Apreté el gatillo y la bala impactó en su frente, los ojos abiertos y mis manos temblorosas. Él no podía estar con otra persona que no fuese yo, incluso dejarlo con la muerte me impregnaba de celos.
Me dió pena dejar su cuerpo inerte bajo la lluvia y la noche, pero después de todo ése era el mayor premio que se merecía.
Luego, corrí a buscarla a ella. Entré en el burdel, la pagué y la saqué. Lo repetí, bala en la frente y sus ojos abiertos.
De repente, mi cabeza se ausentó por un golpe que me asestó alguien. Como pude, me giré. La policía.
-¡Asesina!
-Señor agente, no he sido yo... ha sido usted.
Gatillo, bala en la frente, ojos abiertos.
Y corrí. Y me sentí Dios.