Creo que desde la mañana sabía de alguna manera, que al atardecer estaría por la Escollera. Mi barrio tiene eso de anunciar cosas que no hay que perder de vivirlas y disfrutarlas. Apronté el mate cuando caía el sol con la ansiedad de ver que me tenía preparado esa mágica intuición y caminé lentamente las 3 cuadras hasta la Escollera. Comenzaba el espectáculo de vecinos en la puerta de sus casas, niños jugando con la alegría de una tarde que animaba a ser feliz. Los tambores en la calle Guaraní homenajeaban quizás también a ese sol ,que se iba mojando muy lentamente en el agua como diciendo estoy aquí porque están ustedes allá, regalo y milagro. Mirando hasta el último resplandor ,entendí que la vida es un caleidoscopio, nada es igual, ningún día tiene sombras y siempre intenta comenzar de nuevo.