Una mueca, un gesto…algo. Sobredosis. ¿Te acordás? Cuando éramos chicos y pensábamos que podíamos hacer cualquier cosa que deseáramos. Una voluntad absoluta. Omnipotencia disfrazada. Palabras descomunales, arrolladoras. Ahora mirando con tranquilidad hacia atrás, observo que todo eso que imaginaba y no podía realizar me mantenía en vilo. Sonriendo verdaderamente. Ya no te quiero ver así, lejos de todo (?) lo que me hace bien. Geriátrico para un cuarto de siglo.

Alguien murmuró por lo bajo que la felicidad es posible sólo cuando es compartida. Estoy de acuerdo. Lamentablemente añoro soledad y autismo. “Tengo que” olvidarme un poco de algo y hacer lo que se debe. Embadurnarme de grasa y hacer presión hasta encajar en el metegol. Tal vez pueda dejar de meditar y abandonar la autoflagelación. Con una pizca de carácter se enciende la mecha. Supuestamente, si algo te quema la mano uno la retira. Suena tan fácil. Es lógica de la más básica. Explicá mis manos infestadas de ampollas entonces.

Si no critico, envidio. Claro, estoy a punto de recibirme de Licenciado en Marketing y trabajo en una multinacional que fomenta la destrucción de mis pares. ¿Y yo que culpa tengo? Mi alter ego es una frase en inglés. Obviamente, soy independiente. Departamento de 2 x 2 en pleno Palermo Hills, 200 de expensas y mucho alimento reducido en proteínas. Pero algún día voy a cumplir mi sueño y voy a convertirme en el mejor erreerrepepe.
Nada que ver. Eso no tiene nada de místico, es completamente vacío, plástico, falto de ideología. Yo en cambio, hace 10 años que toco el ukelele. También doy clases. Tengo un par de alumnos que son re copados. Me encanta la música étnica. Porque voy en contra del sistema y pienso en los demás. Soy humilde. Soy buena gente. Soy distinto. Soy especial. Mi novia y yo siempre debatimos a cerca de política, cultura y de cómo estamos haciendo tantas cosas para cambiar este mundo de mierda. Ella también es una artista comprometida: saca las mejores fotos de zapatos abandonados en la vía pública