La superficie del lago parecía ser un enorme cristal tan negro como la tez, en el que quedaba reflejado una pequeña parte del universo, las estrellas parecían brillantes diamantes sumergidos en las profundidades. Pero no fue aquello lo me atrajo a aquel lugar. En el centro del lago se erguía un enorme pináculo de piedra, desgastado por el viento y por el agua en un tiempo ya que nadie recuerda, ahora se levantaba imponente, como si fuese él el guardián de los diamantes.
Pero tampoco fue él el que me atrajo mágicamente a aquel lugar.
Una voz, la voz mas hermosa que mis oídos han escuchado nunca, ya no era un susurro como hace unas horas, ahora la escuchaba claramente y el sonido provenía del pináculo.
Entorné los ojos y por fin la ví. Era mujer, o por lo menos a medias. Su pelo era plateado y parecía flotar alrededor del rostro mas perfecto que he visto. Tenía el torso desnudo, dejando a la vista una piel aterciopelada piel albina pero lo que me sorprendió fue ver que en vez de piernas tenía una gran cola de pez. Era una sirena.
Yo sabía de su existencia pero hasta entonces no había visto ninguna, el mar estaba demasiado lejos y por eso me pregunte que haría aquí, tan lejos de su medio natural. Entonces, como si hubiese leído mis pensamientos , alargó la mano, cojio lo que parecía ser un arpa hecha de oro y comenzó a cantar otra melodía distinta a la que me había hecho venir.
Esta vez la canción era diferente, las notas que manaban del instrumento destilaban tristeza y pena. Cuando empezó a cantar un extraño sopor se apoderó de mi persona, adormilandome poco a poco, todavía escuchaba la letra pero ya no veía a la sirena y su voz sonaba muy lejana, pero clara.
Hablaba de un amor imposible, prohibido por los dioses. Hablaban sobre, como ella había luchado por romper esa prohibición y como los dioses la habían castigado por ello. Ahora ella estaba condenada a vivir el resto de sus días en aquel pequeño lago y jamás volvería a ver a su amado en su vida. Contaba como ella misma había creado su prisión,con sus lágrimas había creado su prisión.
Entonces la melodía cambió, seguía destilando tristeza, pero ya no era una tristeza llena de rencor, si no que ahora su voz sonaba tranquila y hasta perezosa. Hablaba de como ya había cumplido su condena, la muerte se acercaba ya a buscarla y en sus dominios los dioses ya nada pueden hacer. Allí esperaría de nuevo, pero con esperanza,ha que su amado fuera reclamado también por la parca.
Entonces la melodía cesó y yo desperté del hechizo en que me había sumergido. Ya no estaba allí, la sirena había desaparecido. La muerte se la había llevado dándole la libertad que tanto ansiaba. |