Tuve oportunidad de conocer a Grace el día en que el director del colegio De Jesús -en donde estudiaba mi hija mayor- citó a todos los padres de familia a compartir una chocolatada, hace ocho navidades atrás. Cuando me la presentaron, me llamó la atención su mirada alicaída y el aspecto demacrado de su rostro. Su desgano asomaba de ésas, sus profundas ojeras en forma de medias lunas.
Al decirle "hola, qué tal, soy Safra", ella me devolvió el saludo ladeando la comisura de sus labios. No era una sonrisa, era una mueca forzada. La chica no pudo disimular su verdadero estado de ánimo que yo percibí tan pronto la escuché decir con voz seca "soy Grace", estirándome con desconfianza una mano empañada de sudor, a manera de saludo.
- ¿Eres familia de alguna de las niñas?
- Sí. Soy tía de Yuriko, la niña aquélla que ves parada al lado de la pizarra. Su mamá, que es mi hermana Lucía, está de viaje. He tenido que venir en su reemplazo para que mi sobrina no se sienta mal.
- Te ves un poco cansada, Grace. Desearías acompañarme al bufet para servirnos el chocolate?
- Claro que sí, -accedió- vayamos allá.
Conforme fui entrando en confianza, me atreví a plantearle preguntas que poco a poco fueron invadiendo su privacidad. Me propuse saber a qué se debía la desazón de su gesto, o por lo menos, qué pensamientos eran los que podrían estar perturbándola.
Antes que empezara el bombardeo de preguntas fue ella quien tomó la iniciativa. Me facilitó el camino y así es como pude conocer esa parte de su vida que ahora cuento.
-No soy tan ilusa como para no darme cuenta la impresión que te ha causado mi aspecto. Te diré algo. Si me ves así es porque en realidad estoy desganada. Lo admito, éste tipo de reuniones me aburren hasta la médula. Si no fuera por tu compañía esta noche hubiera sido una de las peores de mi vida.
- No puedo comprender porqué eres así. Tienes la juventud en tus manos, además muestras un rostro angelical con envidiables facciones, sólo que están escondidas detrás de ese velo de inapetencia que te invade de pies a cabeza.
- Mira, en realidad no me llama tanto la atención las reuniones en donde tenga que compartir con niñas o donde concurra gente de mi edad. A éstos últimos, en su mayoría, los considero inmaduros. ¿Sabías que he tenido cantidad de fiestas en mi barrio y en todas me aburría tanto como ahora?. Esa música estruendosa, esos bailes alocados, todo eso me espantaba, pero en aquella época de adolescencia asistía sólo para que no estuviese marginada de mis amigos, sólo por eso.
- Entonces, ¿qué es lo que verdaderamente te hace feliz?. No me vas a decir -me adelanté- que todo lo ves de color gris, !eso sería ya el colmo!.
- Te confieso algo. Tengo obsesiones que dan encanto a mi vida. Me llenan de plenitud, me envuelven en una órbita que no dejaría por nada del mundo.
Yo, inquieta por llegar al eje crucial de la conversación, traté de indagar más y más. La idea era poder ayudarla con un consejo sabio que estuviera a mi alcance.
Dejé que siguiera con su relato.
-¿Qué es lo que da encanto a tu vida? ¿Acaso, tu esposo, tus hijos, ya que tus amigos te aburren?.
- Incorrecto, mi estimada Zabra. Incorrecto. En principio, estoy casada pero no tengo hijos. Duncan y yo hemos comprado una casa en el encantador balneario de Palm Beach. Disfruto de las playas, pero sobre todo, de mi preciosa casa. Todos los días me envuelvo en el aroma perfumado de las velitas colocadas en los interiores; tomamos -con mi esposo- unas copas de martini en nuestra terraza; contemplamos el bello atardecer, luego de habernos refrescado en las tibias y ondulantes aguas de la piscina. Así es como paso mis días de rutina en una casa que nunca en mi vida soñé con tener. Te diré que mi esposo es igual a mí. No nos gustan los niños.
Nos encanta dedicarnos a nosotros mismos, contemplando la caída de la tarde, concurrir a buenos restaurantes, trotar lentamente por el Lincoln boulevard de Miami Beach.
Si tuviera niños, estarían perturbando mi tranquilidad, y yo, -como es natural- dedicada como todas las madres a tolerar sus caprichitos. Eso, para nosotros, resultaría una vida de esclavitud. Y todo ¿para qué? -lo dijo con desdén-. Para que al final de tanta entrega, los hijos se vayan y anden por su cuenta. Tal vez se acordarían de hacernos una que otra visita o, tal vez dejarían de hacerlo del todo.
Cuando nuestra amistad se hizo más estrecha, fui invitada por Grace a pasar una tarde en su casa. Al entrar advertí que estaba rodeada de un confort increíble. Sin ser una chica adinerada, tenía todo lo necesario que a cualquiera le hubiera encantado tener.
Ella, casi no salía de su casa, pasaba todos los fines de semana viendo televisión o tomando baños de sol en la terraza. Si salía, sólo era para pasear o hacer su deporte favorito: ir de shopping a los grandes almacenes que habían en el centro de la ciudad. Compraba tantas cosas que muchas las tenía repetidas. Como no las usaba, las tenía guardarlas en su gaveta "hasta que se presente una mejor ocasión". Esa "ocasión" nunca llegaba. Como no le gustaba las reuniones, sus amistades ya no la invitaban y no tenía motivación para lucirlas, más que cuando salía de vez en cuando.
Al final del año tenía que botar todo a la basura, con etiqueta y todo "por que habían pasado de moda".
!Qué diferencia había entre su vida y la de su hermana Lucía. Estaba tan concentrada en su familia, que apenas tenía tiempo para ir de compras. Su esposo y su hija Yuriko llenaban su mundo. Sus necesidades eran tremendas de modo que cuando se le presentaba la ocasión, acepaba trabajar horas extras. Este esfuerzo lo hacía con el mayor gusto, pues lo ganado lo destinaba en afrontar las clases diarias de gimnasia y natación de Yuriko.
Mi amistad con Grace se iba consolidando día a día, gracias al empeño que puse en buscarla, tomando la iniciativa de ir a su casa, traerla a la mía, acompañarla en sus caminatas a la playa, ayudarla a elegir sus vestidos cuando iba de compras y muchas vivencias que me permitieron tomarle un gran aprecio. Me resulta increíble pensar cómo pudo surgir una amistad entre dos personas totalmente diferentes. No puedo creerlo hasta ahora. Lo único cierto es que ella necesitaba de alguien en quién confiar y el destino quiso que yo me pusiera en su camino.
Era notorio que no tenía amigas y las poquitas que tuvo las perdió en el camino. A casi nadie le gustaba invitarla porque sabían, por anticipado, que no iría y si lo hacía era para mostrar su cara de aburrimiento, en contraste con la alegría de sus amigas, por supuesto casadas y con hijos. Todos sabían que se la pasaría sin hablar. Apenas ingresaba a la reunión, susurraban con ironía "ya vino la aburrida para alegrarnos la fiesta".
En a su vida de aparente confort pude advertir que adolecía de una profunda soledad que ella se resistía en aceptar. Tenía en su interior un tremendo forado que era necesario cubrir con ese invalorable elemento inmaterial que hoy en día muchos desprecian o, simplemente, no le dan importancia.
Una tarde en que la pasábamos remojando en la piscina, me atreví a preguntarle
- Grace, nunca has proyectado tener un hijo?
- Hubo un tiempo en que Duncan y yo estuvimos animados pero las cosas no salieron como lo esperábamos. El médico me aclaró que mi vida correría peligro en caso saliera embarazada. Por eso fue que decidimos no tener hijos y así la pasamos bien.
- No puedes tener idea cómo una criaturita cambiaría tu vida. Si lo has pensado, como veo que ya lo has hecho, te aconsejaría intentarlo de nuevo. Los médicos se equivocan. Podrías someterte a un nuevo tratamiento, buscando a otros doctores. Ahora no es nada del otro mundo crear a una criatura si los medios naturales ya no funcionan.
- Tengo temor de hacerlo.
- Nada de indecisiones. Mañana mismo vamos al centro de fertilizaciones que está en el centro de la ciudad. Sin comentarios, te recojo a las ocho.
El médico la sometió a un tratamiento que la tuvo a la pobre Grace esclava de las medicinas, de las dietas y de un cuidado intensivo de su cuerpo. Le había llegado el momento de someterse a una disciplina, que ella toleraba con desgano. Creo que lo hacía más por satisfacerme a mí que a ella misma.
Eso era lo de menos. Esta drástica decisión era la única manera de sacarla de su mundo absurdo de creer que su "máxima satisfacción" era su casa, sus paredes, sus alfombras, su piscina, su terraza, su shopping y su televisión.
Todo cambió el día en que el doctor le dijo que estaba fuera de peligro para traer al mundo a su futuro hijo. Al principio, no quiso demostrar su alegría. Pero yo sé que en el fondo, su corazón aceptaba con emoción tan afortunada noticia. En su casa estaba naciendo un brote de mágica esperanza que permitiría enlazar a dos corazones, hasta entonces solitarios.
Ella y Duncan cambiaron de hábitos y no era para menos. El vivía pendiente del mínimo cuidado de su esposa. Ella, a su vez, se sentía plena de satisfacción de saberse protegida y mimada.
El nacimiento de Duncancito (qué gracioso nombre, no?) vino a revolucionar por completo el hogar de los felices padres. No sólo eso. De un momento a otro reaparecieron sus antiguas amigas para conversar de lo que tanto gustaban: de los hijos, del colegio, de los deportes...
Tuvo una vida social más llevadera porque renació en ella el elemento aquel que la había desconectado del mundo exterior. Su vida empezó a tener una vibración diferente, que brotaba de su mirada entusiasta, de su rostro angelical, de su hogar... era maravilloso verla en ese estado.
Aprendió a conocer la diferencia entre una casa y un hogar. Estaba en sus manos elegir y prefirió el hogar, el dulce y cálido hogar.
Fui madrina de Duncancito. Cuando llegó el momento de ponerlo a la escuela, mi amiga eligió el mismo colegio De Jesús donde ambas tuvimos la fortuna de conocernos.
Cuando a fin de año el Director llamó a los padres de familia a la tradicional chocolatada para celebrar la navidad, -mi amiga, mi comadre-, apenas tuvo tiempo de saludarme, pues estaba íntegramente dedicada a departir con los niños.
La vi riendo como nunca. Parecía una niña.
Quién hubiera creído que años atrás era conocida como "la aburrida" en el grupo de sus amigas y hoy, en cambio, no tenia nada de eso en sus facciones ni en su modo de vida.
Eso quedó en el olvido. Su realidad tenía una razón de ser. Descubrió la existencia de los bienes espirituales, que son el alimento de cada día porque iluminan nuestra existencia.
El secreto está en saberlos descubrir. Mi amiga lo descubrió y quedo maravillada por ese encuentro que la conecto con su familia, con sus amigas y con la vida misma.
Se hizo aficionada a los niños. Luego de ser madre y amiga también descubrió un talento escondido que le afloro como una flor en retoño, en plena época del verano. Se convirtió en una de las profesoras mas reconocidas del colegio De Jesús.
Actualmente, es la dueña del colegio que funciona en su propia casa, lugar en donde cada tarde sigue disfrutando de un nuevo amanecer, en compañía de su esposo, su hijo y de todos los niños que comparten sus enseñanzas y el confort de aquellas paredes llenas de vida.
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