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Se acomodó en el cubículo en la posición exacta, como debe comportarse una señorita de su clase: espalda recta culo apretado pies ligeramente separados, ninguno más’alante quelotro. Se tomó los respiros necesarios, puesto en acción metió la mano derecha en el ropaje. Sus huellas digitales tecleaban frases urgentes por vía de pezón izquierdo. Párpados tintineaban dedos presión dolor.
La otra mano entendió las señales para iniciar el ataque al sexo. Se sacó el cinto de cuero lustrado máximo. Abrió firme sin pérdida de sangre cada botón de la bragueta. Al dejar libre la ropa interior percibió que la respuesta en cuerpo era la adecuada; el pezón izquierdo nunca falla, hace una labor admirable.
Extendió el periódico en la sección de sociales, eligió a la más rubia, la más guapa, la más delgada, la que se viera más puta. De tirón samurai apartó la imagen del resto. Enrolló entonces su pene con el busto hiltoniano besándole el miembro. Acomodó encima el ropaje y lentamente corrió la ventanilla del confesionario: ¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebida! Dime tus pecados, hija.
Comenzó a jalar. |
Texto agregado el 10-01-2010, y leído por 99
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