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me pagaron todo... puse el dinero en la bolsa y salí a la calle, sin pensar en sus peligros... estaba en el centro de la ciudad y la gente caminaba sin parar, uno que otro ambulante gritaba en una que otra esquina, aunque estuviera prohibido... miré el camino que debía tomar y salí del banco. a cada paso que daba sentía un algo así como un hielo en la espalda, como un aviso de resfrío... pensé en el dinero y en lo que tenía que hacer... había trabajado duro para conseguirlo, habían pasado cinco años, sentado frente a la mesa y esperar a que la gente entregué sus hojas llenas de tinta roja, producto de sus cálculos financieros y contables... yo, tan solo recibía sus hojas, las pasaba en el libro contable mayor y lo dejaba sobre la mesa, esperando al siguiente empleado, dentro de una oficina en las lejanas tierras del sur... no había diversión, una que otra vez llegaban chicas mandadas por la compañía para babosear nuestra soledad... conseguí una amiga, era bien joven, lo bastante como para un hombre mayor de cincuenta... me llamaba por las noches y hablábamos de todo... ella quiso casarse, conmigo, no, no, no... traté de dejarla pero no se podía... uno se acostumbra a todo cuando se tiene tan pocas cosas que hacer, o, al menos, una sola cosa... al quinto año la situación se puso pesada en la empresa y ella aún mas... decidí dejar el trabajo y volver a la ciudad... me pagaron muy bien y de todos mis ahorros puestos en el banco soñé con una familia... dejé el trabajo sin avisar a nadie y volví... y allí estaba, en medio de la ciudad, llena de gente ocupada y yo, allí, forrado de dinero en mi bolsa, libre y con un sentimiento angustiante, al no saber qué hacer con mi vida, con mi solitaria vida... me senté en una banca y esperé a que la gente siguiera caminando... no conocía a nadie... no tenía familia, estaba solo con mi soledad y mis ahorros... miré el cielo y era igual al que miraba en la lejana tierra del sur... el mundo gira, gira y gira, pensaba... estoy enloqueciendo, volví a repensar... pero, eso de loco es algo normal para un hombre de cincuenta, solo y sin nadie más que una sombra y lejanos recuerdos... me paré y seguí caminando hasta llegar a un hotel... entré y me puse delante del mostrador... me preguntaron qué deseaba y de mis labios no salían palabras, tan solo el silencio y una angustia por tratar de saber lo que quería en un mundo lleno de gente y totalmente solitario... me di la media vuelta y busqué un auto que le llevara a las lejanas tierras del sur... antes, puse todos mis ahorros en un banco de la ciudad... mientras viajaba un sentimiento llenaba mi alma... sonreí y cerré los ojos, pensando en la chica que me llamaba una que otra vez por las noches...

Texto agregado el 22-01-2010, y leído por 216 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
22-01-2010 ese vicio del punto suspensivo... kevin_quevedo
 
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