Veían el atardecer juntos, su último atardecer. La mujer estaba aferrada a la mano del hombre con fuerza.
Esa mañana, al despertar, ambos notaron que algo en el ambiente había cambiado, sabían que lo que estaban esperando sucedería esa noche.
Una pequeña llovizna los empezó a mojar, así que supirando, la pareja dio media vuelta para refugiarse del agua en su pequeña y vieja casa.
Habían decidido vivir allí, lejos de la ciudad y de la gente. Tenían que vivir ocultos el mayor tiempo posible. Pero sabían que el juego del escondite había terminado, y estaban a punto de perder.
Dentro de unos pocos minutos, tenían que llevar a cabo el plan que juntos habían ideado. Todo tenía que salir perfecto, no se podían dar el lujo de cometer alguna equivocación, por pequeña que fuera.
Abrieron la puerta, entrando juntos a la pequeña sala-comedor, aún tomados fuertemente de la mano, y vieron a la razón por la que hacían todo eso.
Jugando con su muñeca preferida, la niña alzó su rostro en forma de corazón para ver a sus padres. Sonrió, mostrando unos pequeños dientes blancos que parecían perlas. Dos ojos redondos y marrones, y sus dos pequeñas colas, que dejaban caer unos cuantos rizos dorados.
Levantó sus pequeñas manos en dirección a su padre, para que se acercara a ella. La niña hablaba, pero no lo hacía a menudo. Se comunicaba por señas y gestos.
El padre, ocultando la incesante angustia que no lo abandonaba, sonrió a su pequeña, se acercó a ella y la tomó en brazos.
La niña jugaba con los dedos de su padre, mientras su madre los veía con lágrimas en los ojos. Luego, con lentitud, se dirigió al cuarto de su hija.
Sobre la cama había un pequeño maletín, una mochila y una cartera, todo listo para hacer un largo viaje. Llorando, la mujer dio un último vistazo a la habitación y pensó . Vio un extraño resplandor asomarse por las cortinas que cubrían las ventanas, tomó con prisa las cosas de la niña y una manta, saliendo asustada hasta la sala-comedor.
Oyó reír a su hija, y se alegró, intentando olvidarse de lo que tenía que hacer en un momento.
Vio jugar a la niña en los brazos de su padre mientras apoyaba todo sobre el viejo sofá verde oliva. Se acercó a su familia, la niña la vio y le hizo señas con sus manitas para que su madre la cargara. La mujer lo hizo y la abrazó con fuerza.
Así pasaron los minutos, los tres juntos por una última vez. La niña dormía en los brazos de su madre.
Fue cuando el timbre sonó, asustando a la pareja.
-Ya es hora- informó el hombre mientras le daba un tierno beso en la frente a su mujer- sé valiente- añadió susurrando a su oído.
La mujer asintió con fuerza y se secó las lágrimas de sus ojos, mientras sentía la lenta y tranquila respiración de su hija. Su rostro cambió, mostrando seriedad y determinación, mientras que el hombre abría la puerta.
El estruendoso sonido de la lluvia inundó los rincones de la casa. La mujer apretó con más fuerza a la pequeña, mientras una chica joven, de cabello liso y oscuro, entraba a la pequeña sala.
-Me alegro que llegaras- le dijo el hombre con su grave y áspera voz.
El rostro de la chica estaba lleno de confusión y preocupación en el momento que levantaba sus ojos grises y miraba al hombre.
-¿Seguro que quieren hacer esto?- les preguntó con una voz aguda y clara.
-No podemos echarnos para atrás, no ahora- contestó el hombre mientras giraba su rostro lleno de dolor a su hija
La chica giró la mirada a la niña que dormía en los brazos de su madre. Tan inocente, tan tranquila. Desconocía por completo el peligro que la acechaba y que su futuro estaba a punto de cambiar para siempre.
-Claro- les dijo con un tono de resignación en la voz.
-Ya sabes lo que tienes que hacer- le dijo el hombre- sigue las instrucciones al pie de la letra, no cometas ningún error, todo tiene que salir perfecto... hay mucho en juego- se le hizo un nudo en la garganta y volvió a ver a su hija.
-No se preocupen- les constestó la chica muy segura- no me equivocaré, confíen en mí.
Y con esas últimas palabras, la mujer y el hombre sabían que el momento había llegado.
La madre abrazó fuertemente a su hija por última vez, y no pudo evitar que unas gruesas lágrimas les resbalaran por el rostro, mojando los preciosos rizos de la niña, .
El hombre tomó una vez más a su hija en sus brazos, la besó con cariño en la frente. La envolvió con la manta del sofá, dejando solo que su pequeño rostro quedara a la vista.
-Cuídala- le dijo a la chica que observaba silenciosamente la triste escena.
-Lo haré- le contestó con determinación. Con ayuda de la pareja, cargó la pesada mochila en su espalda, la cartera en un hombro, la niña con cuidado en el otro y el maletín en su mano libre.
Se dirigió hacia la puerta pero antes de salir se volteó y preguntó:
-¿Los volveré a ver?
La pareja no contestó de inmediato. Se miraron mutuamente y el hombre contestó:
-No lo creo.
La chica intentó aguantar las ganas de llorar. La mujer se aproximó y la abrazó diciéndole al oído:
-Ten cuidado. Cuídate y cuida de Ariadna...
La chica no dijo nada. Se separaron y siguió su camino, abriéndose paso entre la lluvia que parecía una cortina hecha de agua.
Llegó a su pequeño auto y abrió la puerta trasera, donde se metió apresuradamente todo el equipaje. La niña, la colocó con cuidado en el asiento del copiloto. Y por último, se sentó frente al volante
Encendió el carro, con una última mirada de tristeza, miró a la pequeña casa y a la pareja, que estaban abrazados y observando como su hija se iba.
Echó el auto a andar lentamente, y cuando llegó a la carretera pisó el acelerador bruscamente, a pesar de la lluvia y se alejó de la casa.
No había tiempo que perder... |