"Aunque no lo veamos...el sol siempre está"(Marinila Ross)
“El Porvenir” era presa del proverbial ectoplasma de los viernes por la noche; mezcla de alcohol, humor de escupitajos, volutas de cigarrillos y puchos en extinción. Había varias mesas de baraja armadas y el mostrador estaba abarrotado. Esperaban varias “vueltas” por servir. En la puerta “Bebe” Pintos había vendido casi toda su mercadería cocinada a la parrilla en el medio tanque.
Corrían por doquier los datos de las carreras del próximo fin de semana y los pronósticos de fútbol.
De pronto se oía la orquesta de Troilo, cantaba Fiorentino y como por encanto se hacía silencio. Una iglesia.
Luego todo volvía al bochinche habitual.
- ¡Qué dice la muchachada¡. El doctor Tiscornia hace su aparición y todo el mundo lo saluda con sentido afecto. “Doctor el domingo marchan los bolsos”…”¿A cuántos mandaste al hoyo esta semana Gerardo?”. Él reía con deleite y se regocijaba con las chanzas de esta gente que lo había cobijado en tiempo de errores.
- No me toquen al glorioso Nacional porque me agarro a las tortas con cualquiera…Se calaba los lentes gruesísimos y pasaba la mano por el pelo entrecano que le nacía prematuramente a pocos centímetros de las cejas. Unos bigotazos tipo Pancho Villa imponentes y la figura grande de peso pesado le daban el aspecto de un hombre superficialmente duro. Lucía impermeable lloviera o no lloviera y siempre la misma corbata colorada. Para todos era el cura del boliche. Muchas confidencias pasaron por sus oídos sin saber todos, muy bien, por que lo hacíamos partícipe de nuestros recónditos problemas. Simplemente, digo yo, lo amábamos como el tío que todo hubiésemos querido tener.
Tenía un vicio: Tomar café y jugar ajedrez. Con Eduardo, un imberbe prácticamente recién admitido en el boliche. Con el muchacho se agarraba en tenidas de hora y pico. Bastaban tres casilleros de cerveza vacíos. Las piezas del juego las guardaba Toribio, también aficionado. Si un enfrentamiento quedaba postergado, todo quedaba como se había detenido. Toribio cuidaba muy bien de baldear esa zona cuando lavaba el local todas las noches.
Fue una vez que Eduardo no había llegado todavía. Los muchachos de mayor edad le tenían una simpatía especial al chico porque siempre andaba ataviado con cosas raras que hoy día no llamarían la atención de nadie: Pulseras, tachas en la campera, aros en las orejas y el pelo revuelto y desafiante, acorde con su personalidad inteligente y descuidada. Cuando hablaba de los Rolling lo escuchaban con atención difusa.
Una vuelta el animal de “Beto” Parodi le dijo que era un conjunto de marranos croándole a la luna. Le explicó detalladamente la revolución de ese estilo desenfadado y la música…su música. Siempre fue un adelantado. Vivía de la artesanía, labraba y tejía el cuero maravillosamente. Con el cobre era un maestro, especialmente en materia de collares y pulseras.
Ya iba en camino de encontrarse con el doctor que estaba en el fondo mirando una partida de truco cuando un tal Rómulo, arrimado al mostrador en solitario, con varias copas de grappa servidas, lo para en seco espetándole turbiamente: - Oíme mascarita, cuándo te vas a hacer hombre. Vení, tomate una conmigo y dejate de joder con el ajedrez.
La grosería lo tomó como un cross a la mandíbula y no supo que decir. El “pibe” Ribeiro dejó las barajas sobre la mesa. “Cacho Anido se le acercó al oído y le dijo: No te metás, tiene que hacerse hombre y primero tiene que pasar por los jodidos. Haceme caso “Pibe”
- No me molestes Rómulo, respetame. Y siguió su camino.
Rómulo era un goruta panzón, de anchas caderas y una frente que le llegaba hasta la mitad de la cabeza. Llevaba ladeada torpemente una gorra tipo Lenin. La cara roja del alcohólico crónico y la nariz color vinagre, característica de los que se han despedido de la vida, le daban más de cincuenta y apenas tenía cuarenta y cinco. Trabajaba en la estiba del puerto sin horario fijo. Los cargueros amarraban al puerto y había que alijarlos rápidamente, sea cual fuese la hora.
Ya eran más de la una de la mañana y decidió volver a casa. Pagó lo que debía y entre paredes y árboles que lo recibían con violencia abrió la puerta de calle y entró.
Se dirigió inmediatamente al baño, hizo sus necesidades errándole al agujero varias veces, se sacó la ropa y en calzoncillos, camiseta sin mangas, zapatos con calcetines se presentó en el dormitorio donde dormía su mujer. Prendió la luz del centro, sintió un chucho de frío y se sentó moviendo la cama con inclemencia. Empezó a sacarse los zapatos.
- ¿Ya volviste vos?…Siempre te digo que no me despertés con tus ruidos. La mujer encandilada se tapa los ojos.
- Disculpa Coca pero estoy deseando acostarme. No quiero más nada…
La miró con dulzura notando en ella algo que lo conmovió. Los senos asomaban del camisón enmarcados sensualmente por el cabello teñido de la mujer; esa visión le provocó el deseo de acariciarlos y hacer el amor.
- Esta noche estás linda Coca…tengo ganas de…
Se le abalanzó fieramente besándola con ardor mientras ella trataba vanamente de librarse del olor nauseabundo que despedía esa boca babeante. La tomó con todos sus fuerzas, le acarició firmemente el sexo y ante la férrea negativa le separó las piernas imbuido de una locura desenfrenada. Le arrancó la trusa de un solo tirón con el miembro viril relativamente preparado para la faena. Tomándole ambos brazos con una mano trató con la otra de introducir el fláccido y vacilante “aparato” definitivamente inerte. Apretujó, metió los dedos y el “muerto” en la vagina, pero…imposible. Ella miraba el techo y las moscas que giraban en torno a la bombita de luz. Sufría a ese hombre encima de ella, contenida, resignada a su suerte, odiando la vida y esta rúbrica final de un destino que la sometía a un impotente.
- Si al menos te hubieras bañado, cerdo…
- No sé que me pasa Amelia…No puedo, no puedo.
- Eso me lo dijiste ayer, antes de ayer, la semana pasada, el mes pasado…Mejor harías en salir de arriba mío y dormir la mona, borrachín.
- No me digas eso “Amelita”; si vos sabés que te quiero y que haría cualquier cosa por vos.
- Mirá: Si te digo lo que podrías hacer te morirías. Mejor déjame en paz y vamos a dormir como todas las noches.
Compungido, ridículo y sentimentalote emitió un chistido agudo y se acomodó de espaldas. Al rato estaba roncando como un Ford.
Ella estiró la mano para tomar su prenda tirada a un lado de la cama. Tenía roto el elástico “Inservible maldito”…
Optó por bajarse de la cama. Apoyó los codos en las rodillas e introdujo las manos entre el largo cabello que le caía en cascada hasta las piernas. Observó las pantuflas y las medias de nylon. El piso gastado y el vacío que se abría a sus pies.
Dirigió sus pasos al baño, se miró al espejo y la desbordó ese tipo de espanto que no es miedo, sino tiempo ácido que echa raíces en el cuerpo.La cara como pintada de gris y los labios entumecidos por los besos del bruto la abrumaban. Arrugas y patas de gallo. Se lavó la cara y restregó ojos y boca varias veces con una toalla desteñida.
Volvió al cuarto y tomó la cajilla de cigarros y el encendedor.
Camino a la cocina, prendió uno y se decidió por el living. Se sentó cerca de la ventana. Un relámpago iluminó el borde negro de unas nubes enormes y amenazantes. Las luces de siempre, los gatos de siempre. La “Chispa” como siempre haciendo el yiro en la esquina.
Un pensamiento y un deseo la sacó del letargo. Se dirigió con medido apresuramiento hasta un pequeño mueble extrayendo de él un objeto. Lo tomó de una punta y lo sostuvo suspendido un buen rato. Finalmente se sentó, aplastó el resto del cigarrillo en el cenicero con la marca: "Fernet Branca". Comenzó a acariciarse suavemente los pezones y con sumo cuidado estiró las piernas. Un dedo comenzó a recorrer lentamente un muslo finalizando su periplo en el clítoris. Comenzó a invadirla un inmenso gozo. Los suaves lamentos se fueron convirtiendo en espasmos de placer infinito. Se revolcó por el piso sedienta de lujuria contenida. Desbordada de si misma.
Con los dedos de ambas manos recorrió la vulva inflamada y húmeda…
“Señora…se está mojando, permítame que la acompañe con mi paraguas. Usted es la esposa de Rómulo ¿no?”
Se aprieta en posición fetal contra un mueble cercano y gime de dolor dulce, disfrutando enloquecida de impudicia indescriptible y la emoción a hurtadillas del orgasmo jamás soñado.
“¡Ay¡ muchas gracias joven…No tenía que molestarse…por favor”
“Ninguna molestia, al contrario. Me llamo Eduardo”
“Pero mire como se ha mojado por mi culpa. Le ruego que pase y se seque un poco”
“Este…no sé si debo…”
“Vamos pase y sáquese ese saco empapado. Con la plancha en un momentito se lo seco.”
“Bueno…gracias, pero la gente del barrio podría murmu…”
“Al diablo con la gente. Acaso me tiene…miedo”
“No miedo no; es que…Rómulo”
“No viene por dos días. Estoy sola”.
Suena un trueno imponente. Sudada y espléndida introduce suavemente la pulsera de cobre en la vagina y se la ofrece a la vida que a pesar de todo no es tan despiadada.
Luis Alberto Gontade Orsini
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