no es ninguna pista inconexa, suelo ser un ser muy conmocionado. Y encuentro en casi todo lo que me rodea su justificación: De los más profundos suspiros, el poema que nunca me declamaron. De mis estados mas paroxísticos, el ejercicio del relato que hubiese jurado ser autor. De las canciones que hablan de mí, las que acompasan mi más recóndita emoción. De mis estimadas películas, las que insisten con mi tragedia. De las fotografías del ayer, las que cuentan alegrías insospechadas. Del rotundo canto de las aves, el de los pequeños pájaros que alcanzo a oír. De la inquietante dulzura de los animales, la que me regala mi perro a cambio de nada. Del angustiante destino de las mascotas, el de mi frágil gato que me cree Dios. Del recuerdo de un hogar, el de la casa a la que siempre regreso. De las noches mas misteriosas, las que me envuelven con mayor enigma. De las más bellas lunas que hablan de amor, aquella que me recuerda a mí.
Y otra veces mi cumpleaños, el día de la madre, el del padre, Navidad entre otras fechas. Para un alma como la mía nada pasa desapercibido, desde una contundente escena, hasta el triste vuelo de la hojarasca que imagino pide auxilio.
También funciona las palabras, como las de mi descarriado hermano, o la de mi fría madre.
Y otras veces el silencio; mi padre; el hombre en el que pienso.
Otras veces no lloro de emoción sino de rabia: De todas mis derrotas, la que me parece más injusta. De todos mis errores el que repito siempre. De todos mis amores al que más inútilmente me aferro. Y en general todo lo que esta en contra de mi, empezando por mi misma ( a veces suelo ser mi peor enemiga)
Fuera de esta orbita mis momentos alcanzan casi como fantasía la serenidad, una suerte de calma que siempre encuentro insólita.