Las vacas fueron subiendo a los vagones del tren subterráneo y con mansa resignación, se apretujaron unas a otras. Ninguna luchó por ocupar alguno de los asientos, ni ninguna de ellas levantó la cabeza para leer los letreros que, en hilera, publicitaban todo tipo de productos. Ninguna reclamó cuando el locutor anunció el próximo destino, ni ninguna se sintió lo suficientemente cansada como para echarse en el piso. El oscuro paisaje desfiló frente a sus ojos bovinos, pero ninguna vaca pareció perturbarse por ello. El calor era espantoso dentro de ese vagón, mas, no se escuchó ninguna recriminación, salvo una que otra movida de cola para espantar las moscas, que también se colaron en pos de ellas.

Cuando el tren se detuvo, los animales descendieron lentamente, sin atropellarse, sin percatarse casi en los pasajeros que luchaban por subir, apartándolos con groserías y manotazos. Los asientos fueron ocupados en un santiamén y el tren repleto, prosiguió su marcha. Las rumiantes desfilaron a paso lento hacia el matadero, los humanos, dentro del vagón, arracimados, sudorosos, prontos al insulto y a la descalificación, se apretujaron unos a otros. Cada uno de ellos, rumiaba sus propios problemas…