Has que valga la pena cada segundo del día, disfruta lo que amas, sonríete, el dolor pasará, lo que somos, nunca. Escribe. Sin miedo, sólo escribe. Ve a donde siempre quisiste ir, que tus palabras nos lleven. Has que tengamos la necesidad de ese mismo deseo, que en nuestra posibilidad tu sueño se cumpla o que lo hagamos seguir a la semilla, escribe. Por el principio ¿cómo fue? ¿Qué hacías? ¿Qué, la otra persona? ¿Dónde estaban? ¿Quién, ahora, sin pensarlo, está a tu lado? ¿Qué sucedió en el espacio? ¿Cuál de las letras será la virgen afortunada? Ahí, en esa palabra abierta, que se caiga en la explosión de la tormenta.

Conocí a alguien que también conoció tu dolor. Estuve a su lado hasta el final, el suyo. Escurrí la misma obesidad de gotas y ambos ignoramos la inundación en el otro. También me atacó la sensación extraña, la incertidumbre del momento siguiente, de abrir lo ojos en el ojalá despierto del mañana, que saber que quizás, ya no un día no sé cuando. Por eso también quise amar y rescatar al tiempo de morir en mi apatía. Aprendí a sonreír, desde adentro a llorar, mirar sin miedo en ángulo recto, a no temer a la seguridad de la muerte. Entendimos que la vergüenza no es lo que sucederá con el despojo, sino lo que nuestro nombre hizo con el cuerpo en vida.
Así le ganamos al tiempo, así también ella, sin darse cuenta lo disfrutó, incluso la sangre que se filtra cuando se ignora la final medida, cuando el día se derrama y lo ignoramos. Ella también tuvo necesidad de esto, del espacio, de alargar los días para navegar el viento que mueve al sol en declive. Para ella el dolor también fueron los buenosdías. Pero pasó. Cuando pensamos que ya nunca más sucedería. Finalmente pasó, está en la otra ola. Logró sobrevivir en cada uno de los suyos, quienes sonreímos ahora en la sencillez de su deseo.
Por eso mismo escribe, tú que sabes, has que valga la pena. Llévanos hasta ahí. No importa cómo.