La brisa comenzaba a ser fría y los altos chopos se deshacían de sus ya viejas hojas, haciendo que el suelo pareciese una delicada alfombra.
Una dispersa niebla subía desde el arroyo impregnandolo todo a su paso de un aromático rocío.
La luna llena resplandecía con una hermosa luz plateada haciendo brillar el bosque entero, como si fuese un sueño.
Entonces, algo cambió. El viento dejó de correr, las lechuzas interrumpieron sus conversaciones e incluso las hojas parecían caer sin hacer sonido alguno. Solo se escuchaba una especie de susurro, un susurro que corría entre los árboles como una culebra. No era ni alegre, ni triste, solo denotaba una gran indiferencia.Como si nada en este mundo pudiese alterarla o interrumpirla. Y justo después de la voz, la niebla se arremolinaba alrededor de una esbelta figura tan reluciente como la luna en el firmamento.
Una mujer, una extraña mujer paseaba por el bosque impregnandolo todo con su inalterable y cristalina voz.Una elfa hace tiempo pura y bosdadosa ahora paseaba noche tras noche entre los chopos condenada para toda la eternidad por desobedecer los designios de unos caprichosos dioses.
Ya no hay bondad en su corazón, su boca ya no se alarga en esa sonrisa antes tan dulce.
Su blanco vestido le cae hasta los pies pero ningún susurro provocan al andar, parece como si flotara.
Y así, noche tras noche, pasa su condena indiferente a lo que a su alrededor ocurre, y por ello, no supo jamás que entre los árboles, todas las noches, la observaba enamorado aquel que, con su amor, podría haberla salvado. |