La playa de San Sebastían dormía la siesta. Desde lo alto del séptimo piso solía reanimar los sentidos y percibir el aroma del meneo costero. Era domingo, plomizo fin de semana para quedarse en casa mientras ordenaba libros y películas antiguas que ya nadie ambicionaba ver. Llamé a Buenos aires para deleitarme con la voz de mis padres, eso me confortó sobremanera. ¿Acaso unas palabras rodadas por el teléfono tengan tanto poder? Pues sí.
La soledad no siempre me aturdía, muchas veces la examinaba como un sendero que halla su gruta de avenencia y me recreaba como un chico. Un pibe de 50 años, fijate.
Ordené el departamento, puse la ropa a lavar, y terminé de preparar la cena que ya había hecho la noche anterior, costumbre de mi vieja. “La vera pasta para que sea buena buena la tenés que hacer un día antes che, sino no hay forma.” Y es verdad.
Cuando estalló un trueno sobre el mar y giré para mirar por la ventana, ví la figura de mi vecina Ainhoa que me saludaba con la mano.”Vestite boluda”, le dije entre dientes, “¿Puedo ir?”, me pidió con ese gesto de juntar las manos y de paso taparse, “¿Si?”suplicó.
Rubia, hermosa, inteligente, “esta piba me puede” dije, “¿Qué querés de mi?, ya hablaba solo como los locos. Cuando sonó el timbre abrí la puerta y sin contestarle volví a la cocina.
“¡Como se puede guisar así dios!” entró a los gritos con una sábana enroscada al cuerpo y unos pantaloncitos cortos de jean como única vestimenta.Cortó un pedazo de pan y lo embebió en la salsa de tomate cerrando las pestañas mientras respiraba entrecortada y el pelo le caía por los hombros desnudos. Era la imagen misma de la inspiración de cuanta belleza distinguí en toda mi vida. Luego, besó mi mejilla.
“Escuchame che, vos ¿sos siempre así o te entrenás?, andá a ponerte algo”.”Me mola cuando me hablas con tu acento de señor mayor educado”, clavándome la mirada agregó “y de homo Neardenthal sudaca y extinto joer”.
Sonreí, también era graciosa con su universo de arrogancia vasca.
“Ok, ¿vas a darme de comer o me voy?” Dijo apoyando la mano en la mesa y meneando los dedos en ansiosa espera. Fui hasta mi cuarto y le lanzé una camisa blanca, “Cambiate que pongo la mesa dale”, cuando pasé por el equipo de audio elegí una música de mandalas muy suave, desde el baño se escuchaba “Eres el hombre que más me ha conocido en la tierra, y es que no me lo puedo creer, ¡amo esa música!”.
Hice lo de costumbre ¿All Right?:el vinito, la mesa límpida, ese sonido de saxos y guitarras, el perfume, la magia, la noche sin tiempo, las miradas deslizándose como en puntillas, apenas un roce cuando pasó entre mi para sentarse, sé que hice lo que siempre hacemos los hombres, no seré yo el cósmico creativo de cómo ganarse una mina, pero…Hey! yo no necesitaba eso, ella nunca se dejaría conquistar, ni me interesaba esa parte de la historia como nunca creí en las relaciones ganadas ni perdidas, y sí sabía muy bien que las mujeres constantemente me han transformado, siempre para mejor, siempre, de ellas aprendí lo que sé de mí hasta la médula, porque los espejos del aliento son sus ojos en los mios.
Cenamos como dos ángeles a media luz frente al océano, mirándonos sin una palabra, ni una. De tiempo en tiempo reíamos bajito.El tema comenzó cuando puso las piernas sobre la mesa y dijo “Tengo mucho calor”, y acentuó el OR con la boquita roja y mojada mientras iba hacia el dormitorio zarandeándose como una bailarina de tango, ¡Uy de atrás parece Claudia, estoy en el horno!, pensé.
Hicimos el amor hasta la madrugada, no era la primera vez, Ainoha entraba y salía de mi vida cuando lo deseaba.
“¿Sabes por qué vengo contigo?” preguntó de espaldas. “Si, lo sé” contesté en su cuello que olía a mujer amada por horas.
“Hay algo que no comprendo”, agregó.No respondí. “He mirado tus fotos en la sala, has recorrido medio mundo, te vi en camello por las dunas, con campesinos del antiplano, en las mesetas de armenia, entre los brillos de grandes ciudades… “No sé cuando me iré, si querés saber eso” la corté, “No, no es eso cariño, lo entendería, me inquieta saber por qué yo estoy aquí, entre tus brazos, con la sensación de... como si fuera de toda la vida, sólo eso”. Su voz me colmó de ternura, y ¿de culpa?, no, de culpa no.
Otro tipo hubiera dichos frases precipitadas de las que cuesta arrepentirse, pero en mi cabeza tenía a Claudia que me decía: “Está bien que salgas con chicas pa, pero no enamores, no enamores Ernesto, por favor, al menos sé digno en esa parte.”
Callé más por intuir otro algo superior, con los años aprendés a ser cauto, y ser cauto no consiste en tener miedo sino en la prudencia, algo que Ainhoa desconocía a sus 28.
A la mañana se despertó sobresaltada porque era tarde,cirujana del Hospital Donostia entraba a las 9, antes de salir me dijo “Eres un sol, pero no quiero que te confundas”, me besó y al oido agregó “Asko nahi ukan” (te quiero mucho), “Maitasuna” (si amor) susurré. “¿Nos tomamos algo hoy?” pregunté, “No, mejor no” contestó.
Salí al balcón y observé las orillas bañadas por el mar cantábrico y sus ocho siglos de la bella Easo. La brisa empapó mi cara y volví a sentir la prontitud del viajero en la sangre, del viajero que todo lo puede.
Saqué del segundo cajón de la mesita de luz el ticket, debía pasar por mi hijo mayor en Londres y recoger juntos al menor en Roma, de allí a la argentina directo.
La vida es un juego de verdades y mentiras, muchas veces confundimos donde vive una dentro de la otra y salir del laberinto sólo exige un breve lapso de reflexión para uno mismo y la otra persona, nos engaña el destino con nuestros apetitos y esperanzas, yo prefería esperar que la lluvia matinal me animara y sacudiese… entonces sí podía emprender el rumbo hacia algún sitio o corazón.
No te apures para decir que amas, la marea baja siguiendo su luna y después remonta sin ligereza.
De todas maneras la iba a extrañar, eso ya lo sabía de antes, porque en el fondo… inmortalmente existiremos como “Peines de los Vientos”.
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