EL CADÁVER PARLANTE
El ambiente cerrado húmedo y poco acogedor de la sala del velatorio no suponía ningún obstáculo para nuestro amigo.
Hijo venido a menos, pero el único que tenía su madre. Una persona miserable y avara, más agarrada que un sello.
Aprovechando el tumulto general del velatorio, se escondió en los retretes. Cuando todos se fueron, se acercó cauteloso y dubitativo.
—Madre... —le decía al oído del cadáver, naturalmente no recibió respuesta alguna. Él siguió susurrándole.
—Madre... —cada vez más nervioso, al ver que su familiar seguía tan pálida e inmóvil. —¡Vamos! Mezquina, ¿dime donde lo escondes? —hablaba ya elevando la voz y zarandeando el cuerpo.
Unos pasos y murmullos le pusieron alerta. Una pareja muy animada venía dándose besos y arrumacos.
A nuestro amigo le vino justo para esconderse tras una pesada cortina.
—¡Mira la vieja! Ya no es tan mala como en vida, quietecita y rígida, empezando a oler mal.
—¡Desgraciada miserable! —siguió maldiciendo la mujer.
—Ahora ya no puedes prohibirnos nada, vieja hipócrita —dijo el hombre.
—Vamos a enseñarle a esta bruja lo que hacíamos a escondidas —contestó la mujer.
Con desatado frenesí, desgarró las ropas de la fémina y la subió encima del ataúd, dándole embestidas tan sumamente armonizadas que el mismo se movía al compás de una canción de cuna. Cuando faltaba poco para llegar al clímax, un ruido de pasos interrumpió a nuestros Adán y Eva, nunca mejor dicho el “Coito Interruptus”.
Un niño obeso chupando una golosina se acercaba, tomado de la mano de su madre.
A nuestra pareja les vino justo para esconderse tras las cortinas.
La madre, iracunda, se acercó al féretro escupiendo dichas palabras.
—Hermana, ya conoces a mi hijo. Sí, tú sobrino gordo, aquel del que reniegas y nunca abrazas, vieja arpía, ahora te dará tú merecido.
De un empellón, puso al niño delante de la tía diciéndole:
—Vamos, niño, aprovecha y tírale del pelo a tu tía.
El gordito, vacilando, acercó sus regordetas manitas al cabello del pariente.
Al tirar de la melena, el cadáver sé incorporo lanzando un eructó de gases, quedándose en tan ridícula posición.
Su hermana, horrorizada, lanzó un grito de terror y todos los ocupantes de la cortina salieron despavoridos diciendo:
—¡¡La vieja bruja está viva!! ¡Socorro! Nunca nos dejará en paz.
El sonido de unas patas trotando con parsimonia se dejó oír en la sala. Un can bastante envejecido renqueaba hacia el ataúd, con dificultad consiguió levantar su triste pata mojando con un hilo muy fino de orín el féretro. Con la misma discreción que apareció, se esfumó de la escena.
Se acercaba la hora del entierro, dos empleados de la funeraria aparecieron para cargar con el ataúd.
Entre risas y chanzas, tumbaron de nuevo a la vieja mientras decían:
¡¡Joer, cómo huele la condená!!
FIN.
J. M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.
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