S A N T O R E M E D I O.

¡Me gusta la noche; así estoy sólo conmigo, nadie mueve mi aire ni distrae mis ideas. Ideas no sé de qué, pero mías.
Voy a escribir cien mil una zetas (zzzzzzzzzz…) a ver si viene el sueño, porque ya son la una cuarenta y cinco de la madrugada.
¡Son exactamente esa hora!... Y el fuego en mi pecho, específicamente en medio de mi esófago no se me quita….

¡Ya me tomé cuatro tabletas…y nada!
Sé que debería haberme tomado dos en la mañana:
-“Cada vez que sepa que va a comer algo que le cae mal”; me dijo mi doctora.
¿Pero cómo iba a adivinar que después de trece días, desde Navidad si volvía a comer Pan de Pascua, me pasaría de nuevo?

Ahora escribo, mientras espero que mi agüita de orégano se enfríe un poco:
“SANTO REMEDIO”, según mi abuelita y mi mamá.

A propósito de remedios caseros o populares, recuerdo que también habría podido prepararme una infusión de menta (melisa) o manzanilla… pero en mi departamento ni esperanza que en la terraza pudieran existir las mismas hierbas del huerto de la abuela e ir a cortar un par de hojas.

¿Y si me tomo un corto de pisco?
¡Ahí me va a arder más cuando vaya bajando!...
¡Mejor voy a enfriar mi agüita de orégano con el abanico; con el que en vano trato de refrescar esta noche de enero!