Me alejo, me transformo en aquello que nunca existí.

Mi pelo decae y no hay enfermero que logre hacerlos marchar y contramarchar a mi propio cuerpo.

Pero por esta vez la marcha logró completarse después de expulsar a los cerdos malolientes que obstruían nuestros finos ojales.

Trescientos sesenta grados infinitos, oscuros y misteriosos cerrados sobre mi espalda, lastimados por los miles de atributos adjuntados a mis hombros.

La cima del sorete se ve, se huele, se come, pero no se toca.

En cambio soy total a mi verdad, mi influencia y mi esquizofrenia.

La esquizofrenia (la mía) distribuye tareas a mi entorno.

Nadie cuestiona, todos acatan, a pesar de las heridas y los muertos de sed que se van quedando, estoicos, en los alambrados del camino.

La causa está comprendida y acotada, por lo que resta poner en marcha nuestras idealizaciones tácitas. Lograr triunfar. ¿Caerá Babilonia?

Despertarme del sueño del éter con un tambor y una bala rusa apuntándome al espejo.

La onomatopeya será la misma al final.