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"El local de Rueda en su pueblo natal queda en la novena con catorce, al lado del almacén Olímpica. No es que sea mal sitio, de hecho al lado hay un local de Diesel, esa marca italiana de ropa costosísima que tanto les gusta a los jóvenes de clase media alta. Pero es que en Santa María, otro pueblo a trescientos kilómetros, el local de Rueda es dos veces más grande y queda en el centro comercial más lujoso."

Julián Rueda no pudo diseñar más que dos colecciones de ropa juvenil, porque los padres de los modelos tenían pánico de que mariqueara a los muchachitos, a pesar de que la cantidad de modelos heterosexuales es la misma que homosexuales jugando en equipos de fútbol reconocidos. De que los hay, los hay, pero son poquitos.Y los muchachitos tampoco son pendejos. Obviamente presentan una novia a sus padres, pero también se escabuyen y se cojen al marica del salón con más baja autoestima. Más maricas son los padres. No lo digo porque sean homosexuales, si no porque marica también es sinónimo de idiota.

Para su última colección, Rueda diseñó trece conjuntos, ocho para jovencitas y cinco para jovencitos, entre edades de 14 y 18 años. Y en aquel rango estaban sus modelitos, cinco chicos, dos de dieciséis, uno de dieciocho y dos de quince. Julián Rueda llegó puntal como siempre a los camerinos con todas las ropas que iban a modelar los trece jóvenes. Rueda no se imaginaba que esta iba a ser la última vez que una pasarela mostraría sus diseños ante personas de su pueblo. Todo había marchado bien, de hecho, esta colección era uno de sus mayores orgullos.

Cuando recogió las ropas de la lavandería, además de que era la primera vez que las tenían listas a tiempo (llegó a pensar que en la lavandería se hacían los pendejos porque sabían que él era homosexual, además de que aquella lavandería era propiedad de una familia muy acaudalada que era bastante cercana a la de él) mientras esperaba a que le entregaran las prendas pudo deleitarse con la belleza de un jovencito de más o menos dieciocho años, de estatura mediana, ojos cafés clarísimos, pelo negro liso, tez blanca y delgado, y con aquella mirada que decía dos cosas "tengo plata" y "soy gay"; que estaba recogiendo un vestido, probablemente propiedad de su hermana o madre. Luego de aquella anécdota, recibió una llamada en la que el banco le aprobó el crédito que necesitaba para montar un local de su marca en El Descanso, uno de los más lujosos centros comerciales de la fría capital.

Y finalmente, Rueda recordaba lo que sucedió hace un mes, cuando conoció a sus cinco modelos masculinos, entre ellos, aquel de dieciocho, llamado Darío. ¿Recuerdan el chico de la lavandería? Bueno, Darío es como había descrito al otro chico, solo que más alto y con un cuerpo más escultural. Ah, y la mirada también era igual. Valencia no lo soportaba. No es que el niño rico sea odioso, si no que aquel joven se veía tan suculento pero el hecho de que su familia fuera tan importante le impedía desearlo. Pero Julián Rueda es algo prudente. A todos (tanto chicas como chicos) les pidió sus números de celular. A todos los mandaba a llamar para que fueran juntos a su casa a trabajar.

Y él disfrutaba particularmente cuando Darío se probaba las camisas y los ajustados pantalones, y mucho más cuando le tomaba las medidas a su cuerpo para "corregir detalles". Entre todos, a Darío le lucía mejor la ropa, porque Rueda lo quiso así.

Darío era el que mandaba la parada entre los jóvenes modelos, si Darío compraba un modelo de celular, los demás compraban uno similar, si Darío iba de rumba a un lugar, los demás iban también a ese sitio. Y aunque los otros cuatro chicos no paraban de alardear de lo que les hacían a sus novias en la cama (muy profundamente sabiendo que solo querían que un hombre los penetrara) Darío se quedaba callado y musitaba pocas palabras sobre su bellísima novia. Y Rueda obviamente analizaba detenidamente todos los comentarios. Lo desmotivaban aquellas escasas palabras sobre la musa de su amor platónico.

Aquella noche estaba lloviendo, y uno por uno se fueron los modelitos recogidos por sus padres, algunos llamaron un taxi. Pero Darío se quedó, con la excusa de que no tenía dinero para el taxi y su papá no regresaría de la finca hasta que dejara de llover, y obviamente, era el papá de Darío quien lo recogía del taller de Rueda, más que por deber paternal, era para darse cuenta si su hijo entraba al carro más marica o si seguía siendo aquel semental que dejaba locas a todas las chicas del colegio.

Más maricas son los padres.

Para suerte (no sabría decir de cual de los dos) la lluvia arreciaba mucho más. En un extraño gesto de altruismo Julián Rueda le dijo a Darío que le daría dinero para el taxi (un diseñador homosexual no es que gane mucho dinero en un pueblo tan machista y si me preguntan por los lujosos locales, esos han sido a punta de muchas privaciones y sacrificios) pero el joven se opuso y más bien

-Creo que hay unos detallitos que me gustaría que le hicieras a una camisa... ¿Vamos y te los muestro?
-Bueno, supongo que no estaría mal- dijo Rueda un poco extrañado.

Cuando regresaron al taller, Darío no entró a los vestieres si no que se desnudó en medio del taller y tomó la camisa y el pantalón que iba a usar el día del desfile. Ambas prendas resaltaban muy bien sus musculos perfectos, proporcionados. Rueda pudo admirar la belleza de sus mejores prendas en su mejor modelo.

-Es por acá- señalando algún lugar bajos sus pectorales.

Rueda no divisaba alguna imperfección. Se lo comentó a Darío y éste le dijo

-Si quieres vuelves a tomarme las medidas y revisas bien
-Bueno, si tanto insistes- Julián Rueda empezaba a sospechar algo, además porque el tono de voz del joven estaba cambiando un poco.
-Desabotóname la camisa- ordenó el joven

Eso fue todo para Julián Rueda. En aquel momento el profesionalismo no importaba y supo que era lo que iba a venir.

Así que fue desabotonando poco a poco la camisa. No se la quitó del todo cuando ya le estaba dando besos a aquellos músculos perfectos. Rueda fue desnudando al joven poco a poco y cada parte descubierta era una parte besada y acariciada. Cuando Darío ya estuvo completamente desnudo, tomó las riendas de la situación e hizo lo mismo con Rueda. Rueda tal vez ya haya entrado en los treinta años, pero se esforzaba en mantener su físico en la mejor forma que podía permitirse. Y eso, no era nada malo en lo absoluto. Rueda de hecho era delgado y se le marcaban un poco los pectorales, además de tener brazos que llenaban sin problemas las mangas de los polos que siempre usa.

Julián Rueda estaba extasiado con la perfección física de su modelo, salvo unos enormes lunares por el muslo izquierdo, cerca de la entrepierna. Por algo nunca modelaba ropa interior. Julián se lanzó a llenar al joven de besos y caricias y continuaron hasta que pasó lo que tenía que pasar.

Luego de aquel placentero recuerdo, llegaron los agentes de de la agencia de modelos junto con los trece jóvenes. Rueda les dio a cada uno las ropas que iban a modelar, y a pesar de que Darío y Julián no se habían visto en un mes, actuaron como si nada hubiese sucedido. Pero los agentes estaban algo preocupados.

Finalizado el evento, Rueda les agradeció a sus modelos y les regaló las ropas que usaron (A estos modelitos les pagan con la ropa que modelan) pero una de los agentes se quedó de último para hablar seriamente con Julián.

-¡Julián Rueda como se te ocurre comer de lo que no debes!- le gritó

Rueda comenzó a imaginarse de todo

-Mira, una amiga me contó que Darío viene presentando síntomas de una enfermedad de transmisión sexual y obviamente para no culpar a su novia ni decir que anduvo allá cogiéndose prepagos dijo que tú lo violaste.

Rueda no estaba preocupado por la posibilidad de tener una ETS, de hecho él recuerda bien que usó condón (y que Darío también había usado uno).

Verán, en el pueblo de Julián algunas de las familias más acaudaladas y respetadas, no necesariamente son completamente honradas y católicas. Julián Rueda empezaba a llenarse de pánico ya que no quería morir a causa de las "Oscuras Fuerzas del Bien".

-El papá de Darío te la tiene velada

Con eso dijo todo. Al día siguiente, Julián Rueda empacó todo, le pidió el favor a una amiga para que guardara las cosas que no pudiera llevarse y se las mandara más adelante y tomó el avión de la noche, rumbo a la fría capital.

Al menos desde allá podrá ocuparse más de cerca de la gigantesca empresa que va a llevar a cabo, ese local en el centro comercial más caro del país. Pero le tocará cuidarse mucho. En la fría capital las Oscuras Fuerzas del Bien también tienen ojos.

Texto agregado el 22-01-2010, y leído por 77 visitantes. (1 voto)


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