El ómnibus desvencijado avanzó sin obstáculos por el borde costero. Todavía contaba con asientos disponibles a pesar de estar en pleno verano. El chofer manejaba sin prisa, como si nadie lo esperara más allá, y el cobrador iba en su poltrona con sus manos encima de la caja del dinero, casi tocando el trinquete por el que pasan una a una las personas. El cobrador entonaba una canción de moda mientras que los pasajeros miraban absortos por las ventanillas. Adelante iba aquel anciano que le dicen el Trolo, por que más parece una señora peluda. El ómnibus se detuvo allá en la playa de los Borrachos, y subieron tres pasajeros. Mientra ellos ganaban los peldaños hacia el trinquete que atendía el cobrador, uno de abajo, sin subir, le pidió dos veces al chofer que le abriera la puerta de atrás para hacer el viaje sin pagar.

- Acontece que no tengo dinero, maestro, le dijo -


El chofer no pareció conmoverse, de modo que el viajero en esos pocos segundos discurrió un nuevo recurso para lograr su propósito y buscó con su mirada el rostro del cobrador. Lo conocía. El cobrador pidió al chofer que abriera la puerta de atrás, y el viajero sin dinero subió en un abrir y cerrar de ojos. Entonces el chofer le dijo al cobrador que pidiera al que subió sin pagar que descendiera. El cobrador contestó de inmediato e improvisó que el hombre sin pagar avisó que no descendía. Siguió de vuelta con su canción de moda. El ómnibus cerró las puertas y continuó su viaje.