Esa mañana al despertarse tenía una sensación tan extraña, algo que jamás había sentido en toda su existencia, un vacío en su interior, una lejana señal de ausencia, como si se encontrase solo en el universo. Recogió los pantalones del suelo y se metió en ellos, luego se ajustó los zapatos negros de siempre y se dirigió directamente a la salida de su casa.
Aguardó allí durante un largo rato, solo esperando el autobús, pensaba profundamente, el hueco en su ser parecía hacerse cada vez más grande, como si un agujero negro ocasionado por la explosión de la estrella de la juventud se formara dentro de sí. Era un tanto viejo, sin embargo, para sus setenta años parecía un fuerte hombre de treinta, el tiempo se había detenido en él y en todos sus compañeros, sin embargo los estragos de la memoria cumplían su papel de vejez.
Mientras aguardaba en la parada del camión recapitulaba las escenas de la película que había visto hace dos días, una película mucho más vieja que el… En la película una muchacha perdía a su novio en un accidente automovilístico y éste reencarnaba en el cuerpo de una niña, diecinueve años después, el joven reencarnado se encontraba con aquella que en la otra vida había sido su novia, comenzaron un nuevo romance, sin embargo, la joven volvía a morir a causa de una enfermedad. Le gustaba ver ese tipo de películas, le hacía sentir vivo, con esperanza, creía que tal vez él algún día también conocería el amor, y no solo la soledad, la tristeza y el sentimiento de abandono que hoy se arraigaba en su ser.
--¿Que tal estás R?—Preguntó de manera automática uno de sus compañeros que también aguardaban por el transporte.
--No lo se…-- contestó. Su acompañante le miró, pero no continuó con una conversación.
Esperaron allí hasta que el transporte del trabajo les recogió, a las ocho con cinco minutos, tan puntual como siempre, tan monótono. Dentro del autobús R. seguía pensando en la película, se preguntaba por qué la oportunidad no venía para él, habían pasado ya setenta años y jamás había conocido el amor, estaba ilusionado con una ilusión, y esto le hacía sentir ese hoyo negro creciendo en su ser.
Miraba a todos en el camión, tan jóvenes y llenos de energía, el parecía ser el único en el mundo con ese sentimiento de tristeza, con esa constante indiferencia por el trabajo y la monotonía, se sentía diferente al resto.
Su compañero nuevamente fijó su atención en él, escudriñó el rostro de R. y permaneció observándolo de manera atenta, hasta que por fin, preguntó
--¿Qué te pasa R? noto una semblante poco familiar en tu rostro— R. giró su cabeza hasta ver directamente los ojos de su compañero, una voz queda salió de su boca.
--Estoy muy triste, Z.— Su compañero le miró con indiferencia, sin un solo gesto en su cara, su mirada fría rebotó en los ojos vidriosos de R.
--Tal afirmación carece de factibilidad, R. La tristeza al igual que el resto de los sentimientos son propios del ser humano, nosotros no somos humanos, somos maquinas y las maquinas no tenemos sentimientos— entonces R. se sintió tranquilo de nuevo. |