Subir un sueño, tal vez sólo dos escalones, lo que para muchos es un paso apocalíptico. En el medio escalón la rodilla derecha talvez comienza a tambalearse mientras piensas qué lejos se encuentra arriba cuando son eternos los peldaños que nos quedan, un pie hacia adelanta y un poco arriba y allí nos encontramos un poco más cerca del sueño. Cae la pregunta eterna, como cuando cierras los ojos en la mullida almohada, qué sueño es el que vendrá: quizá sueñe contigo, con tu nombre, con un amigo, simplemente un desconocido o nadie, alguna roca o una marioneta, nunca se sabe. Y te enderezas para seguir subiendo, para alcanzar el implacable desenlace del estar despierto. Medio centímetro de escalón y alguna fantasía más cerca, menos tambaleante ésta vez, capaz por estar medio minuto más dormido o por encontrarte con menos temor, menos miedo; a cualquiera puede darle miedo lo desconocido, aquello de no saber cómo ingresar a lo inmanejable, como entrar en una fiesta de desconocidos (como verán escribí “desconocidos”; sí, como el “desconocido” anterior pero más conocido) donde no sabemos a quién saludar ni cómo, toda una presión innecesaria. Así, medio milímetro más avanzado hacia la gloria de deshacernos de las gruesas correas de lo moral, de lo físico o cuántico, alejado del oro y la matanza, dependiendo del sueño.
Al enterrar un cuarto de pie al fondo del profundo peldaño que se ahoga en negras sombras, caes en la cuenta de lo increíble que fue aquel paso habiendo logrado el cometido inicialmente planteado; ya te encuentras en el segundo escalón y aún quedan y quieres más.
En cuanto emprendes el tercer escalón ya sabes que te encuentras dormido y el camino simplemente te lleva como una corriente excitada en libertad. Nada es lo que esperabas y la conciencia ya no funciona, nada funciona; sólo la marea clara de lo onírico, el plácido sendero del suelo que quieras para recorrer. Sobrepasando las tres cuarta parte del tercer escalón, una voz te despierta y todo se acaba, de nuevo en el omnibus. Aturdido, recién arrancado del calor del sueño te enteras de por qué aquel segundo escalón es apocalíptico.