Temprano en la tarde, Eva se mostró insaciable: La piel suave, tensa. Los ojos brillantes, la boca sabia haciendo estremecer al hombre que devolvía la pasión del mismo modo. Uno fue jinete del otro en una cabalgata hacia ninguna parte, pero que transpiraba los muslos y quebraba el aire de ahogos y gemidos.
Poco después de las cinco se besaban largamente en la puerta del departamento del hombre.
El remisse la esperaba puntual. Llegó a su casa cerca de las seis. Le pagó a la empleada con generosidad. Cuando la vio irse, se quitó el resto de maquillaje mientras escuchaba los mensajes en el contestador telefónico.
Media hora de inmersión en la bañera con agua a temperatura justa, impregnada de hierbas y sales aromáticas. Compresas sobre los párpados, loción tonificante sobre la cara.
Recibió a su marido como una rosa recién abierta, perfumada, con el rocío sobre el pelo de ondas suaves.
La casa estaba impecable. La ropa lavada y planchada. La cena esperaba en el horno.
Pocos hombres tenían la misma suerte.