El gran héroe, campeón en todas las disciplinas, invencible en cuanta tarea de destreza se le pusiera por delante, caminaba arrogante por la plaza de aquella antigua ciudad y sabedor del respeto y envidia que originaba en todos los demás, sonreía con displicencia al observar a esos pobres mortales que se afanaban en realizar labores que ineludiblemente, siempre les superaban.
Un grupo de niños, al reconocerlo, se arremolinó en torno suyo para contemplar su perfecta musculatura y su porte de estatua griega. –Hola héroe- le dijeron con sus vocecillas emocionadas. El campeón sólo levantó una ceja en señal de saludo y siguió caminando. Entonces uno de los niños le preguntó si quería jugar con ellos a la pelota. El efebo sonrío, se encogió de hombros y agarrando el balón de cuero del 5, caminó con cierta gravedad rumbo a la cancha de baby fútbol.
A los pocos minutos los trece niños que se enfrentaban al sumo atleta perdían por goleada y se sentían humillados por tanto amague y tanta potencia y llegó a tal extremo esa demostración de suficiencia que terminó por enfurecer al más pequeño del grupo, quien al verse eludido por enésima vez, se arrojó al suelo ensayando un tacle deslizante que apenas rozó el talón del fornido héroe, quien, lanzando horribles alaridos, se desplomó al suelo y allí quedó tendido retorciéndose de dolor.
Todas las noches, a esa hora tardía en que los transeúntes aligeran su paso para llegar luego a sus hogares, se puede contemplar una triste silueta que camina lastimosamente apoyándose en sus muletas. De aquel fornido campeón, del invencible y omnipotente Aquiles, nunca más se supo, o por lo menos, nadie más lo vio a la luz del día…
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