Cuando pregunté por el Rondi, ella puso cara de “no me acuerdo”. Dije: ¿cómo es posible que no te acuerdes de él, si te llevaba a todas partes, incluyendo a tu marido? “Ah el Rondi”, reaccionaste. “Pues no sé nada de él”. Allí sí te dí la razón, pues a mí me pasa lo mismo, soy tan desmemoriado que algunas cosas se han ido de mi cabeza. Pero no puedo pensar que a ti se te haya olvidado: tenía alrededor de treinta años, ágil, juvenil con sus rizos dorados que le caían sobre la frente. Alto, esbelto. con una manera de caminar felina y al cruzar la pierna, dejaba que el pie se balaceara como si tuviese resorte. Era típico de él, como lo tuyo, que antes de que el pie dejara de moverse, revoloteabas en la cocina y desde allá le preguntabas: “qué se te antoja” ¡qué era lo que él pidiese, y que tú no intentaras complacerlo! Tu esposo sonreía satisfecho de que fueses tan buena anfitriona.
Latz y yo creímos que algo les había dado para tenerlos tan mareados. Sabíamos que había llegado del norte, pero nunca mencionaste cómo lo conociste y por qué todos los días llegaba a tu casa y comían y cenaban con él. Todavía más, en algunas ocasiones, ya de noche nos despedíamos y él seguía la plática. ¿Habrá sido posible que te hayas olvidado de él?. Antes del Rondi, los cuatro, Latz,yo y ustedes siempre hacíamos planes, el sábado o el domingo, que si vamos a la playa o vamos de compras. La verdad tuvimos viajes fantásticos, el rio, el mar,las serenatas del día de las madres. Todo funcionaba bien y por supuesto terminábamos en algunas ocasiones perdiendo la vertical por el alcohol, Pero recuerdo que tú, siempre fuiste ecuánime, al menos nunca te sobrepasaste. Tu esposo en ese entonces tampoco. Claro, lo de tu esposo es aparte, en realidad tenía un carácter llevadero, pero cuando le brincaba el apellido a la cabeza, entonces era capaz de desbaratar cualquier fiesta y era mejor despedirse. ¿Habrá pasado lo mismo con el Rondi? no recuerdo, sólo sé de ese momento que fue tan especial para ti y que más parecías esposa del Rondi que de tu marido. Por supuesto, Latz y yo secreteábamos y decíamos que el amor se te veía en todas partes. Te reconocíamos por tu nariz fuerte, ojos de gata, boca roja y gruesa. El busto grande y duro, caderas amplias y unas piernas largas y velludas. Sí, en aquel entonces, la mujer no se rasuraba como ahora lo hacen. ¿A poco tu esposo no se daba cuenta de que te veías enajenada? Pienso que no, porque él también miraba entusiasmado la amistad del nuevo amigo. Tenía tanta confianza en ambos, que cuando se iba a trabajar, el Rondi se quedaba contigo haciendo sobremesa. Claro, también pasaba con Latz, conmigo, que tu marido se ausentaba y despedíamos al gordo con bromas y él se iba contento de que tú te quedaras bien acompañada.
¡Cuántas fiestas tuvimos sin el Rondi!: en la playa, en casa, y aquella vez en la oscuridad, sentí tus manos explorando y yo quieto, porque sabia que eras tú y luego tu boca cercana a la entrepierna. Yo sintiéndome excitado, bajé el zíper y sin ayudarte, hiciste el resto, fueron unos cuantos minutos, lo suficiente para percibir la presión y la humedad de tu boca; luego tu voz:” ya vete… mi marido no tarda en llegar”. semanas después el que llego fue el Rondi y ya no hubo miradas , ni manos inquietas. No supe más de ti y ahora que te he visto y he preguntado por él Rondi, dices que no sabes nada. Tal vez se te olvidó, pero a mí no… aún rescato con la imaginación tus labios gordos sobre mi piel brillosa y estirada y mis manos acariciando tu nuca.
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