Y todo valdrá la pena,
los cuerpos mutados en polvo,
ausentes de venganzas y rencores,
las suplicas tiradas al olvido,
los pronunciantes enterrados en el tiempo.

Valdrá la pena haberlo dejado todo,
en un salto a la nada,
creando vida en quimeras traslucidas,
volando en picada hacia el ideal desesperado.

Marcharemos en hileras,
con el alma encogida,
sangrando el dolor padecido,
respirando el dulce aire virgen,
hacia las bastedades infinitas.

Y todos estarán ahí,
en ascuas,
los miles de rostros bajo los portales grises,
juntos…
a la espera de la última llamada.

Por que todos terminaremos en el mismo lugar,
en el cielo oscuro que nos rodea,
siendo lo desconocido,
gritando por fin libres,
en la verdad indescifrable.

Así, valdrá la pena habernos conocido,
entre el caos y el despecho,
desde un rincón de pasiones,
sumergidos en la furia ingenua,
reacios e impotentes,
ante el anuncio mudo,
el de la muerte que no mato el deseo.

Y caminare con tigo y con los otros,
temerosos ante el olvido,
observando las ruinas ancestrales,
entendiendo al fin,
porque nos arrebataron las cosas.

Y el llanto no se escuchara,
será la brisa que nos empuja,
la ultima debelación…
la incomprensión conjugada de la existencia,
una decrepita respuesta que jamás llego.

Así valdrá la pena vivir y morir.