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Veleros.

Just as you feel when you look on the river and the sky, so I felt,
Just as any of you is one of a living crowd, I was one of a crowd,
.................................................................................................... ...
Just as you look on the numberless masts of ships and the thick-stemm d
Pipes of steamboats, I look d.
Walt Whitman.

“Water, water, every where,
Nor any drop to drink.”
Lewis Carroll.


No se si es el título exacto, lo mismo da supongo. Parte puede ser atribuida a mi completa falta de conocimiento a cuestiones náuticas, tanto en lo que se refiere a embarcaciones como a lo relativo a su manejo, o como quiera se llame el hecho de hacerlas funcionar. Por lo demás, para esta breve historia, esto último carece por completo de importancia, como ya se verá.
Bueno, un día como cualquiera, en aquellos días, la pregunta- invitación- sugerencia?, - vamos con los chicos al barco?. Psee, porque no?, ahora?. Si...Nota dejada en casa, “voy con las chicas a la quinta de los primos de E...Cada una, notas similares, con las variaciones del caso, y, listo. Pasar a buscar a los chicos, que estaban colgados quien sabe de que palmera, en la casa de G. Después de unos caños, a todo el mundo le pareció bárbaro el asunto de surcar los mares, y partimos. Caía la tarde en Buenos Aires, y una vez en la calle, el primer asunto a resolver era como llegar hasta San Fernando (o algo por el estilo), donde estaba el barco. Ahora, mientras lo recuerdo escucho “Radio Venus”, y hasta parece apropiado, no solo por la época, (que en todo caso, es anterior), sino tal vez porque para mí el lugar donde estaba ese barco era tan irreal como si fuera en otro planeta, y a la vez tan “encontrable” como este último. Bueno, casi como para graficar la idea, apareció un flaco con una furgoneta de reparto de no se que y se ofreció a llevarnos. Así que subimos, solo dos adelante (para no hacer bardo). Eramos seis, con lo que cuatro fuimos a dar a la parte de atrás. El vehículo, para ser claros, estaba pensado para transportar cosas, elementos, mercadería, es decir nada vivo, ya que no tenía el más mínimo sistema de ventilación (directamente, no entraba aire por ninguna parte). A esta situación cabe agregar que alguien prendió un porro, y otro un cigarrillo. Cuando finalmente nos detuvimos (habíamos llegado a destino), y alguien abrió la puerta de aquel ataud con ruedas, salió una nube densa y negra, y luego, unas voces (solo eso). Nos tuvieron que sacar ya que nadie coordinaba para hacerlo por si mismo. El dueño del cacharro se fue quejándose que apestaba. Nosotros seguimos nuestro camino. Tomamos un tren, ni puta idea de cual, ya era de noche. Desde la estación en la que bajamos, caminamos hasta un muelle. Una lancha colectiva, por último que finalmente nos dejó en un barco. El dueño dio unas vueltas, creo que quería hacerlo arrancar, alguien sugirió que mejor esperar que fuera de día, porque no se veía nada. Así que abrimos las botellas que teníamos, sacamos los canutos, y nos pusimos a esperar que hubiera luz. Una pareja se fue al único “dormitorio” que había. Creo que el resto nos dormimos en la cubierta.
La luz del día siguiente, por suerte velada por una cortina de nubes, nos despertó al mediodía, muertos de hambre, lo que obligó, nuevamente, a postergar el inicio del crucero hasta satisfacer necesidades más elementales. De todas formas, había tiempo, creo que era sábado. Comimos algo que era una cruza de choripán y hamburguesa, vino y faso abundante. Luego, un par de nosotros encontró que nadar sería una buena idea (obviando la estación del año [otoño largo], la temperatura, y el detalle de no tener mallas. Momentos después, algunos en short y remera, otros tan solo ropa interior, todos al agua, de un río cuya higiene era por lo menos bastante cuestionable.
Para el atardecer, había dos cosas claras: que nadie sabía hacer arrancar el barco, y que nos quedábamos sin provisiones. Lo primero se presentaba, digamos como insoluble, así que dedicamos nuestra atención (por lo demás algo dispersa) al segundo punto. Se decidió que, por sorteo (carta más alta), dos de nosotros usaríamos el bote salvavidas para llegar a tierra y conseguir reaprovisionarnos. Hecha la elección (no recuerdo que método usamos), resultamos agraciados, el “dueño” (digamos para no faltar a la verdad, el hijo del dueño de la embarcación), y quien les habla. Nunca he tenido mucha suerte en los sorteos, por otra parte. En fin que el asunto consistía en subir (aunque más bien desde mi perspectiva era bajar) a un pequeño botecito, dirigirnos hasta el muelle, encontrar un almacén, hacer las compras, y volver. Una insignificancia, se comprende.
Sinceramente no recuerdo como logramos descender hasta el bote, pero lo hicimos. Una vez ubicados se presentó lo que a mí me pareció un inconveniente, aunque G lo tomó con naturalidad: había un solo remo. Él empezó a remar en lo que yo califiqué de “estilo gondolero”. Entonces noté otro pequeño percance: entraba agua por el piso, no mucha, pero entraba. Tanto constatar esto como la solución que me ofreció mi compañero me hicieron “descostillar” de risa. G, sonriente y tranquilo me dio un jarrito de metal y me dijo- bueno, sacala.
Imagínese el siguiente cuadro: botecito ocupado por dos personajes abocados a sus respectivas tareas. G remando y cantando, yo luchando por sacar el agua más rápido de lo que la misma se empeñaba en entrar. Los dos muertos de risa, maniobrando entre barcos que, a nuestro lado parecían transatlánticos.
Cuando el sol se ocultaba por completo (no teníamos linternas, faroles ni nada parecido), y yo estaba a punto de perder la batalla contra el agua, milagrosamente llegamos a puerto. Atamos el bote en completa oscuridad. Por suerte, a pocos metros, en un camino, hicimos dedo a una camioneta que nos llevó.
A modo de ubicación espacial, daré algunas referencias que, creo, desconocía por completo en aquel momento. El barco estaba anclado en un club náutico (lo que es lógico), en una localidad del Gran Buenos Aires. Las instalaciones del club incluían sectores para recreación, parrillas, y un par de restaurantes, pero aparentemente para hacer compras había que salir del mismo, aunque no demasiado lejos. Allí precisamente nos dejó nuestro transporte, frente a una especie de almacén. Compramos algunas cosas y volvimos a pie.
Llegamos de noche, y en estado lamentable, ahora, 24 horas después, la situación no había variado un ápice. Por lo que a mí concernía, no tenía la más mínima idea de donde estábamos (dentro del supuesto club, evidentemente), pero asumí que G podía encontrar el camino, y él parecía decidido así que lo seguí. Fuimos, charlando, hasta un muelle, y tomamos la lancha colectiva, de un modo completamente natural. Al llegar a nuestro barco, nos recibieron caras de sorpresa. – y el bote?, nos disparó M. – bote...que bote?, G y yo nos cruzamos miradas desconcertadas. – ustedes son o se hacen?.
Hizo falta un extenso y pormenorizado relato (que puso a prueba la paciencia de más de uno, quienes llegaron a creer que les tomábamos el pelo), para que recordáramos las circunstancias de nuestra partida, hacía ya casi tres horas!, y aún entonces, nos pareció increíble que hubiéramos olvidado el botecito por completo. Además, donde mierda lo habíamos dejado. En el muelle principal, evidentemente no estaba (tendríamos que haberlo visto), pero igual, podíamos salir al instante a buscarlo. E objetó que ni siquiera lo recordábamos, sin contar con que éramos lo suficientemente colgados como para perder un elefante llegado el caso.
Después de dar cuenta de lo que compramos: unos sandwiches de algo que nadie supo identificar (que esperaban, en un pueblo semi desierto. La gente siempre está dispuesta a criticar), y unas botellas de vodka (una por la mitad, parece ser que nos la bebimos durante el regreso al barco); surgió nuevamente el tema del rescate del dichoso bote. Se acordó que, dado que nosotros habíamos sido los últimos en verlo (usarlo y perderlo, si uno quiere empezar con los detalles), tendríamos que ir, a lo mejor “recordábamos” los lugares por donde habíamos pasado. Pero, desde ya, no solos. Nos separaríamos en dos grupos, G iría con S, y yo con E. Mientras, M se quedaría a bordo, vigilando a J, (quien en esos momentos le cantaba alternativamente a la luna y al río abrazado a la baranda del barco).
Aquí la situación comenzó a volverse engorrosa. Para poder buscar el bote, necesitábamos un bote, eventualidad en la que nadie había reparado hasta ese momento. Si bien la bebida y los cantos habían mejorado el humor general, no llegamos al extremo, afortunadamente, de considerar viable la propuesta de J de lanzar a alguien (incluso se ofrecía de voluntario) al agua “sentado” en una llanta a modo de salvavidas, usando como remo una paleta de ping- pong ( que vaya a saber a santo de que formaba parte del escaso equipamiento del barco). En tanto alguno intentaba hacer comprender a J las dificultades de remar con una paleta, por no mencionar la temperatura del agua, o nuestra falta total de cualquier sistema de iluminación; llegó por azar la solución: unos pibes que pasaron en lancha, se ofrecieron a alcanzarnos hasta el muelle, entramos los cuatro cómodos. – al principal, no?, preguntó uno de nuestros anfitriones (en referencia al muelle comprobaríamos). – si..., si. Y allí nos dejaron. Al pisar tierra firme se hicieron evidentes algunas cosas. Primero, no había un solo muelle “grande”, en donde se podía tomar la lancha colectiva, sino varios, por los que ésta iba pasando tipo “paradas de bondi”, sin contar con los otros más pequeños y más numerosos. Ahora, éramos cuatro los desconcertados. Estaba claro que la operación “rescate de memoria” era un fracaso, todos los lugares se parecían notablemente. Quien puede distinguir en la oscuridad, un muelle de otro, unos árboles de otros, imposible. Nadie podía asegurar si el sitio donde estábamos era el mismo por el que llegamos la noche anterior. Yo particularmente, que ya había ido y venido un par de veces (en lo que iba de esa noche), tenía la sensación de estar en una película, o un sueño, porque a fin de cuentas, por más flipado que uno esté tiene que haber un poco de lógica en la secuencia de eventos. En ese entonces, y aún ahora mientras lo cuento (15 años después), mi recuerdo es el mismo: G de gondolero, con un solo remo cantando, el agua que entraba constantemente (y yo sacándola con un jarro), barcos enormes que casi chocamos un par de veces, el muelle donde atamos el bote, la vuelta durante la cual no lo recordamos, y la lancha que nos depositara en tierra, todo prácticamente en la oscuridad.
Pasado el primer momento de incertidumbre, encontramos graciosa la situación y decidimos aplazar la búsqueda hasta el día siguiente.
Nos dirigimos cantando a esperar la lancha colectiva (nadie consideró la posible existencia de horarios, o que dejaran de funcionar durante la noche), por otra parte, no teníamos reloj, ni la más remota idea de la hora. De golpe, G que estaba recostado sobre unos arbustos, pareció perder el equilibrio y “desapareció”, como si cayera dentro de las plantas. Cuando nos acercamos, los arbustos resultaron una especie de ligustrina contra un alambrado, y por detrás, una pendiente no demasiado alta pero considerablemente empinada, que parecía terminar en una franja angosta de tierra junto al río. Desde arriba, ni rastros de G. Tratamos de bordear el cerco buscando un lugar por donde pasar. Finalmente encontramos una “bajada”, entre tierra y piedras, por la que nos deslizamos no sin dificultad. La cosa fue que en un segundo (dicen que no hay nada mejor que un susto para despejar a un mamado) se nos cruzó : si fue un quilombo bajar caminando, éste que cayó de cabeza...
Y mire usted, lo encontramos sentado entre yuyos y piedras, a la orilla del río, cantando, sin un rasguño el muy turro. Nadie sabe como (G menos que nadie), pero así fue. Después uno se tropieza en la calle y se rompe una pierna.
G estaba ileso, nosotras con algunos raspones y arañazos, producto de las piedras, alambres y cardos (nada serio); pero debimos haber hecho más ruido del conveniente. Frente a nosotros, alumbrándonos con linternas, dos sujetos de uniforme (seguridad, tal vez, al menos no canas), nos miraban con caras de pocos amigos. – que están haciendo?, ladró uno. En realidad, objetivamente, en ese momento “no estábamos haciendo nada”, habíamos escalado la pendiente y nos sentamos a un costado del camino comenzando a preocuparnos por la lancha. Respuestas breves del estilo: “nada”, “esperando la lancha” o similares, aunque ciertas, podrían ser tomadas como burlas. Por otra parte, se comprenderá la dificultad que suponía cualquier intento de explicación que incluyera, aún sin detalles, la cadena de eventos que finalizaban en la amable charla que estábamos teniendo. Salvando las distancias, se podría decir que me sentía Henry Wilt ante la disyuntiva de aceptar el cargo de ultimar a una muñeca inflable, o explicar como deshacerse de cuatro cadáveres en dos horas convirtiéndolos en salchichas y paté. Pero la realidad suele ser mucho más prosaica. Los señores guardianes del orden, sin esperar una respuesta, que por otra parte se estaba demorando, nos llevaron a una pequeña oficina. El mayor, aparentemente a cargo, debía rondar los 50, un par de quilos demás en un cuerpo que, quizás unos años antes hubiera sido catalogado de atlético, bolsas bajo los ojos y aire de aburrimiento crónico. Nos dirigió una mirada general, e inició su discurso intentando adoptar un tono paternal. Era evidente que el pobre hombre había hecho esto un millón de veces. Sabía sus líneas a la perfección, e incluso, por momentos, se esforzaba en representar su papel con cierta dignidad. Bien mirado, podía inspirar una mezcla de simpatía y compasión; atrapado en ese empleo sin futuro, debía lidiar cada fin de semana con adolescentes díscolos, niños mimados de los dueños de aquellos veleros y yates, a quienes tenía que reprender cuando se excedían en sus juergas (provocando quejas de otros socios), pero siempre manteniendo el delicado equilibrio que no permitiera que algún padre (ni especialmente, madre) pudiera suponer que se cometiera una injusticia, o abuso de autoridad contra sus tiernos párvulos.
Desde luego, este no era ni remotamente nuestro caso, pero él no lo sabía. De hecho, para ser exactos, nuestros padres ignoraban por completo donde estábamos, y, excepto el de G (dueño del barco), no creo que ninguno de los demás tuviera conocimiento de la existencia de ese club “náutico”.
No se cuanto tiempo habrá pasado (ya dije que nadie tenía reloj), hasta que finalmente volvió el “segundo” guardia, más joven e increíblemente flaco, seguido de M. Entraron en la oficina con aire de seriedad, y M representó deliciosamente su papel de “mayor responsable”. En mi adolescencia he visto a muchos amigos (y en variadas circunstancias) jugar ese rol (incluso alguna vez me ha tocado a mí, pero reconozco que ese personaje no es mi fuerte). Es indudable que hay personas con talento innato para la actuación. M era una de ellas, histriónico (realmente disfrutaba la situación), y con tendencia a asumir el lugar de líder. La combinación ideal para aquel momento. Y encima el cabrón parecía estar disfrutando la escena. En fin, que regresamos a nuestro barco en la lancha “patrulla”, nosotros virtualmente “en penitencia”, y el crápula de M en abierta fraternidad con los agentes. Una vez a “salvo”, creo que todos caímos en la cuenta de la ausencia de J. Sencillo, rió M mientras encendía un canuto y ponía en circulación la botella de vodka, - no me dejaron muchas opciones, no?. Lo había dejado durmiendo, con el único salvavidas que teníamos puesto, por las dudas, y con la esperanza de que no recuperara el conocimiento hasta que volviéramos, y, otra vez había acertado. Desde las profundidades del “camarote”, y de su propia inconsciencia lo vimos emerger, como un fantasma sonriente, pidiendo un trago y una seca, ajeno a todo lo que había pasado. La cosa fue que nos pusimos lentamente al tanto de las pequeñas infracciones que habíamos estado protagonizando sin tener ni la menor idea. En resumen, el “problema” había comenzado la tarde pasada, cuando mientras destapábamos botellas y nos zambullíamos alegremente en ese río más contaminado que el riachuelo, ya habíamos “molestado” a algunos vecinos (sin ninguna intención, por supuesto), seguido de nuestra travesía, sin salvavidas, en una “embarcación precaria” (el botecito que hacía agua!, recordé), con la que habíamos entrado en una zona de circulación “restringida” (tal vez solo para esos barcos gigantes?), de noche y sin luces (absolutamente cierto, nada que agregar). Por no mencionar nuestro inapropiado comportamiento en la lancha colectiva (supuse que se referían a G que tuvo la brillante idea de tomar con una pajita de la botella que yo llevaba escondida dentro de la campera, aunque estábamos solos en la cubierta. Al parecer habíamos sido observados por una anciana, que sin estar segura sobre que hacíamos, dio por descontado que algo como mínimo indecente). Todo esto seguido por nuestra última incursión a tierra, en el fallido intento de dar con el bote, y por supuesto, la caída de G, casi un clavado a una playa pedregosa (sin consecuencias físicas, afortunadamente), aunque un tanto ruidosa.
El arreglo conseguido por M consistía en que nos íbamos directo a dormir (no ruido, no música, no nada), y ni bien se hiciera de día, moviéramos nuestro “campamento de hippies” (¿?) a cualquier parte, fuera de las instalaciones del club. Así que, por decreto, nada de cantos, ni zambullidas a la luz de la luna (igual, la única que teníamos excluyendo un par de encendedores), y por las dudas, estrictamente prohibido vomitar a través de la baranda.
Como última sugerencia, G, secundado por J, que ya estaban de nuevo colgados de una palmera, propusieron intentar nuevamente poner en marcha el barco y largarnos “sin hacer ruido”, a Uruguay, o donde sea, democráticamente elegido.
M, que había exhibido algunos signos de tomarse demasiado en serio su papel, se encontraba finalmente dormido como un tronco. Yo, por mi parte, no me oponía en principio a nada, al menos hasta escuchar la idea entera (en este caso tenía mis dudas sobre la primer parte, es decir que “el dúo dinámico” consiguiera arrancar el motor (supuesto que lo tuviera), en plena oscuridad y “sin hacer ruido”, dados sus reiterados fracasos en mejores condiciones y con luz de día. Quedaban por opinar, para mantener la democracia, S y E.
E, que manifestaba un malhumor creciente desde la caída de G y nuestro encuentro posterior con la ley, se limitó a decir que era una locura de dos colgados, que no hicieran bardo y que se iba a dormir. S, en cambio, que había dormido todo el viaje en la lancha patrulla (y probablemente también durante el sermón. S tenía la capacidad de dormir manteniendo los ojos semi abiertos), se mostró bastante interesada en el proyecto, no tanto con el destino, sino más bien, con la idea de navegar (que al final, a eso habíamos ido).
Democráticamente, el “tablero” quedó conformado: tres a favor, dos en contra, y un apoyo parcial. Así que se asignaron tareas, desde vigilar a los durmientes hasta mover herramientas, y repartir bebidas en el mayor silencio posible. Democráticamente trabajaron los dos “ideólogos” hasta donde recuerdo. S y yo nos dormimos una apoyada en el hombro de la otra, vaya a saber a que hora (nadie tenía reloj, para que?).
El sol nos despertó, democráticamente a todos, casi al mismo tiempo. M, el único que había dormido en un colchón, se estiró, miró con escaso interés el desparramo de múltiples e inútiles objetos, y dijo: - che, que quilombo, juntemos todo así nomás y nos vamos. G y J solo se miraron, uno murmuró – casi, eh, nos faltó un poco de tiempo nada más. El resto no dijo nada, cada uno concentrado en auto evaluar el “alcance de los daños”, luego de tres días de gira. Movimos con esfuerzo, y no sin dolor nuestros contracturados músculos, emitiendo esporádicamente breves quejidos (tampoco es cuestión de perturbar al prójimo, que ya cada quien tiene lo suyo). Cargamos nuestras cosas, y tomamos nuevamente la lancha colectiva a tierra firme.
Y así, sin pena y sin gloria, concluyó nuestro “fin de semana navegando”. No habiendo conseguido mover el barco del puerto, se podría decir, sin faltar a la verdad, que viajamos bastante.

Texto agregado el 18-06-2004, y leído por 170 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-08-2004 Welcome to a place where all the world is water and the stage is all the world. Welcome to the turblulent waters of your imagination,the calm of happy memories. Welcome to this uncharted realm. Welcome to "O". ...le cirque du solei... [cherchez-le] dedalo
 
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