Sonrío a lo alto de esta roca, planteándome un nuevo estilo de felicidad. Levanto las cejas para demostrarle a quien haya puesto aquí un mar y una montaña que me sorprende su ocurrencia. Yo habría puesto la montaña un poco más cerca del sol, pero habría olvidado decenas de especies de árboles por el simple hecho de no conocer su nombre. La cultura también sirve para alimentar a la memoria. Cuando esté en un lugar oscuro recordaré el color del mar, algunos árboles y algún aspecto de nube... pero aquí un pastor de ovejas recordaría el verde limón de cada una de las amapolas, las distintas tonalidades de triste del barranco y las cañadas... recordaría también las sombras proyectadas de las hojas perennes, y le daría un nombre a la zanahoria de cada conejo. Desde su cama, este hombre puede cerrar los ojos y dormirse entre arbustos... mientras que si yo me quedo dormido en el sofá me levanto en la gasolinera firmando el papel de la visa. Nací en la ciudad, y a oscuras recuerdo el ruido del autobús, la voz de las teleoperadoras, el gris de las baldosas, la colilla y el azufre, la alcantarilla y el peatón, el ceda el paso y la gran estación de trenes con sus máquinas expendedoras, los bares y sus luminosas tragaperras, las frenéticas ambulancias de la prisa, el césped amarillo, los casinos y las saunas.
En cambio de tí, a oscuras, no recuerdo nada, ...y hubiera querido nacer en el vocabulario de tu cuerpo. |