Mi abuelo siempre se mantuvo ocupado resolviendo crucigramas y llenando pupiletras. Era un adicto a los entretenimientos bizantinos. Su hijo, mi padre, heredó sus costumbres y se dedicaba a cubrir las tardes de ocio -y las noches-, jugando con mi madre al Dominó, al Ludo o al Monopolio. Creo que yo he sido el resultado de esas adicciones al “matarrato” y me convertí en un terrible vicioso de los juegos de Vídeo: Ataris, Nintendos, Play Station, Nintendo 64, Game Boy... Los devoraba todos. No me mal entiendan, no era uno de esos que dejan sus zapatos o las DNI en los dispendios interactivos. Solo lo hacía para... para “matar el rato” y eso era todo. Total, no me gustaban las fiestas, los bailes, las modas y tampoco tenía hembrita alguna. Mi padre y mi abuelo decían “es preferible eso a que sea un pastelero o un maricón chupapinga” . A lo que mi madre agregaba “..o un rocanrolero desaliñado, como ese Señor Leinad”. Siempre estuve intrigado por saber quién mierda era ese “Señor Leinad”. “Es un cincuentón feo y huraño, que enseña guitarra en el Centro para Adictos a los Fármacos” me dijo mamá “es un loco que nunca se a casado, y hasta dicen que nunca tuvo, siquiera, una enamorada” . “Pero claro pe’ mujer -sentenciaba papá, entre idiotas carcajadas- con esa cara que se maneja.. lo único que le ha quedado por hacer a ese tío es seguir corriéndose la paja”. Fue entonces que decidí ir a ver al sibilino Señor Leinad.
Con la excusa de querer aprender a tocar la guitarra, me enrumbé hacia el Centro para Adictos, ubicado muy cerca de otras instituciones estatales encargadas de la salud y el bienestar: hogares para enfermos mentales, colegios para niños especiales, casa de expósitos, alojamientos para gente de la tercera edad, hospicios, albergues, orfanatos, manicomios y esas cosas un tanto deprimentes. El sitio donde llegué se llamaba Centro de Recuperación Bartolomé de las Casas, un lugar gigantesco, al cual acudían todos los malogrados de la zona. A pesar de lo ascético del lugar, uno no puede mantenerse ajeno a esa atmósfera entre glacial y siniestra, entre metílicos y cloroformos, que despiden los muros del mesón. En uno de los patios se encontraban los pastrulos, regados por todo el piso, barbudos, flacos y pulguientos. Uno de esos se me acercó y quiso picarme un cigarro o un sencillo, lo que caiga primero. Tuve que decirle que estaba misio -lo cual era cierto- y que solo venía a tomar unas lecciones de guitarra. “Puta que eres bien malo, barrio -me dijo el trulo- ya, ya, anda vete nomás conchatumadre”. Yo seguí buscando la Sala de Música y al tal señor Leinad. De pronto, comencé a escuchar unas consonancias algo infrecuentes, un cromatismo desusado. Seguí los extraños e insólitos sonidos hasta que, por fin, pude hallar su procedencia. Era el tan mentado Sr. Leinad. Aquel hombre, con casaca negra de cuero y jean desgastado, estaba impartiendo una clase. Pero, más que una lección, era un coloquio, una broza con sus eventuales alumnos. Hablaban de las relaciones interpersonales, de romances estropeados, de enamoramientos prematuros, pero también de computadoras, de psico acústica, de física básica y, por supuesto, de música. Y, contra todos mis principios abúlicos, todo lo que allí se decía me interesó como mierda. Y me interesó aún más, cuando aquel viejo Sr. Leinad, dijo ser un descarriado a muerte de los Juegos de Vídeo, y que sus video games favoritos eran el Golden Eye, Killer Instinc, Vicker Mouse y el Doom 64, Counter Strike que también eran mis favoritos.
Después que impartió su clase, me acerqué a él y le dije que quería tomar unas lecciones. Me dijo que sí, que “komo las huevas” . Y por fin lo vi de cerca. De verdad era uno de los tipos más feos que haya visto en toda mi vida. Su nariz prominente, su barbilla desproporcionada, su manojo de cabellos quebradizos y orquillados, su extrema delgadez y su amarillenta piel, daban una pista -sino la respuesta- al porqué se ha mantenido oculto y ajeno a la vida en sociedad.
- ¿Kómo te llamas? -me dijo, mirando a otro lado.
- Daniel -le contesté- ¿Cuánto me van a salir las clases?
- Nada. -me dijo, al tiempo que abría un paquete de galletas integrales- El mejor pago es ke salgas de akí tocando. Y si es una kanción tuya... pues ¡mejor!
En los días siguientes me enteraría de la vida y avatares de ese hombre. Nacido en el Callao, el Sr. Leinad nunca fue lo que se dice un alumno aplicado, por lo que dejó el colegio antes de completar el mínimo de condena que les dan a los niños por llegar a este mundo. Carece del sentido del olfato y su sentido del gusto está reducido a la mínima percepción. Su vista, en cambio, es envidiable, así como su sentido de la audición. Asténico, cariátide y con una ligera tendencia a tartamudear, el Sr. Leinad vivía en el Centro de Recuperación, rodeado de pastrulos y alcohólicos. No era un interno. Lo que pasa es que los encargados le dieron un cuarto y comida, a cambio de las clases de guitarra y nociones de música que él impartía, amen de ayudar en algo por las noches. Luego me iría enterando por ahí, que cuando pasó la adolescencia llegó a tener una agrupación de música rock, que grabaron discos y que fueron muy reconocidos tanto por la prensa complaciente como por la crítica más seria y underground. Fanático de la música progresiva de los 70s, el Punk Rock y el Metal, el Sr. Leinad hizo obras musicales bastante alejadas de las figuraciones y las modas, y por ello siguió siendo un misio de mierda. Pero su retiro de las canchas de concierto no fue por el inexistente “éxito” comercial. Su retiro se debió a su extrema fealdad. Claro, no me imagino que sea muy agradable el subir a un escenario con ese físico y que miles de personas se queden ahí, mirándolo a uno, como si fuera un ser extraño o el sucesor del lordótico Hombre Elefante. El Sr. Leinad, por todo aquello, solo aguantó unos cuantos años esa vida azorosa de autógrafos, primeras planas y vídeos. Al parecer, tuvo su buen cuarto de hora, el tío. Un buen día agarró sus canciones y se encerró en su hogar para no salir nunca más a la vida pública.
- ¿Porqué no siguió con las presentaciones y esas cosas que deben ser experiencias bien bacanes? -le pregunté un día.
- Ni tanto -respondió el Sr. Leinad con gesto desganado- al menos yo, las más de las veces, lo ke sentía al estar parado frente a tantas personas, era vergüenza. Vergüenza y nada más ke eso. La mayoría de las presentaciones eran para mí una verdadera tortura. Y si kontinuaba kon todo eso era porke mucha gente me empujaba a ello. Lo ke pasa es ke yo siempre viví sumergido en una eterna adolescencia, siempre me sentí como de 17 o 21 años. Siempre andaba rodeado de gente muy, pero muy joven. Ellos me daban esa fuerza, ese espíritu para continuar. Sus palabras, los agradecimientos que les salían del corazón, los constantes obsequios y tantas cosas, me comprometían a seguir en eso, en todo akello ke me estaba oprimiendo el alma. De pronto, kuando ya tenía komo 40 o 41 años, la adolescencia se me fue un tanto de golpe. Se me comenzaron a caer los dientes, perdía más y más pelo. Mi piel y mis huesos comenzaron a sentir el paso irremediable de los años. Si bien siempre he sido feo -y lo sabía perfectamente- en esos días me puse aún más feo, impresentable, inmostrable. A partir de allí, solo me quedó hacer grabaciones y luego nada.... hasta llegar a este Centro...
- ¿Pero no le satisfacía el cantar, el hacer música y que mucha gente lo aprecie y le reconozca su talento, su valor como artista?
- Me satisfacía por lo ke, después de kada koncierto, tenía varios nuevos amigos. Eso era todo. Nunca hice plata, nunca gane dinero, fama o fortuna, pero gané lo ke nunca tuve de chibolo: amigos; gente ke me escuche y personas a kienes escuchar. Y eso era suficiente. Tu debes saber ke el no doblegarse ante los embates de la moda y lo fácilmente masivo, tiene sus desventajas... -dijo el Sr. Leinad, mientras dibujaba una cínica sonrisa en su rostro-
- Pero en nuestro medio -traté de hacerme el polémico- el hacer las cosas con el corazón lo dejan a uno fuera de carrera. Todos van por la marmaja o por levantarse alguna hembrita. El que se dedica a artista: o es un gran farsante o es un loco de mierda...
- Eso de “todos tenemos algo de loco” es bien cierto. Y es ke arte y locura, van de la mano. Se supone ke el arte es una forma, o el resultado, de un tipo de locura. Solo un loco podría tener en su mente ‘melodías’, ‘imágenes’, ‘historias’... ke luego las plasma en una partitura, un lienzo o un libro. El arte es una válvula de escape por donde los individuos kanalizan y discurren todas sus angustias, ansiedades, represión, en fin: el sufrimiento. Imagínate ke no existiera el arte... El número de, lo ke la sociedad llama ‘locos’, se incrementaría como la putamadre. Porque, eso si, ‘locura’ es una cosa y ‘demencia’ es otra. La locura es, lo ke klínikamente se konoce komo la pérdida, transitoria o por un largo período de tiempo, del racionalismo normal, mientras ke la demencia es la desintegración, irreparable muchas veces, de la vida psíquica komo la konocemos. Un loco, por lo general, ‘habla’ o ‘dice’ disparates, o tiene pensamientos voladores y puede terminar haciendo una banda rock o poemas. Un demente, en cambio, es alguien ke puede ser kapas de hacer volar un edificio kon gente adentro, solo porke el color de las ventanas lo angustia.
- Pero ¿no le jode el tener que vivir en medio de pastrulos y rajados? -pregunté.
- Prefiero vivir kon drogos, a estar cerka de los defensores de la infamia o la impunidad, aunke akellos no sean más ke el resultado de estos. Las autoridades solo se preocupan por encerrar drogadíctos y estorbar el diario vivir de prostitutas, homosexuales, obreros y de los chicos en edad escolar. Prohíben conciertos de rock, porke dicen ke son perniciosos, hacen mucho ruido y suele haber peleas. Pero no hacen lo mismo kon salsódromos, chichódromos o kon los estadios de futbol, donde las drogas, la violencia y la muerte, son los ingredientes habituales.
Poco a poco fui comprendiendo porqué el señor Leinad había terminado envuelto en todo ese halo medio de fábula, de mito y de cuchichería. ‘Es un loco ’ decían. Pero en clase, el Sr. Leinad, el ‘loco’, el ‘feo’, era el mejor maestro que conocí. Sus charlas eran fabulosas, sus historias eran fabulosas: cuentos anarquistas, anécdotas universales, movimientos anti-taurinos, Diógenes, Antonín Artaud, Nietszche, Francisco de Asis, las drogas, sexo y rock’n’roll. La manera que tenía para enseñar era sencillísima y amena. Le gustaba explicar hasta lo que para cualquier domine le hubiera parecido de lo más absurdo.
- Hay personas ke kreen ke los trastes son los espacios destinados en la guitarra para hacer los akordes korrespondientes -decía el Sr.Leinad- pero en realidad ‘trastes’ son los pequeños filamentos, a veces metálicos, a veces de hueso, ke están dispuestos en el mástil del instrumento...
Y todo lo explicaba tan chévere que daba gusto estar en su clase. Inclusive cuando se volvía medio complicado, era un tío animado. Como la vez en que trató de adentrarnos en el uso y funcionamiento del Metrónomo de Doble Tiempo, inventado por el británico John McLaughlin
-McLaughlin fue uno de los grandes guitarristas de los 70 -explicaba el señor Leinad- él decía ke tomando el tiempo principal, al kual llamaremos Tempo A, el kual se puede subdividir hasta en 99 tiempos, lo kombinabas kon el Tempo B, ke también estaba subdividido en 99 tiempos, teniendo, si lo deseas, 98 tiempos en kontra. Después tenemos la palanka C. Ahora bien: si kiero un ciclo de siete, sakado del B, me dará un golpe sobre el “uno” de kada siete del B, y si empujo el kontrol hacia adentro, llegaremos a tener cinco de kada ciclo de A. Vamos a suponer ke tienen 60 golpes por minuto y la letra A está dividida en, por decir, cinco. Después tienen el ciclo B dividido por siete, entonces para kada “uno” Uds. tendrían cinco y siete A y B. Es el mismo compás subdividido diferentemente. Kon la palanca C puedo decir ‘dame uno’ cada tres del siete, lo cual solamente va a aparecer tres veces kada 21 golpes. Bajas luego el volumen del B y tienes solo el C, lo kual es una variación del B -ke no se escucha- en kontra de cinco.
El Sr. Leinad sabía llevarse bien con todos y nadie lo jodía en clase, pues, a pesar de la falta de atributos físicos, muchos lo respetaban y le tenían ley. Otros le tenían miedo. Decían que era un satanísta y que había matado a varios pastrulos solo por mirarlo. Cargaba siempre una Smith & Wesson calibre 38, ligera, de cañon corto. Los menos interesados decían que simplemente era un viejo onanista, un pajero.
Al comienzo, en las primeras reuniones a las que asistí, todo estuvo bacán. Casi todos nos reíamos de las ocurrencias de tan singular maestro y de su manera de explicar las cosas. Todos, después de una primera, y chocante impresión, nos terminábamos acostumbrando a su rostro, a sus rasgos tan poco beneficiados y a su voz.
Pasado algunos días, empero, las cosas comenzaron a cambiar un tanto. En cada nueva clase, al Sr. Leinad se le veía cada vez más triste y taciturno. Hubo sesiones en que casi no hablaba y solo se limitaba a los ejercicios en el diapasón, afinaciones en FA sostenido, escalas pentatónicas, giros y saltos de octavas menores... pero nada más. Algunos alumnos no entendían muy bien que huevada le estaba ocurriendo.
La respuesta, el motivo a este cambio súbito de humor, fue aquella tarde de Otoño en que llegó al Centro, una dama muy linda, muy hermosa. El Sr. Leinad, como cada tarde, estaba tomando un refrigerio en el cafetín del local. Aquella chica lo vió y se acercó a su mesa.
- ¿Está ocupado este asiento? -preguntó la dama, que llevaba un sencillo traje azul.
- No -le contestó el Sr. Leinad, sin mirarla.
- ¿Puedo sentarme? -dijo aquella señorita con voz muy suave.
- No sé. Si kiere. -dijo el Sr. Leinad con aire misógino pero con inocultable vergüenza.
- Pues claro que quiero -le dijo la chica con una gran sonrisa, y procedió a tomar asiento.
El Sr. Leinad, al ver su espacio invadido, hizo lo que cualquier otro feo hubiera hecho en su lugar: intentar arrancar despavorido. Pero ella se lo impidió
- ¿Porqué te vas? -inquirió la chica- ¿Te he molestado acaso?
- No, pero.... tal vez quieras estar sola.
- Por favor, lo que menos deseo en estos momentos es estar sola -se apresuró en decir la damisela que parecía estar pasando por algún tipo de crisis- solo quiero conversar con alguien. Estoy un poco desorientada y el alma se me está cayendo a pedazos. Por favor, no te vayas.
- Pero... ¿y ke podría hacer yo? -inquirió el Sr. Leinad, un tanto perplejo.
- No sé. Pero no me abandones.
- Disculpa. No lo voy a hacer. –dijo el Sr. Leinad, bajando la mirada.
- Tal vez te parezca algo trivial o tonto, pero el hombre que me gustaba me dijo que me vaya a la mierda, que nunca se fijaría en mi porque soy fea...
- ¿Fea TU? ¡Pero si tu eres una mujer preciosa! -dijo el Sr. Leinad, sin poder ocultar el súbito enrojecimiento de sus cachetes. La chica lo miró, sonrió y siguió hablando.
- Yo siempre veía a este chico cada vez que salía de su Instituto. Y me gustaba, me gustaba mucho. Hace unos días me armé de valor y decidí decircelo, decidí confesarle lo que por él sentía
- Muy mal hecho -aseveró el Sr. Leinad, como gran conocedor de estos menesteres.
- Si, mal hecho -confirmó la dama- Pero lo peor es descubrir que la persona de la cual una se a enamorado, es un patán de mierda que no tiene el más mínimo respeto por las personas, por los sentimientos... El muy roña tuvo la desfachatez de reírse de mí, delante de todos sus amigos...
- Sé de lo que hablas -decía el Sr. Leinad, con la mirada clavada en su taza de café.
-¿Alguna vez te han desairado o humillado de esa forma? -preguntó la chica.
- Tengo un promedio.... “normal” de humillaciones públicas. Pero últimamente no le he dado la oportunidad a nadie. -respondió el hombre- Además, tengo la ventaja de saberme no muy atractivo, así ke, de antemano, siempre supe ke iba a rebotar y nunca me hice ilusiones kon nadie.
- Pero yo creo que uno debe confiar en lo que le dicte su corazón -dijo ingenuamente aquella pálida señorita.
- Pero mírate a tí -dijo el Sr. Leinad- ¿Kómo has kedado después de seguir ‘los dictados de tu corazón’?
- Tienes razón -dijo la chica, y ambos se quedaron en silencio.
Se miraron un largo rato, en completo mutismo. Ella parecía tratar de buscar algo en los ojos del Sr. Leinad, tan oscuros, lóbregos, rodeado por esa maraña hirsuta de cejas y por algunos pocos cabellos que descanzaban en su frente. El Sr. Leinad, olvidándose totalmente de sus deficiencias estéticas, también la miraba, de frente, sin miedo, algo que no había hecho con persona alguna en muchos años. Afuera, una perezosa niebla húmeda comenzaba a envolver la zona, haciendo descender la temperatura considerablemente, frío que, al parecer, no parecía importarles a ninguno de los dos.
- A mi, kuando era chibolo -contaba el Sr. Leinad, ya con más valor para hablar- me decían ke el físico no era lo esencial, y ke más valor tenía la personalidad y el buen hablar. Al tiempo komprobé ke todas esas kosas eran puras babosadas, y ke lo más importante para estar en este mundo de las apariencias, es el físico, el aspecto externo de las personas. Yo una vez tuve una konversa bastante agitada kon uno de esos defensores de la teoría de ke el buen hablar, la ‘labia’, basta para konkistar a una mujer, y ke el físico es kosa sekundaria. Yo le decía ke No, ke el físico es lo primordial. Ke lo primero ke vé una mujer es el kuerpo, el rostro, el físico del hombre. Este pata me decía ke no. Pero después, él mismo me dio la razón kuando rekordó algo ke a él le había pasado: dice ke él estaba con una hembrita muy linda y estaba ke la palabreaba y la palabreaba. El es un tipo nada guapo pero kon muy buen chamullo. Es más: diría que es un tipo algo feo pero nada soporífero. Pero en fin, dice ke la chica ya estaba ‘por kaer’, kuando de pronto llega un pata rekóntra pintonázo, un churro el tío, y la chica se olvidó de mi amigo. La tía kedó embobada kon el nuevo llegante y terminó lléndose con el chico guapo.
- ¿Con el pintonazo?
- Si. Y ese tío lindo no necesitó desahacerse en lisonjas, discursos o caravanas. El chico guapo no dijo ni una sola frase inteligente o kabriolesca. Solo la miró, se la presentaron y se la llevó.
- Que fácil -dijo ella.
- Ke fácil -dijo él.
Se miraron y guardaron un soplo de silencio. El encargado del cafetín, el Sr. Enzo Bracamonte, los miraba desde el corredor. Mirno Marino, el cocinero, también estaba sorprendido de ver al Sr. Leinad conversando con una mujer... o viceversa.
La dama, mientrastanto, le agradeció al Sr. Leinad por haberse quedado. El Sr. Leinad hizo lo mismo, y notó que la mujer llevaba una de sus manos siempre cerrada, haciendo un pequeño puño o como guardando u ocultando alguna cosa.
- ¿Qué llevas en tu mano izquierda? -preguntó intrigado el Sr. Leinad.
- No sé -respondió aquella mujer- tal vez solo sea un balcón...
- ¿Eh? -se admiró el Sr. Leinad.
- ... tal vez una idea, una melodía o tal vez solo sea una nube -dijo la dama, sin mirarlo.
- Huásu... -exclamó el Sr. Leinad- tal vez sea la nube ke estuvo bailando anoche en mi ventana.
La dama, con una gran sonrisa, tomó la mano del Sr. Leinad, la abrió y puso la suya, como dándole lo que llevaba oculto.
- ¡Lo tengo! -dijo el Sr. Leinad, quien no abriría su mano en todo el resto de la tertúlia- ojalá no se me escape.
- Ojalá -dijo ella.
El cafetín, por lo general tan ruidoso y mugidor, parecía esta vez querer crear un marco de sosiego y quietud a tan inusual reunión. Al Sr. Leinad se le notaba visiblemente contento.
- Es la primera vez ke alguien me obsekia una nube -dijo el Sr. Leinad.
- Lo malo con la mayoría de la gente -comenzó a establecer la dama- es que ya nadie quiere creer en la fuerza de la imaginación. Todo tiene que ser material, tocable, tactáble. Solo creen en aquello que sea suceptible de ser probado. Tienen más seguridad frente a un hardware que a un software.
- Es ke también está el miedo -dijo el Sr. Leinad- la gente le teme a lo ke no conoce, a lo ke no puede ver y a lo ke no se puede sobornar. Muchos dicen no kreer, por ejemplo, en fantasmas, platillos voladores o en el amor, pero en el fondo lo ke esperan es ke en realidad no existan. Tienen miedo. El úniko software humano, las únicas sensaciones humanas ke han inkrementado su popularidad a traves de los siglos, son el sexo y la maldad.
- De ese software deben de estar viviendo muchos piratas de Wilson -dijo la dama con una sonrisa- deben de salirles pedidos a montones...
- Sí. Es ke lo malo kon la mentalidad de Occidente -se puso a discernir el Sr. Leinad- es ke todos miran hacia fuera, todos miran lo más fácil de ver, lo evidente. Imagínate ke, de pronto, deje de haber toca-cintas, VHS’s, leedor de CDs, televisión... ¡carajo! Todos se irían a la mierda, la humanidad no tendría nada ke ver u oír. Sus vidas obtúzas, programáticas y alienadas, no tendrían sendero alguno...
- Sería un desastre de proporciones apocalípticas -dijo la chica, quien seguía con mucho interés lo que decía el Sr. Leinad.
- En kambio –continuó el Sr. Leinad- eso no pasaría en civilizaciones ke no están akostumbradas a mirar hacia fuera, sino hacia dentro: los hindúes, los chinos, los penachudos del Nepal, nuestra gente de las serranías ke aún tienen kontacto kon sus fuerzas invisibles, algunos artístas, en fin. Kreo ke tipos komo yo serían menos despreciados en culturas komo ésas... –sentenció el Sr. Leinad con una cínica mueca a modo de sonrisa.
- Es que en verdad la gente sólo aprecia los exitos materiales y se han olvidado del espíritu -dijo la chica al tiempo que se arreglaba el cabello- es por eso que a mí me gustan aquellas personas que son tildadas de ‘locos’; son mentes libres, creadoras y habitantes de mundos mágicos e idílicos.
- Es por eso ke los encierran -dijo muy seriamente el Sr. Leinad- son gente peligrosa para la salud del sistema. El sistema, el establishment, no puede tolerar el hecho ke los seres humanos funcionen komo entidades individuales, komo entes aislados del mundo. Todos tienen ke estar sujetos a las normas sociales kreadas por unos infradotados ke lo úniko ke desean es la sujeción del hombre al dominio del montón, la integración a la manada. Para eso tienen a la policía, a los políticos, a los comerciantes creadores de necesidades, a los medios masivos basura y a los psicólogos.
- ¡Psicólogos! ¡Puágghh! -acotó sabiamente la chica- Esos sabelotodos tienen una pseudo explicación para todo. Dicen que encierran a la gente para ‘protegerlos’ del mundo y todavía se hacen llamar ‘Psicólogos’, ‘Psiquiatras’, cuando en realidad ninguno de ésos se ocupa realmente de la ‘psique’, del alma, del espíritu, y solo se ocupan de la mente y de observar la conducta de los demás.
- Es por eso ke hubo kienes kisieron kambiar la denominación ‘Psicología’ por ‘Mentología’, el estudio de la mente -acotó enteradamente el Sr. Leinad.
- ‘Mentología’, ‘Anti-psiquiatría’, ‘Conductismo’, ‘Praxiología’... ¡todas son la misma y destructiva tontería! -dijo la chica, con evidente enfado- pues al final siempre recurren a las terapias a base de fármacos, al electroshock, la insulina y a la leucotomía. Son unos malditos fabricadores de sofismas que lo único que quieren es crear robots que hagan lo que los estatutos dicen que tienes que hacer. Solo quieren crear sustitutos, imitaciones de seres humanos, sin ninguna de las cualidades básicas de los verdaderos seres humanos...
-Es por eso ke todos los sustitutos de la vida -decía el Sr. Leinad- todos los sucedaneos de nuestra existencia, los reeplazantes, tienen éxito: los travéstis, por ejemplo, los homosexuales, sin tener nada en kontra de estas personas, son más exitosos ke las mujeres; los demagogos tienen más éxito ke los pensadores libertarios, los artístas comerciales tienen más figuración ke los artístas probos. Hasta las flores de plástico son preferidas a las flores reales.
- Y la gente prefiere los aromas envasados a los perfumes naturales -sumó la chica.
-La gente no aprecia lo policromático de la naturaleza -continuó Leinad- y solo llega a disfrutarla en un fotograma o una película. Ahí recién se dan kuenta ke el mundo está lleno de kolores. Las mujeres del mundo ‘civilizado’ no gustan de los sensitivos, de los ke hacen del afecto su bandera. No. Las mujeres prefieren a los patanes, a los engañadores, a los mujeriegos, tipos ke tienen más kontácto kon lo material y están menos comprometidos kon alguna causa noble. Les parecen audáces y graciosos. ¡De ésos se enamoran las mujeres!
- Tienes una evidencia delante de ti -dijo la chica y luego sonrió.
- Un chibolito o un perro están más cerca de lo humano ke toda la humanidad adulta y presuntamente konciente. El afecto es algo ya en desuso, un anacronismo.
- Sí. El afecto está en extinción -dijo la dama, mirando al vacío.
- Kreo ke los epitimólogos deben estar muriéndose de hambre -dijo el Sr. Leinad, y la chica comenzó a reír.
- Sí.... -dijo la dama, entre risas- también los timopsicólogos -y volvió a soltar una carcajada.
Al Sr. Leinad le parecía un sueño. No podía creer que esté sosteniendo una conversación tan larga con una dama tan bella y que esta no se haya ido aún. Al contrario: parecía que ella disfrutaba mucho con la plática.
- Pero por ejemplo tu -dijo la chica mirando directamente a los ojos del Sr. Leinad- tu a mí me pareces un tipo atractivo, tu mirada, tu forma de hablar...
- ¿Ke?! -dijo el hombre, sin poder esconder su perplejidad- no seas kruel, niña...
- ¡En serio! Tu me pareces un tipo guapo. Y encima pareces alguien muy culto, que no parece que esté apegado a las cosas materiales... y no eres aburrido.
- Solo falta ke digas ke soy gracioso y ke bailo muy bien... -dijo el Sr. Leinad, intentando ser procaz.
- Puede ser -dijo la chica, con una coqueta mirada- aún no te conozco bien, tal vez pa’ la próxima vayamos a bailar...
- UUuuuu... y eso kuándo será -dijo Leinad, esperando una propuesta imposible.
- Pues mañana. Yo puedo venir acá a la misma hora. Si estás aquí, de seguro podríamos seguir conversando o, si quieres, podríamos salir a algún lado.
- ....... Me gustaría muchísimo -musitó el Sr. Leinad.
- Pues entonces... hasta mañana.
Y la dama se levantó, dio media vuelta y se fué. El Señor Leinad, el misógino, el duro, el hombre de los arpegios diatónicos y los acordes de séptimas disminuidas, de tricordes de acentos quebradizos y destructor de estructuras melífluas... se encontraba totalmente amartelado, ido, prendado, seducido, lelo, cautivo, camelado, absorto, idiota, embabosado... pero radiante, fulgente. Casi casi felíz.
La tarde siguiente, dicen que el Sr. Leinad estuvo sentado en el mismo sitio, a la misma hora y con evidente y tangible excitación. Pero, la hora pasó y la chica nunca llegó. Aquella mujer de la cual nunca supo ni su nombre, no se acercó para nada.
- Era lo lógiko -mascullaría luego el Sr. Leinad, amargamente- ¿Kómo chucha se me iba a okurrir ke akella mujer tan linda, regresaría?. Deben de haber tantos kompadres revoloteándola komo satélites. Kreo ke, ahora si, me pasé de huevón.
Por ello, al profesor Leinad, cada vez que se sentaba a tomar un café, o almorzaba, se le humedecían los ojos, de rabia, de vergüenza, de pena, pero parecía que solo yo me daba cuenta. Luego, a unos días de suceder esto, me enteraría de la razón por la que aquella mujer nunca se apareció: la dama en cuestión fue una de las tantas enfermas mentales que escaparon del manicomio del costado. Una chica que, humillada por un idiota que la rechazó hacía ya tres años, buscó refugio en el ensimismamiento, el autismo extremo, algo que los médicos suelen calificar como: ‘locura’. Una hermosa dama que intentó suicidarse varias veces y se le dio por escapar de su casa con angustiante regularidad. ‘Desquiciamiento por Causas Sociales’, explicaron los doctores. Hasta que por fin, al no tener otras soluciones a la mano, decidieron internarla.
Y aquella chica, justamente ella, la más bonita de las internas de aquel sanatorio, tuvo que irse a sentar, precisamente, donde se encontraba el Sr. Leinad.
Nunca pude averiguar el nombre de aquella dama. Solo sé que estuvo en el cuarto 7, del pabellón 18, del Albergue de Tratamiento Mental de las Hermanas de la Caridad, un lugar superpoblado donde van a parar todos los esquizoides, psicóticos y enajenados, cuyos familiares ya no desean hacerse cargo. De allí, tras aquella fuga, la dama fue trasladada, junto con otras internas, a un nosocómio del norte.
Es por eso que, aún hoy, me sigo preguntando si debiera o no decirle lo que sé al Señor Leinad. Lo único que me a quedado por hacer es continuar asistiendo a sus cátedras, a sus tristes soliloquios sobre armonía, a los ejercicios de solfeo y a las lecciones de música del atribulado Señor Leinad, el hombre que, en una tarde de Otoño, se encontró con una dama que le dio momentánea compañía, una fugaz esperanza, un recuerdo y... una nube.
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