Estaba en la esquina de mi casa, era viernes, tenía los tacones en la mano derecha, en la otra mano un cigarrillo, iba camino a Xibita a ver a Carol.
En el bar esa noche había un músico de medio pelo, apodado Caliche, con la guitarra más vieja que el museo del oro, a pesar de tu fastidiosa voz y su mala dicción, me figuro oírlo cantar mientras mi faro se consumía en medio de los aullidos que sacaba el pobre chico de la barriga.
Hacía tiempo yo tenía un karma en el alma y si no me desahogaba, moriría de dolor, a la brujita le gustaba Bunbury y cantaba con mucha conmoción, ella siempre como una caja fuerte que guarda muy bien los secretos, fiel y des complicada, la chiflada se embriagaba con la tapa de una cerveza, así que tuve cuidado de que no tomara demás, y como había ruido nos marchamos de allí para poder hablar.
Pero resulta que la que terminó escuchando fui yo.
Nos sentamos en el separador de la avenida, en unas sillas de madera, hacia un frio congela huesos, casi muero de hipotermia, pero a medida que me contaba su historia, a mí se me espantaba el sueño.
Ella trabajaba con unos abogados, y la pobre estaba siendo acosada sexualmente por su jefe, el tipo era casado pero además era un manipulador.
No le bastaba con su mujer, sino que también quería aprovecharse de mi amiga.
Cuando se iban todos él se le acercaba lentamente y comenzaba a tocarla por todos lados, le mordía los labios, las manos le cogía la cara bruscamente, pero por más repugnancia que sentía, la pendeja se comía sus pensamientos y sus gritos silenciados por un temor absurdo.
Lo único que le dije fue que lo denunciara, pero se llenó de espanto, y sus ojos se inundaron de llanto.
Yo le sequé la cara con mi pañuelo, y no hable más…
El caballero o mejor la bestia la amenazaba con despedirla si llegaba a abrir la boca y ella no tenía más remedio que guardar silencio, para conservar su trabajo.
¿Qué culadas pasa, es que no hay otro lugar donde pueda desempeñar con armonía sus funciones, no se siente capaz de buscar algo mejor? ¡Él podrá ser el dueño del negocio pero no es el dueño de su vida!
Mi amiga levanto su rostro dejo de chillar se lleno de valentía, escucho la recomendación y mando todo al infierno, a donde se debería ir la gente miserable como el señor López.- ¡ja que de señor no tiene ni el bigote!
Las palabras que le deje ancladas a su memoria fueron:
Nací para vivir libre, no soy de nadie, soy sagrada. Aquí sigo en la lucha cotidiana por ser y no aparentar por inhalar y no quitar el aire, original más que original sin perder jamás el estilo.
No me siento orgullosa de contar esta historia, pero si hago un llamado a las mujeres y a los hombres que pasan por algún tipo de transgresión física, verbal o psicológica, en sus sitios de trabajo no guarden silencio denuncien y hagan valer sus derechos y no dejen que nada aplaste la dignidad.
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