las horas seguían su lento andar... era feliz a pesar de tanto dolor... recordaba un poco, midiendo aquello que me hizo feliz... sonreí, sonreí, sonreí... es hermoso recordar cuándo se puede y se tiene el tiempo... apenas sentí las ganas de volver a los libros, corrí sin parar... llegué a mis libros y cerré la puerta. juré que nunca jamás los dejaría. los libros estaban siempre esperando, llenos de polvo, polvo y polillas, humedad, frío, terriblemente fríos... cogí uno de ellos, lo abrí, lo leí por bastante tiempo... miré de reojo a los demás y parecían estar esperando mi joya de tiempo... soy el rey de ustedes, pensé... los libros apretaron sus hojas y la humedad se hizo más densa... puedo morir en este lugar, sentí... los libros cerraron mas sus hojas, despidiendo mas y mas humedad, parecía despedir gotas de sudor o temor, o algo parecido al tiempo hecho agua... dejé el libro que tenía en las manos y fui a buscar a otro. los libros abrieron lentamente sus tapas, como esos niños con las manos abiertas esperando los brazos de su padre... cogí varios libros y los abracé como a mis hijos... ellos parecían mover sus hojas, como si temblaran por la energía de mi tiempo y vida... abrí la puerta y salí del cuarto de los libros... es tiempo, me dije. bajé al sótano y subí la gasolina... subí al cuarto de los libros y los rocié de gasolina. no teman, les dije, pero ellos seguían temblando... me eché gasolina en todo el cuerpo y lo encendí todo... fue hermosamente doloroso, pero, todo se hizo una gran luminosidad, como miles de soles en cada hoja de los libros... y, allí entendí todo, todo... |