Tal y como me ocurrió.
Cierta noche fuimos invitados a comer a la casa de un amigo colega. La velada no era extremadamente refinada, pero la hermana de mi amigo, señora mayor y sin confianza conmigo, había sido invitada a compartir la cena con los demás.
La comida transcurrió en paz y armonía, con abundante libación de variados fermentos de primera calidad, postres y espumante extra seco que coronó la ingesta.
Todo bien hasta ahí, salvo por la natural urgencia que la vejiga nos genera luego de esas maratones y que debió ser subsanada con la clásica retirada por el foro, rumbo al toilet de la casa.
Entrada triunfal e inspección general de las condiciones del sanitario, manipulación hábil y certera de la indumentaria, extracción del miembro viril y emisión satisfactoria de la carga urinaria con la tapa del inodoro convenientemente levantada.
La urgencia inmediata había sido subsanada con éxito y sin novedades dignas de comentar.
Pero, y después de esta conjunción viene siempre lo sabroso; algún ingrediente de la cena había generado cierto escozor intestinal y ante la oportunidad de encontrarme en el ámbito pertinente, decidí sentarme en el trono y proseguir.
Deposición exitosa, higiene personal correcta, bidet tentador y definitivo como lo concebimos todos los argentos y, finalmente, decisión de usarlo.
Diseño extraño y poco corriente, comandos similares, flor extraña y posicionada en forma horizontal a la anatomía humana, me llevó a inferir que se trataba de un bidet italiano.
Decisión, valor, curiosidad en el uso del artefacto, apertura desmedida de la llave del agua fría.
Inmediata irrigación del sistema reproductor, cruce del chorro a velocidad subsónica por entre las piernas y rápida inundación de los jeans y el boxer (cuidadosamente bajados a la altura de los tobillos).
Cierre desesperado del paso de agua, manotazos apurados al rollo del papel higiénico, directa evocación de Peter Sellers en su rol de indú colado en “La fiesta inolvidable”.
Puesta de pie y levantada de lienzos y nueva inundación esta vez de los zapatos, gracias al agua contenida en los jeans.
Finale andante con moto (para no proseguir con el relato de tantos acontecimientos desafortunados)
Regreso triunfal al escenario de operaciones, mancha húmeda desde la entrepiernas hasta los tobillos, andar acartonado a lo John Waine y por supuesto reverencia ante la concurrencia hilarante, asumiendo que las necesidades mejor satisfacerlas en casa.
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