Hace algunos siglos, un monje alemán clavó a las puertas de la iglesia una serie de tesis, en las cuales condenaba el boato e hipocresía de la iglesia católica. Él y sus seguidores fueron perseguidos por el todopoderoso aparato ecleseástico, llegando incluso a fundar una nueva religión, la cual a la postre, sería tan grande como la católica.
Siglos después, los descendientes de aquel puñado de campesinos y religiosos que buscaban un sistema más igualitario, así como una iglesia más espiritual que material, se congregan alrededor del mundo para descalificar todo aquello que esté en contra de lo que ellos creen, organizan quemas públicas de libros que osen argumentar en contra de sus dogmas, y se han vuelto tan supersticiosos y retrógradas como aquel poder que los condenó por el “crimen” de no pensar igual que ellos.
La historia, damas y caballeros, es cíclica, y tal parece que los seres humanos estamos destinados a repetirla sin cesar. Los que ayer eran perseguidos están dispuestos a convertirse de buen grado en perseguidores y fanáticos; los que ayer peleaban por la apertura de ideas, se convierten de la noche a la mañana, en dueños y poseedores de La Verdad. Este pequeño escrito viene a cuento a raíz de una serie de polémicas leyes que han entrado en vigor en la capital de México, mismas que han desencadenado un airado debate en torno a las mismas, debate que tristemente, no toma en cuenta los grises, los puntos medios de situaciones que son demasiado complejas como para sólo decir “sí” o “no” al respecto: los matrimonios homosexuales y la posibilidad de adoptar para dichas parejas. Mi opinión al respecto es irrelevante a efectos de lo que en realidad quiero exponer en este texto, pero diré que en el caso de los matrimonios estoy completamente de acuerdo, pues más allá de la simpatía o aversión que se tenga hacia la homosexualidad, es un hecho que las parejas gay existen, así como existe la obligación de las autoridades de legislar para todos, independientemente de sus preferencias sexuales, religión o raza. En el caso de la adopción no estoy de acuerdo, pues se estaría insertando a un niño que no tuvo la capacidad de escoger, en el seno de una familia atípica. Más allá de la capacidad de crianza que tenga una pareja homosexual, o incluso de la religión, es un hecho que un infante que se desarrolle bajo dichas condiciones será señalado y estigmatizado por la sociedad. Se estaría pues, predisponiendo a un inocente a sufrir una situación que nos guste o no, existe.
Ahora pues, parece ser un delito flagrante pensar distinto a como lo hace un homosexual, o esos “liberales” que simpatizan con ellos. Durante la semana, Esteban Arce, un conductor de televisión local, expresó su desacuerdo respecto a la adopción –y sólo en lo referente a la adopción-, y desde entonces se han desatado una serie de agresiones y denuncias en su contra. Créanme que yo sería el último en defender al señor Arce, pues me parece una persona nefasta, y la empresa para la cual trabaja –televisa- es lo más burdo, corrupto e hipócrita que hay en lo que a medios de comunicación se refiere a nivel mundial. Sin embargo, la virulenta reacción en torno a sus comentarios ha dejado ver lo dogmáticos que son en realidad aquellos que se ostentan a sí mismos como “liberales”: ahora resulta que expresar desacuerdo respecto a una iniciativa que no ha sido debidamente analizada, convierte a alguien en una persona tonta, intolerante, homofóbica y anquilosada. ¿Tiene esto sentido? ¿No eran los autodenominados “tolerantes” los que peleaban por la diversidad de ideas? ¿O es que de repente se adueñaron de La Verdad, y todos los puntos de vista divergentes se convirtieron en anatema?
Eso es sólo en el caso de la nueva legislación y la actitud de apertura que el gobierno de la ciudad ha tomado respecto a la comunidad LGBT, pero hay muchísimos ejemplos de intolerancia de estos grupos y organizaciones que abogan por la diversidad, mientras estén de acuerdo con ella: en el caso del aborto demuestran una cerrazón del mismo tamaño, pues condenan a aquellos médicos que por principios, se niegan a hacer un legrado. En este caso, parece ser que la ética personal de un médico que, por cuestiones religiosas, éticas o de la índole que sean, son menos importantes que los de aquellas personas que esgrimen el argumento de su derecho a ejercer un poder de decisión, cuando se trata de llevar a cabo dicha operación. El mensaje en este caso es que la capacidad de decidir aplica sólo para la persona que requiere el servicio, y no la del médico, ¿es eso congruente?
(Antes de que pretendan quemarme en leña verde, mi opinión respecto al aborto es favorable: pese a lo lamentable que es terminar con una vida que ni siquiera ha comenzado, el precio a pagar no tiene comparación: un niño no deseado es potencialmente más costoso que uno abortado, para sí mismo y para la sociedad, pero no por eso voy a dejar de pensar que el aborto, se vea por donde se vea, es asesinato.)
Los “librepensadores” suelen criticar, y con razón, la doble moral de la iglesia católica. Pero tampoco podemos dejar de lado que así como esta no tiene por qué meter sus narices en lo referente a cuestiones de Estado, tampoco se le puede exigir que cambie sus estatutos, cosa que hacen con frecuencia estos “liberales”. Honestamente, si están tan en desacuerdo con los principios y bases de la religión –cualquier religión-, pues eviten ingresar a una, después de todo, esta no engaña a sus feligreses en el sentido de que los estatutos –al menos a ese respecto- son claros. Si yo quiero jugar al Futbol Americano, debo asumir que las reglas dicen que tarde o temprano me van a golpear, por lo cual, si realmente quiero jugar, debo estar dispuesto a pagar ese precio. Lo mismo pasa con las sectas y religiones, y si no estamos dispuestos a seguir sus reglas y estatutos, lo mejor es abstenerse de ingresar a una, en lugar de exigir que estos cambien.
(Además, quiero ver si la iglesia no cambia sus políticas en cuanto vea que se le va la clientela, no en vano han sobrevivido alrededor de dos mil años…)
El debate es bueno, siempre lo he pensado. La confrontación de ideas es lo que hace que el conocimiento sea dinámico y no se estanque. Tristemente, el debate en México, no solo en las cuestiones a las que me acabo de referir, sino en general, es un debate de absolutos, de estar a favor o en contra, de decir sí o no. Durante todo el tiempo que se ha hablado de legalización del aborto, de matrimonios gay, o de adopción, no se ha tratado, por parte de ninguna de las partes -o se ha hablado de ello sólo de pasada y como adorno- un tema que debería ser fundamental en todo esto: la educación. Parece que hemos olvidado que la única solución real a todos nuestros problemas es esta, pero debido a que lleva tiempo e implica esfuerzo, parecemos despreciarla de facto.
En fin, quisiera rematar este texto con un breve cuento de Michael Ende, que desafortunadamente retrata la esencia del nivel que tienen los debates en mi país.
¿Sí o no?
Un juez conminó al acusado, durante el juicio, a que respondiese a sus preguntas diciendo claramente sí o no.
-No puedo –replicó el acusado.
-¡Tonterías! –dijo el juez-. Se puede responder a cualquier pregunta con sí o no.
-¿Puedo hacerle a usted una pregunta?
-Pues claro –dijo el juez.
-Señor juez, ¿ha dejado usted de vapulear a su mujer noche tras noche?
Es para pensarse, ¿no creen? En fin…
¡Un saludo para todos!