Llegué entrada la noche a aquel puerto querible, que como amigo entrañable me esperaba con la algarabía encendida, las botellas destapadas y el ánimo dispuesto. Dos hermanos me esperaban, emborrachados-con-el-licor-de-marinero, de pescador incansable, de esos que se introducen en la insondable marea en busca del alimento para los suyos, pero que sueñan secretamente con que alguna tormenta repentina los arranque de la mirada atenta de San Pedro. La noche avanza porfiada, en su estrepitoso deambular, y nosotros los gañanes de puerto, con ánimo dispuesto, destapamos el vino que baja a ritmo constante, para luego, adentrarnos en la espesura carnavalesca. De pronto, sumidos en una trifulca repentina, de esas que nacen por que sí, y que se van como vienen… en un silencio extraño. Entonces no sabemos si reír, gritar o echarnos a llorar y la muchedumbre sigue su quehacer anónimo. ¿Nosotros?, vivos aun, el vino bajo la manga, el hambre de amor nos mantiene intactos. |