(Dedicado a marfunebrero inspirado en su texto "Cuando a ella le crecían alas")
Alicia se miró en la superficie lisa de un girasol y se puso a gritar pétalos amarillos.
¡Ay, Alicia! ¿Qué color tiene la angustia? Cuéntame, encogida a los pies de este hualle, cómo son las penas de tu tarde de viernes.
“Mi pena tiene los ojos azules, cinco dedos en su mano izquierda con uñas diminutas, mi pena tiene el cabello escaso porque se lo arranca por las noches como si desprendiese la arena en la cintura de un reloj. Mi pena tiene dientes ¿sabes?, dientes con los que una vez me marcó los hombros y me dejó perlas moradas, coágulos de amor en cadena regular. Mi pena no me escucha, tiene los oídos muertos y la boca ida. Yo le grito los pétalos de la angustia y no sabe de mi canto”.
Alicia tiene un nombre de consonantes. Cuando abro mi boca para nombrarla mi labio superior se inflama y nacen urracas de él, aves tornasoles que cazan los brillos. Se peina frente a todos los espejos, llora en todas las camas desfallecida y abandonada a la sombra del Eros. Meto mi mano derecha en su sexo, el dedo del corazón en su corazón depilado, luego el índice en su bibliografía mojada, muevo los dedos adentro llamando hacia mí los hijos que le negué a su maternidad tajeada. Acorralados por su carne, se mueven buscando su corteza de sauce, la rugosidad de su tronco que goza, la pequeña almendra que traerá sobre mí los arcoiris convertidos en flechas líquidas.
(Alicia suspira y de su boca abierta brotan camelias que me golpean el pecho).
Con la mano libre le latigo su urgencia y le aplasto el vientre para que no huya. En su oído comienzo a pedirle que llore como los columpios. (“Llora, perra, llora como lloraba el columpio en el que perdí los dientes de leche”). Me mira asustada y se ríe de mí. Es una bruja con pañuelos de seda. No se puede confiar en las brujas que se hacen trenzas que le caen por el hombro dorado. En las brujas morenas que huelen a membrillos, tampoco. Empiezo a contarle los dedos de los pies sin dejar de llamarle los hijos en la vagina. Me inclino con mi boca de serpiente a tocarle los muslos. Quiero que se vea los tobillos y su memoria salte de piedra en piedra hasta que recuerde mi nombre. ¿Será que sabe que destilo embrujos blancos, filigranas de semen? ¿Será que me recordará mañana?
Es una bruja que tiene cuatro sexos. En cada uno de ellos cultiva violetas moradas y violetas blancas por si hay un hombre, dos, tres o cuatro que gusten de los olores dulces. Las vergas enhiestas no le dan el miedo que le producen las palabras desvestidas del hombre que no la ama.
No me ama ¿sabes? Me ha dejado seguir a su lado como se permite que continúe viviendo la enredadera que brota entre las piedras: Por la ligera conmoción que produce saber que apenas tiene tierra para las raíces.
Abre los ojos porque siente el tañido de campanas claras. No eran campanas, es el sonido de las esposas que la sujetan a los barrotes de la cama porque el hombre tiene miedo que las protuberancias que le han salido en la espalda sean alas. Le gustan las espaldas de mujer y ella tiene una que se hunde profundo antes de emerger en un paraíso partido. La curva de su espalda cuando está reclinada ante él y gime, es suficiente para que él le perdone la distancia; pero tiene miedo de sus alas. ¿Qué haría sin la mujer que tiene la vulva pequeña como haiku? ¿Dónde quedarían sus ansias de escritor sin el cuento de esta mujer sin ventanas? Se sonríe y baja a contar sílabas (Cinco, Siete, Cinco). Mira la inflamación de sus pechos y le clava astillas en ellos siguiendo con el dedo el curso desordenado de la sangre. Tiene letra y tinta y la tendrá esposada hasta que su novela concluya. No se puede escribir sin musa. |