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Para mi querido enfermo,


Se me hace extraño contarle estas cosas a usted, pero, creo yo, que el único remedio que se me ocurre que podría funcionarle es conocer esta historia. En mi calidad de enfermera, he tenido que tratar con casos parecidos al suyo; sin embargo, usted tiene algo de particular y necesita un tratamiento diferente. Le contaré la historia siguiendo el verdadero testimonio que escuché. Trata de una chica, muy extraña por cierto, pero con una hermosura mágica y única. Ella ha estado teniendo sueños muy extraños, verá... me los contó a mí porque cree que puedo escucharla sin juzgar y yo se lo cuento a usted porque creo que lo va a entretener.




Se encontraba sola en su cuarto, sí, muy sola. Unos días antes había sentido cosas nuevas, a pesar de que su edad superaba los treinta años y ella creía que ya lo había sentido todo. En esos días descubrió que la naturaleza movía pasiones. Fue como una revelación pues nunca había pensado en cosas así. Sus reflexiones la llenaban de inquietud y confusión. Aquel día, decidió sentarse en su cama, miró alrededor y fijó la mirada en un PERRO de peluche que sus amigos le habían regalado. Ese peluche mira muy raro, se decía a sí misma, entonces siguió mirándolo... miró en esos grandes, profundos y marrones ojos y por un momento se perdió en ellos. Le hubiera gustado que esos ojos fueran los de él, él nadie más que él.


Era ya muy tarde, tenía que irse a dormir, pero no podía olvidar esos ojos... esos ojos que le recordaban a ese niño casi hombre que un día hizo que su corazón casi escapara de su cuerpo. Lo recordaba, sí, podía sentir su olor impregnado en su piel aún, lo podía sentir tan cerca que casi lo tocaba. Y su corazón volvía a latir como ese día. Era un latido continuo y asfixiante que producía agitaciones en todo su cuerpo. Se recostó tranquila en un principio y poco a poco se fue despojando de sus prendas casi inconscientemente. Hacía frío, sí mucho, la ventana estaba abierta y el viento que entraba acariciaba su cuerpo. La luz de la luna entraba en su habitación como si quisiera ser humana por lo menos una sola vez y poder sentir el leve temblor del cuerpo cuando se ama. Ella miraba la ventana. Su mano derecha era muy traviesa y su sexo pedía a gritos que la tocaran. Estaba caliente ahí abajo, los fluidos corrían, ella podía sentir que bajaban lubricándola y unas cosquillas insoportables recorrían su cuerpo entero. Su mano traviesa empezó a colarse entre sus piernas, primero un dedo, luego dos… luego esa mano no era suficiente para controlar ese deseo de llenar el vacío que sentía.
Había algo que faltaba para llenarla. Lo imaginaba a él mirándola en ese momento, viéndola retorcerse de deseo, viendo cómo perdía el control. Ella podía sentir que él la miraba fijamente. Parecía burlarse de la condición en la que ella se encontraba y la humillaba porque no hacía nada, sólo mirar. Ella tenía que prepararse, él no podía intervenir de la nada, iba a doler demasiado y lo sabía muy bien. Sólo esperar… pero esta espera lo intranquilizaba y él mismo se imaginaba tocando esos senos con sus manos calientes. Manos grandes y masculinas pero tan suaves como las de una mujer, pensaba ella y su corazón no le cabía en el pecho. Era insoportable eso que sentía, esas cosquillas, ese calor, todo era demasiado intenso. Quería que él la tocara, que dejara de mirarla así, porque eso la enloquecía más. Le desesperaba ver esa prominencia en el pantalón de él, eso que parecía luchar como un monstruo que buscaba cada vez más espacio. Ella no podía más, parecía gemir un nuevo lenguaje. Sonidos que sólo ellos dos entendían. Y ella seguía mirando ese muslo izquierdo que era acariciado por aquella curiosa prominencia. Ella sabía que lo quería en sus manos y entre la línea divisoria de sus senos. Tenía que llegar a él. Finalmente, parecía que él se apiadaba de ella; se acercó lentamente y empezó a tocarla muy despacio. Era el momento preciso para que se unieran esos dos cuerpos temblorosos y ardientes. El frío era una paradoja porque sólo calentaba más el ambiente. Él le acariciaba las piernas, tocaba todo su sexo de textura rugosa que se abría como si quisiera hablar, colaba sus dedos y lo hacía con tal violencia que dolía dulcemente. Ella pedía que la hiciera suya, pero él parecía no hacer caso, se alejaba de ella. De pronto salió de aquel trance, se paró y buscó a su fiel amigo el resaltador rosado. Volvió a aquel sueño y lo llamó de nuevo. Él se hacia el interesante, pero poco a poco volvió a tomar interés en ella. Apagó la luz y también hubiera querido apagar la luz de la luna. La miraba y se iba desnudando. Trataba de apurarse para poder probar ese líquido que salía del sexo de ella. Ése era el verdadero elixir y él quería beberlo. Cada gota sería suya y lo haría más vital e inmortal. Ella se moría por besar ese volcán oculto cuya lava quemaría sus labios y su lengua. Luego, la tomó violentamente entre sus brazos y la penetró con tal brutalidad que era casi imposible contener los gritos, mas tenía que aguantar y pegó un grito hacia sus adentros, un suspiro silencioso. Ese instante fue tan inmediato y delicioso. Ella sentía la respiración de él muy cerca de su cuello, sentía su excitación, sentía su sexo moviéndose dentro de ella y lo imaginaba tenso, al rojo vivo y apunto de explotar. Ella acariciaba esa piel tan suave y blanca como la de un lobo de la estepa rusa en invierno y que hacía un bello contraste con su propia piel perfecta para abrazos de verdad y sentía... sentía que en ese momento no existía ningún hombre al que podría querer más. Sin embargo, el deseo empezó a desvanecerse luego de unos minutos y él se alejaba dejándola tan mojada. Sabía que él no volvería nunca más y eso… eso dolía, sólo dolía.

Texto agregado el 15-01-2010, y leído por 98 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-01-2010 Nada interesante que contar. Sólo tengo sueño. NickName
15-01-2010 vieja calentona! marxtuein
 
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