Les habla la rayita vertical que el domingo muchos utilizarán para conformar una cruz en un voto, el que luego será contabilizado con muchos otros y al final, se decidirá quien será el Presidente de la República. Aunque ustedes no lo crean, yo pienso y lo hago bastante bien. Pues bien, ya colocada sobre el nombre de uno u otro candidato (créanme, no tengo color político y me da exactamente lo mismo en donde yo sea situada), la millonada de cruces que sancionarán al ganador, para mi gusto, lo arrojarán más bien a la fosa mortuoria que al sillón presidencial. Y como soy creativa, vaya si no, me gustaría objetar ese símbolo que desde siempre ha servido para salvaguardar a la especie de los aborrecibles vampiros. ¿O acaso creen ustedes que Drácula sobreviviría a una elección en la que las cruces lo sancionaran como triunfador? De ningún modo.
Por lo tanto, y aquí comienzo a lucir mi desbordante imaginación, ¿no sería más lógico que fuese un visto bueno, ese mismo que utilizan los alumnos para elegir la respuesta correcta en sus listados y pruebas, el que sirviera para signar al elegido por el votante? Además de creativa, soy demasiado humilde para patentar esta maravillosa invención, por lo que si alguien decide adoptarla, bienvenido sea.
Tema insoluble son los que votan en blanco. Yo no los comprendo, puesto que es como ir a un restaurante, no servirse nada y pagar la cuenta. Ahora, detesto a los que votan nulo, ¡que atrocidades colocan en vez de elegirme a mí, tan delgada y bella! Claro, son los mismos que rayan muros de baños públicos con sus dibujos groseros y consignas sin sentido.
Pues bien, prosigamos, Siendo una hembra, estilizada como un cabello, he resuelto asistir a gimnasios y a clases de yoga para mejorar aún más mis formas. Si voy a superponerme a esa raya horizontal para conformar la ya cuestionada cruz, debo lucir como una modelo, por supuesto que no tan anoréxica, para no brindar un lastimoso espectáculo, pero sí enhiesta y triunfal, como lo amerita el trascendental evento. Espero, además, que los lápices estén bien afilados en dicho trance, puesto que no quiero ser dibujada como una raya regordeta, más apta para elegir al presidente de un club de fútbol de barrio que a una personalidad de la elite social.
Claro, después de la elección, se olvidarán de mí y seré relegada a un ostracismo injusto. Entonces, el elegido, será vitoreado por todos, ensalzado y regaloneado por esas huestes victoriosas, que en ese momento sólo pensarán en el triunfo y en los futuros placeres. Es posible que yo me cuele en ese carnaval de confeti y serpentinas para recibir lo que en parte me corresponde. Mal que mal, por mí, eligieron a su presidente y ojalá alguno de los que tomarán la palabra, me mencione y reconozca mi influencia, quizás lo haga el mismísimo presidente electo. En ese caso, aprovecharé de plantearle mi idea del visto bueno y, ¿cómo saben? capaz que termine apropiándome de un ministerio…
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