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En la década del 60’, el hippismo seducía a los jóvenes con la bandera del activismo político-pacifista, edulcorada por la revolución sexual y la explosión lisérgico-mística. Toda una generación se veía influenciada por la doctrina reinante del rock, y creer que Cindy Ray era la excepción de la masa, sería cometer un graso error. Cindy acudía a todos los festivales recreativos de gran con concurrencia que se daban en San Francisco, Estados Unidos, lugar donde acontece el relato, y cuna de dicho movimiento contracultural.
Una tarde de 1967, su “novio” Tom -escribo lo de novio entre comillas, porque practicaban el amor libre- la llamo y prometió sorprenderla con una experiencia verdaderamente psicodélica. El había llegado de viaje, estuvo en el país vecino, México, en la región de Huautla de Jiménez, Oaxaca. Ella le encargó un regalo modesto, cualquier artesanía local; pero él le trajo dos hongos indígenas sagrados, de fortísimos alcaloides y uso milenario en rituales. El consumo de LSD, hachís y marihuana era tendencia en la época, ya sea para alcanzar un estado mental subalterno, o como vía de rebelión a las ideas tan compactas que el sistema les imponía. Cindy había probado ya todos esos narcóticos, pero ninguno le había producido alucinaciones visuales; por lo que estaba obsesionada con la idea de crear falsos impulsos ópticos, y veía en esos hongos, una oportunidad prometedora.
La misma noche que Tom regreso de México, él y Cindy acordaron ir a una fiesta a campo abierto, para festejar el reencuentro y probar juntos los resultados de su botín azteca. Una hora antes de salir hacia el lugar de reunión, se juntaron para cocinar los hongos. Hirvieron agua y cuando las dos piezas se hicieron caldo, lo dejaron reducir, para finalmente beber un fondo de cocción espeso. Todavía tenían el lapso de una hora para poder llegar hasta el lugar antes de que el brebaje comience a operar, y allí se dirigían.
Cuando llegaron, Cindy, siempre atenta a la condición estética de los objetos que la rodean, noto la acertada ambientación del lugar. Había carteles de círculos concéntricos en estridentes colores, propaganda iconográfica del movimiento flower power. Mas adelante se divisaban arbustos podados o esculpidos con formas genitales, que parecían como instalados. Siguiendo un camino acolchado de flores se daba a una rotonda con cientos de piedras de distintos tipos, que formaban el símbolo del ying y el yang recortado sobre el pasto. A lo lejos se oía una música, y aunque todavía indescifrable por la distancia, estaban seguros de que ese susurro poco hecho, sería algo de rock psicodélico o folk contestario, pues era casi lo único que se escuchaba por ese entonces y en esas circunstancias.
Los efectos del hongo por fin se manifestaban, y resolvieron deambular por la pradera, en dirección contraria a la música. La primera sensación fue un sabor metálico en la boca. Luego, el tiempo y el espacio parecían una goma elástica que se dilataba cada vez más. Los síntomas se extendían con vértigo sorpresivo por todo el cuerpo.
Cindy volteo la cabeza buscando a Tom, pero ya lo había perdido de vista. Recobraba el sentido por momentos muy cortos, solo para figurarse cuanto se alejaba. Volvió a girar en si, y se cruzo con otra persona, muy dispuesta en su viaje espiritual, que miraba al cielo y hablaba, como si Dios lo espiase por entre las nubes. La sola idea que algún Dios estaba mirando todo lo que hacía, incomodo a cindy; quien pronto lo olvidó, dominada por un orgasmo intermitente, que asaltaba su chakra plexo solar. Sintió que el suelo le faltaba, y se desplomo, entregada al éxtasis que había comenzado.
La espesura del pasto, facilitaba comodidad a las diversas formas que adquiría su cuerpo. Se incorporo en pose de meditación, con los ojos cerrados y oyó las primeras ilusiones acústicas. Eran maullidos, se oían cada vez con mayor intensidad, aproximándose gradualmente al órgano que los percibía. Los maullidos se amplificaban hasta el gruñido o el paroxismo. La frecuencia y el volumen del sonido oscilaban constantemente. Por momentos, Cindy creía escuchar voces que sonaban derretidas, como si las reprodujera un cassette con la cinta rotando en falso. Los maullidos la rodeaban. Ahora comenzarían las alucinaciones táctiles, sus nervios motores se activaban. Primeramente se percato de un bulto que la rozaba por la espalda, después entre las piernas y finalmente, sentía la presión de pequeñas huellas digitando sobre sus pies. ¿Serían los gatitos que maullaban? Aun no había abierto los ojos, ni siquiera había parpadeado, estaba dilatando la situación, pero ya era momento de dar paso a sus visiones engañosas.
Cindy recordó historias fantásticas sobre alucinaciones que admiraba con envidia, sabía de personas que vieron elefantes de papel, reptiles gigantes, ositos de gelatina y seres mitológicos como el unicornio. Cuando abrió los ojos, repaso lo que su imaginación le proporcionaba: ahí estaban los gatitos. Había decenas de felinos, que poco se parecían a un gato vulgar, eran una raza nueva, fruto de sus impulsos cerebrales colonizados por los fuertes alcaloides. Las tiernas bestias surgían de todas partes: detrás de los árboles, desde huecos en la tierra, y hasta debajo de sus ropas. Cindy solo podía consagrarse a observar extasiada su creación, por fin alcanzaba su cometido. Los gatos la rodeaban, ella evitaba tocarlos por miedo que la ilusión desaparezca fugazmente, y todo sucumbiera en el momento que lo intentase.
Tanto deseó vivir esta ocasión, que agradecería hasta el cansancio, el regalo que Tom le había hecho. Cuando los gatitos se desvanecieran, y los efectos del hongo lleguen a su estado terminal, buscaría a su novio para besarlo y hacerle el amor ahí mismo, escondidos entre la fronda.
Fue entonces, que como por telepatía, apareció Tom a través de los árboles. Cindy todavía fantaseaba con los gatitos a su alrededor, por lo cual asumió que ese no era Tom, sino un producto mas del ensueño. Y tenía razón, seguía delirando, ese no era Tom; era el dueño del campo buscando a sus mascotas, los gatitos que Cindy, equivocada, creía alucinar.

Texto agregado el 21-01-2010, y leído por 158 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-01-2010 Es un cuento fasinante, amo los gatos y este relato en cualquier tiempo hubiera sido un exito total. ISIS1974
22-01-2010 Me ha encantado el final. Lo demás describes una historia cualquiera de esa época en que los jóvenes se sumieron en la drogadición como forma de protesta, será, supongo que hubo otros que lo hicieron de distinta manera. Saludos siemprearena
21-01-2010 Es un cuento con una fuerza expresiva, el espacio temporal que marcás "60" tranforma el cuento en la rebeldía de los jovenes. A mí me recordó, quizás por la fecha, el movimiento del 68...(no me hagás caso) pekejimenez
 
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