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Capítulo X





Voltaire: Si los pobres empiezan a razonar todo está perdido.

Fuimos a su departamento. Se puso en cuero y empecé a vendarle el pecho.
-Así que te recibiste de montonero.
-No encontraré jamás una imagen tan autentica, y aclarando que no he dicho perfecta, del hombre en su arco, que con sus cimientos de cordones desatados, de zapatos amargos, sube de tendón en tendón, paseándose entre la pierna y bajo la cadera, encontrando su clímax justamente allí, en lo más orgánico de su cuerpo; cayendo luego por su pecho, pasando inadvertido por una cabeza que no piensa, un brazo que no busca la piedra que finalmente alcanza para su otro cimiento. Ágil como un látigo se deshace de sí mismo, de su punto fuerte, casi vulnerable en el aire, lanza su proyectil hacia aquella maquinaria azul, tan azul como la paz del mar, que viene a impartir justicia a patadas, a inculcar paz con brazos rotos y sangrantes. Una avalancha de inconscientes con principios de carne y asfalto destrozan sus cabezas sobre las llantas en llamas, bajo el humo de lágrimas, las balas de goma que te perforan y tambolean tus huesos, contra los escudos plásticos que protegen las caras siempre tan grises, siempre tan tenues, siempre sin sangre. Te rodean a palos y te concentran entre barrotes de acero desvaneciendo las aves corpus y habeas rojas; creen haber ganado en su imponencia de cemento hueco a la espuma que gira entre pibes y san martines.
-Pero esta vez- le dije señalándole la remera en sangre- la jugaste de novato.
-No fracasa el que no lo ha intentado.
-Ah, por las dudas hay que arrojar los dados para ver qué sale.
-Podés cargar los dados.
-No es tan fácil. Hay muchas cuestiones que te trascienden.
-No son las suficientes como para truncar tu libre albedrío.
-Un hijo es cosa seria.
-No sabía que tenías un hijo.
-Los dados dictaminaron que yo sea madre y no hay vuelta de hoja.
-Y ¿cómo se llama el dueño de tu desgracia?
-¿Siempre sos así de pendejo?
-La vejez siempre me pareció mierda. Es increíble como los hombres del tiempo se esfuerzan por sostener las acciones que han arruinado su vida.
-Estás siendo muy injusto.
-Así suelen llamar a los realistas.
-Yo estoy muy bien con Alberto y mi Adriancito.
-Qué tiene que ver el payaso aquél con todo esto.
-No te desubiques con mi marido.
-Encima un hijo de ese ladrillo.
-Nunca dije que fuera de él.
-Haber, ¿y de quién entonces?
-Eso a vos no te incumbe.
-Estás muy a la defensiva.
-Es que me molestan tus palabras purulentas que suenan pero no dicen nada. No podés reducir todo a la causalidad de un sin sentido.
-Todo viento me ha llevado a algún puerto. Por otro lado, vivir encerrado en una familia me huele a chato.
-Soy feliz acá, en mi corazón, con la sonrisa de Adriancito. No necesito de grandes aventuras para creerme alguien.
-Mientras exista la posibilidad, no entiendo porqué cortarse las manos.
-Y yo no entiendo para qué buscar las cosas grandiosas, cuando con la simple belleza nos sobra. A la felicidad no creo que haya que buscarla, uno mismo la debe crear.
-Tu felicidad sirve de bache, la mía no entiende de rutinas. Todo lo nuevo por definición debe ser bueno.
-Eso es estúpido. Eso es pura literatura. Lo auténtico se encuentra en reducido número. Es más fácil encontrar piedras que flores.
-Estoy de acuerdo, pero para conseguir las mejores flores uno debe soportar las peores penurias.
-Ah, ¡que romántico! Lo espectacular contadas veces suele ser auténtico.
-Estás en llamas mi amor, mejor te hago un trago. Aparte aprovecho para alejarme de vos. Me da la impresión de que cada vez ponés más violencia contra el vendaje.
-Sí, mejor, me estás poniendo muy nerviosa y no vamos a llegar a ningún lado.
Un silencio atroz congestionó a los dos embriones del cuarto.
-¿Cuándo aprendiste de tragos? Siempre he sido de madera en la cocina. El Alberto me carga todo el tiempo. -luego de una débil meditación- Podrías ayudarme a conocer los misterios del cocinar.
- La magia de la cocina está en el que no sabe cocinar. Si conociéramos el truco, el ilusionista no tiene nada que ofrecernos. Por eso Dios se da el lujo de tener un poco de misterio entre las entrañas.
-¿Y acaso vos crees en Dios?
-¿Por qué no? Es más fácil que no creer. Me ahorro varios pensamientos estériles. Igual, no soy practicante. Eso me limitaría mucho la cabeza. Soy creyente en la muerte y ateo en la vida.
Un silencio agrio se sostuvo unos contados minutos.
-Me acordé, yo estaba yendo a visitar al Ernesto, en un rato termina la hora de las visitas.
-Ah, ese desquiciado. Será mejor ir lo más borracho posible.
-¿Cómo sabías que estaba desquiciado?
-Le llegó una carta al Zurdo.
-Cuando lo vi en el diario no lo podía creer. ¿Qué pensás?
-Que será mejor ponerse lo más borachos posible.

Ernesto tomaba distancia para poder dilucidar el cuadro con más precisión. Una mano de tierra, a medio enterrar, no podía escaparse del césped que se lo comía de a poco. La sombra del jacarandá más alto del bosque lo tomaba de la punta de los dedos para sacarlo a tierra, mientras una lombriz se enredaba entre sus nudillos para llevarlo bajo las sombras.
Enfermero- Tienen media hora.
María-¡Ernesto!, ¿cómo has estado?
Ernesto-Parece que trajiste blanco al pendejo que por excéntrico se cree poeta.
Quimey-Lo dice el tipo que confunde el arte con la locura. Ha pasado agua bajo el puente.
E-Demasiada.
M-Ernesto, debo admitir que es muy fuerte esta pintura, ¿pero no son demasiadas manos ya?
E-Las pinturas me lo dictan los después pinceles, no mi cabeza, o por lo menos, la conciencia.
Q-Hay mucho de azar en las musas.
E-En los artistas comer mediocres.
Q-No podés negar que el azar tenga mucho que ver con el arte. Uno no puede problematizar o formalizar una melodía, sólo llega.
E-¿Quién dijo que la música es blanco un arte?
Q-Ah, veo porqué te encerraron. Papá, no vas a encontrar un arte más puro que la música. Tiene sus propios parámetros alejado de toda práctica o ética.
E-El hombre es un animal comer visual. Le es tan ajeno el lenguaje de los sonidos después que nunca podría entenderlos. Y si no lo entiende no lo puede blanco concebir. Por usos y costumbres a impuesto algunos parámetros. Pero todos estos son artificios.
M-El arte es la búsqueda de lo estético, de lo bello. No es un teorema. No hay nada que entender. Para eso suficiente la vida.
E-Esa es una concepción del adorno, no del arte. La vida debe lanzarse al arte…
Q-Coincido en parte, pero no por eso debes arrancarte la cabeza. El arte no se justifica en si mismo sino a través de su intervención en la vida de las personas.
E-¿Qué función tiene la cabeza sin comer el arte? No propongo un arte por el arte. Si no la vida por el arte. La vida después no se justifica por sí mismo sino a través del arte.
M-¿Qué me dices del amor?
E-El amor si no es con arte es como blanco tener un buen auto. Vos dejás de ser para perder parte de vos en comer el otro y en tu amor. Eso se justificaría si en última instancia participa en una creación u obra.
Q-Creo María que perdés por varios cuerpos.
M-¿Por qué todos los hombres son tan insensibles?
Q-Por que las mujeres no quieren aceptar que tenemos razón.
E-El Zurdo nos lo ha inculcado desde que íbamos a la primaria.
M-Se creen re picantes, ¿no?
Q-Siempre.
Enfermero-Señores, deben retirarse. Los internos necesitan dormir.
E-Es excelente porque él lo decidió.
M-Te ves cansado.
E-Pero lo suficientemente lúcido para advertirte que no te metas con este pendejo infra-poeta.
Q-Ah. Un amigo.
M-Dejen las testosteronas para las putas de medianoche. Nos vemos Ernesto.
E-Adiós, jóvenes.
Q-Sabés, podés irte bien a cagar.
E-No te preocupes, lo estoy haciendo en este momento.

María y Quimey caminaron por la plaza mayor de Leufü como esquivando sombras en la noche. Eran altas horas de la calle y ambos descargaban todo su cansancio en cada paso sabiendo cual era la próxima fatalidad que los encuentre, justo ahí, en ese abrazo, entre el poste de luz y la parada del colectivo de María. Ella lloraba con vergüenza, odia llorar. Él la contenía con todos sus brazos, suspendiendo el aliento.
-¿Por qué es tan cruel a veces la vida?
-Según quien sea quien lo mira.
-No seas estúpido. ¿Por qué me has olvidado?- logró escupir entre suspiros.
-Le tuve miedo al encierro supongo. Las personas prefieren ser antes paredes que ventanas.
-Eres el menos indicado para hablar de miedos.
-Todos guardamos nuestros propios fantasmas. No soporto tener la vida de una persona en mis manos.
-Y te escondés en tus aventuras para evitar recordarme.
-Yo te recuerdo cada día, desde aquella estúpida nota. Era joven, no entendía.
Quimey aumentó el tamaño del rostro de María mientras ésta se le acercaba cada vez más a los ojos. Ella hacía el esfuerzo por escapar, él intentaba mantenerla bajo su sombra. María vio llegar su salvación en colectivo. Se libró de las tenazas no dejándole más tiempo a Quimey que el justo para posar la llave de su departamento en la campera. Se dio cuenta al instante de la barbaridad que había hecho: Era la única llave que tenía, y para cumplir su función; María no lo debía perder; tendría que decidirse su encuentro; él debería estar dentro del departamento, teniendo que obviar la posibilidad de entrar por la puerta.
El colectivo empezó a marchar y Quimey comenzó su carrera. María, arriba del bondi pensaba en las palabras de Ernesto y cuando se percató que la estaban siguiendo, no pudo contener el llanto. Aunque él le gritase toda la vida que le tire la llave, ella no podía soportar la emoción de ser amada tanto como para correr un colectivo. Debía ser fuerte y resistir.
El aire de los pulmones de Quimey se agotó rápidamente. Un perro a gran velocidad pasó a su lado ladrándole al neumático. Frenó entonces sin poder resistir la risa que le causaba su inmundo estado físico. El colectivo por fin dobló por la esquina, y el perro sin poder parar la marcha cabeceo el guiño de la parte derecha del vehículo. Tamboleó un poco la cabeza para restablecer el equilibrio y volvió en dirección a Quimey, que estaba sorprendido al ver al estúpido siberiano de ojos verdes. Fue en aquel momento que al parecer le vino el segundo aire. Esta vez corrió en dirección contraria, sintiendo los cuatro pasos del maldito perro que lo seguía de atrás.
Cuando se cansó, bastante vergonzoso para un ex guerrillero; se vio rodeado de cascotes, neumáticos incendiados ya apagados, manchas de sangre en el suelo. Otra vez esa puto che róga opyta. Se sentó en la vereda y viendo al estúpido animal prendió el cigarro y le tiró el fósforo encendido, que el perro esquivó. Le pareció divertido y le tiró uno por uno los fósforos ardientes hasta que vio una rama bastante grande y seca como para prenderla fuego y perseguir al perro que eligió huir.
Como se quedó sin lumbre ni perro, no había mucho que hacer y emprendió camino a casa. Saltó la reja; se pasó al patio del edificio. Subiendo en una verjita de las rosas de Marta alcanzó el balcón del primer piso. Pasó al balcón del B y se hizo percha contra el suelo al errarle el salto al balcón del C.
Pensando en las malditas matemáticas se levantó y apiló unos tachos que había cerca para subirse directamente al balcón del C. Cuando saltó nuevamente para llegar al segundo piso, se le cayó el zapato de goma que le quedaba, derribando el primer tacho que tiró al segundo y al tercero. El relinche fue tal que Marta salió de su cuarto dispuesta a denunciar a cualquiera. Quimey estuvo a punto de llevarse todos los números pero apareció el siberiano para salvarle las papas, haciéndose el que rondaba por ahí y recibiendo un par de chancletazos por parte de la vecina.
Con lo último que me quedaba de aliento llego al tercero C, me paso al D, y haciendo sangrar la diestra, parto el vidrio en un par de trompadas. Entro al departamento y le doy a la risa llana y tendida, sintiendo como de a poco se me entumecían las costillas heridas en la tarde. Tocaron la puerta, Quimey escondió la hemorragia en un almohadón del sofá-cama para abrirla sin sospechas. Era Marta preguntando qué era todo ese escándalo. Él le respondió que estaba viendo una película de Chaplin que le hacía mucha gracia.
-¿Con qué televisor si usted no tiene?
-Tuve hasta recién. Lo que pasa es que me dio calor, vio doña, y la ventana estaba tan lejos que decidí tirar el televisor para que se rompiera el vidrio y entrara aire fresco.
-¿Cuándo vas a dejar de jorobarme vos?
-Y, en un par de semana, cuando el diámetro de la protuberancia de su espalda llegue con posibilidades mundialista.
-Ay, estos jóvenes.
Cerró la puerta.
-Ay, estas viejas.

Oscar Wilde: El trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer.

Era una catarata que moría en caída libre a un pozo oscuro semi-estrepitoso que hacía dormir las sirenas de autos eléctricos mientras el colibrí de la esquina parloteaba sinceras blasfemias interrogantes de teorías inmundas de un tal Alberto que sobrevivía solo en su cañaveral caverna de espurias blancas y amarillas sobornado por años de delincuencia consecuentes con transversal movilidad absurdas que carcomía el oído con ese terrorífico

riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnngggggggggggggg

La luz de las persianas entra para mutilar el radio de mis pupilas, que aun no se dignaban a reconocer la realidad circundante.

splash

Muere por fin el vidrioso sonido bajo un brazo inútil e irracional.
Los pantalones abrazan mis piernas; mi espalda es emboscada por la camisa pálida; mi cuello ha engrosado mi voz y recibió la pena capital, ser decapitado por la corbata gris a las seis y media de la madrugada; mis zapatos impiden que toque el suelo y mis medias impiden que toque mis zapatos: la realidad ha tomado una distancia deseable; el saco encierra la foto en blanco y negro.
A pesar de que mi estomago esté en otra, María me sirve tres pares de tostadas y se pone a cebar mate. El orificio que permite la corbata en mi garganta se obstruye de una masa entre quemada, amorfa y con mermelada, molida a dentazos limpios y ácidos salivales. Detrás de la puerta está esa masa quemada, amorfa y con mermelada que solemos llamar destino. Tengo que abrir la perilla, pero mi corazón se marchita para evitarlo. Pienso que soy el que toma las decisiones aquí. Huyo. Corro hacia el auto. Lo encuentro deshabitado, vacío de contenido y esencia. Esto sucede cuando me encuentro a pasos del vehículo. Al entrar al rodado, me convierto en dueño y señor de la sensibilidad de mi vehículo. Es mi auto, es parte de mi, y yo soy su esencia, yo soy el ser del auto, el que lo hace auto y no mesa o siberiano de ojos verdes. Sube por atrás el Adrián, María me saluda desde el retrovisor. Se arranca el auto, arrancamos, avanzó, sentado donde estoy me recorren las calle. Se deslizan bajo mis ruedas.

La ardilla saltarina sobre maderos construyendo ocasos para un sol invernal de otoño durmiente en cimientos sin nacimiento y durmientes sin morir bajo los rieles de un tren fantasma corrompido por la asamblea redonda con seis de vértices peruanos de apellido para avisarme con total sinceridad de las penumbras que el retumbe de voces óseas perforan mis oídos con palabras extravagantes
-Papáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
-Sí, estoy despierto, estoy despierto.
La calle sigue ahí mismo donde la dejé. Justo en frente de mí. Entre las veredas de ambas esquinas. A un par de cuadras antes del colegio.
Freno en la entrada, Adrián baja por la puerta derecha, o lo intenta, porque la muy perra renuncia a abrirse. María dice que tengo que cambiar el auto. Prueba del otro lado, que más bondadosa se deja abrir. Ésta da a la calle y un auto en carrera contra nadie casi se morfa la aleta lateral de mi coche.
Veo a mi hijo frente a mis ojos despedazarse en mil pedacitos de carnes tiernas lo veo con sus cuentas de matemática jugando en el parque lo veo el primer día de clases lo veo en sus primeros pasos dejándose poner un pañal putrefacto y descartable saliendo del vientre de María sin ser más que un punto blanquecino de Quimey sin ser más que nada dejo de ver…
Todo esto ocurre frente a mis ojos. Por suerte el enano tiene los reflejos más aptos para la supervivencia que los de sus tres padres. Abre una vez más la puerta y por fin pasa a la calle sin perjuicios en su contra.
-Chauuuuuu papá.
-Nos vemos Adriancito.
El embriague se deja acariciar, y un leve puntapié en el acelerador pone el motor en marcha. Yo no sería el mismo. No sería padre, ni proyecto de abuelo. Pasaría a ser remordimiento por no haber mofado al destino, para anticiparlo…
Entonces es cuando me sincero de mis ilusiones de esencias y propiedades. Yo no soy el auto. El auto soy yo. El auto me conduce a mí. Las cosas me conducen entre ellas. Jugando. Tirándome una a la otra. Mierda. Si ni siquiera soy padre ni proyecto de abuelo. Mi amor estúpido y rastrero jugó conmigo y me hizo responsable de un bastardo. Es una hermosura y un tesoro que guardo en lo más hondo de mi ser, o mi no ser. Pero no me pertenece. No es parte de mí. Es como los mates de María, la empresa de mi padre, el hijo de Quimey…

La plaza sufre la agonía de los talones de dos zapatos izquierdos pateándolos engullen la primavera que reposas sobre sus rosas azules y hambrientas por el polen de los loros del Caribe veraniego duermiendo reposados en mis calcetines que avanzan indescifrablemente por el camino de ladrillos un farol al final del camino farol hermoso voy hacia el farol el farol no Alberto no vayas al farol al farol no mejor dobla por Corrientes corrientes frías de invierno placenteros sobre el sillón frente la fogata de la seguridad banal y etérea pero antes del sillón trabaja veintisiete horas diarias frente a la máquina de escribir eléctrica escribe escribe del canillita y sus mil maravillas no vayas a la luz del farol del extremo del túnel no vayas a la luz escucha siempre las voces óseas
-Señor, abra por favor los ojos, soy el doctor Difunto. Acaba de tener un accidente, pero por suerte se ha salvado de milagro. Parece que alguien lo quiere aun de este lado. Por favor, abra los ojos.
-No doctor, hoy me toca elegir a mí.

piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii



negro

El farol mese en paraíso mientras la nubes rosadas del oeste comen tranquila los pesticidas de granjeros enfurecidos por la escarcha de Homero rastrero como pocos en esta época donde la furia de un comensal hace del robusto hombre de las nieves prepararse en esta vida de metales preciosos y trofeos invisibles apto para reconquistar su futuro y transformarse por fin en una lombriz libre

Capitulo X

Nietzsche: Toda convicción es una cárcel.

La plaza central de la isla a los empujones entorpeciendo el paso por la coca y el pancho, entorpeciendo el paso de los trapos de diferentes movimientos, silenciados por el grito de esperanza del Zurdo en el balcón.
-El partido me ha ordenado estar aquí, frente a ustedes, y a repetirles que no somos sordos ni ciegos. Leemos los diarios y las radios imperialistas que los quieren comprar con palabras como democracia, libertad, justicia, paz, derecho. Y también sabemos, y les comunico, que estas palabras no son más que eso, palabras-panfletos, ya que si se fijan en su interior no encontrarán nada.
“La democracia, sea unipartidista o no, es un sueño liberal que tiene al individuo poeta-burgués como ente giratorio. Pero no tiene en cuenta las fuerzas de choque, sean anarquistas, pobres, revoluciones…. Se quedó en tiempos pre-Marx, se quitó de encima el concepto de luchas de clases porque le jodía la chomba, por eso está en decadencia, es vieja y huele a podrido y humedad. A cambio nosotros, nos fundamos en ese conflicto mostrando un proyecto superador, basándonos en la consciencia y no en el hado.
“Marx era la vanguardia de su tiempo, sus conclusiones eran tan adaptables como el capitalismo en los griegos o el feudalismo en las cavernas. Por eso han caído rusos y guevaristas. Sin embargo estamos en tiempos de hombres nuevos. No será el caos de los esclavos marxistas quienes se subleven, sino la fuerza de la moral voluptuosa y la ética racional.
“El hombre siempre ha basado su ética en cuestiones de intereses, sean monetarias, pasionales. Esto provocó varias contradicciones teóricas que nos han llevado del catolicismo ingenuo al fascismo menos humanitario, dando la mano con la diestra y robando con la zurda. Por ende, el hombre nuevo debe aprender a salirse de sí mismo, mirarse desde fuera. Qué mejor forma de hacerlo que con educación y una ética fundamentada.
“La autogestión comunista se logrará el día en que todo el pueblo esté educado y feliz. ¿Por qué nos venden la libertad si no lo podemos utilizar más que para una felicidad etérea y si sentido, mientras miles de nuestros hermanos mueren frente a nuestros ojos? A ello yo no le podría llamar libertad.
“La sociedad se mide por su ética y la ética por la educación de la sociedad. ¿Acaso el derecho ajeno se resume en propiedades y seguridades de muros electrificados? El derecho ajeno, más bien, está en las escuelas, en la igualdad de prosperidad, en la felicidad de todos, y no en una elite que se revuelca como cerdos en sus joyas inútiles.
“El pueblo se subleva porque estos cerdos, si me permiten la ofensa, nos ahorcan vendiendo la mierda que consumimos como seda. Pero el hombre nueno es el hombre feliz, y el anarquismo actual de las instituciones se debe principalmente a la insatisfacción tanto material como espiritual de la mayoría de las partes. El pueblo hoy se subleva por hambre de paz verdadera, hambre de verdad, hambre de justicias sin familiares ni favores ni ñoquis. El pueblo hoy, en esta plaza, grita victoria, porque, como antes a la naturaleza, el hombre nuevo subleva al hombre -débil y con intereses de bolsillo- con su voluntad de patria y su razón de justicia.
“Es consciente el partido en plenitud que el hombre nuevo no surge de las masas sino en las escuelas públicas, ¿y porqué pública dirán?, porque el saber no es verdad en sí misma, sino más bien conciencia de unión y proyección del nosotros por fuera de la alienación de burdas tradiciones y guiños liberales. Por eso damos nuestro corazón al prometer que la democracia volverá el día en que el pueblo sea sabio, erudito, culto, tanto en ciencias como en cívica ciudadana, y la palabra hombre nuevo se vuelva telarañas en la habitación de una nueva palabra: Pueblo nuevo.
“¿Y enseñaremos acaso autonomías del hombre racional encerrado en sus oficinas de primer mundo? Jamás. Mi libertad empieza y no termina en la libertad del otro. Nos han llenado la cabeza en ver al otro como mi pared, pero cada uno de ustedes es inalcanzable para mi conciencia atrancada y tuerta. Mi libertad se extiende en vuestras palabras, no en la última verdad; mis brazos son extensiones de sus brazos, porque para qué me sirve mi hielera de libertad si no puedo escapar de mi propia nariz. El pueblo es mi onda expansiva que traslada mi liberación a cada una de sus casas abiertas a la emancipación y no encerradas y ensimismadas en seguridades burguesas. Porque como ya todos aquí sabemos, el hombre no es el lobo del hombre, sino más bien, el hombre es siempre puente entre los hombres y la libertad de los hombres.
“Y sin dar vueltas teóricas y divagaciones filosóficas, grito con ustedes justicia, pido cabeza en la justicia y corazón en la lucha. Nada vale la pena si no se intenta que funcione. Por eso les pido que griten conmigo, porque mi grito no es verdadero ni nada si no lo gritan conmigo. No especulemos en cafés sórdidos, sino preguntemos dónde está la lucha y marchemos eternamente hacia ella sin más piernas que las más firmes, que son las de esta patria bien amada y en la búsqueda del ¡pueblo nuevo!
Gracias.

Erase un canario revoloteando. Un día, casi sin juicio, buscaba un olivo en el cual apoyarse por lo que le queda de eternidad. La brisa cantaba entre sus alas abiertas, respiraba su libertad amplia y a la expectativa. El pueblo solía dormir a esas horas del día, y ésta no era ninguna excepción. La presión atmosférica disminuía, indirectamente proporcional a la altura alcanzada. Se decía en esos tiempos que el viento dirigía las vicisitudes del caso. El olivo más alto la esperaba, junto a la felicidad perpetua. Hasta que despertó.
Seis y veinte. Lo va a ir a levantar al Adrián. Sabe que en diez minutos se despierta el Alberto. Lo mira, le acaricia un cabello, mientras sonríe. Se seca una lágrima escurridiza. Va al cuarto de su hijo. Lo viste mientras le canta sus obras de arte preferidas.
Va a la cocina cuando escucha el despertador sonar y silenciar. Se pone a tostar unas rodajas de pan. Llega primero el pequeño hombre exigiendo su café con leche. Ella le sirve. Después aparece el Alberto bostezando, aunque pensativo. Le alcanza las tostadas ya hechas y empieza, como cualquier día, a cebarle mate.
Le acomoda lentamente las vestiduras al Adrián, y disimulando, ve de refilón a su marido que no se decide a abrir la puerta. Se ve confundida cuando este finalmente se decide y sale como corriendo al auto. Lleva del brazo a su hijo, le da un beso en cada mejilla, y le cierra la puerta. Por atrás del auto saluda con la mano, sabiendo que el Alberto la ve desde el retrovisor.
Cuando ya no quedan vestigios de su familia, mete la mano dentro de la campera y encara para adentro. Siente algo irregular o lizo, frío, seguramente de bronce. Lo saca para observarlo mejor. Es una llave. Piensa detenidamente cómo pudo haber terminado en ese rincón del mundo. Cuando ata todos los cabos, cerró de un portazo su casa. Intenta sostener su llanto y sale corriendo, sin saber exactamente la razón.

Vicente-La democracia es moda.

Insomnio de noches, insomnio sin sueños, sin fe, sin descanso. La mano y el pecho me parten la cabeza en su incisivo dolor. Y la puta alma que se hace la loca cantando presente.
Soledad de noche, soledad sin vos, soledad sin nosotros, soledad sin compartir. Despierto sin haber dormido jamás, para ver el cuarto a oscuras. En terribles tinieblas y sin esperanza.
Estaría dispuesto -para callar mi cabeza- a romper un florero para que venga Marta a putearme un rato. No lo tengo al Zurdo que me cuente sus ronquidos. Rafael seguramente apenado se queda callado en su fétido rincón.
Mis sueños duermen, pero olvidaron llevarme, dejándome solo, entre los hilos de penumbra que apenas si rocían luz en algunas esquinas sin nadie que las disfrute. Soy un fantasma rodando alrededor de la araña del techo. Sin ti estoy triste, triste y melancólico; nostálgico. Estoy poeta y artista, huérfano bastardo, vacío y desahuciado.
Uno acostumbrado a los dolores, los prefiere físico. Putea un rato y zafa. Le echa la culpa a tal o cual circunstancia y no se deja intervenir.
Y ocurrió lo que debía ocurrir. Sabía que pasaría, pero no lo esperaba. Lo atraía con mi mente al cerrojo de la puerta sellada que se abre.
Lo mágico de las puertas es que se abren de los dos lados. Si yo me amotino y le pongo el sillón cama, la llave nada puede hacer. Es lo bello de esto. Aunque el punto culmine, el climax del movimiento no pertenece a mi conciencia ni a la de ella. La luz entra en los dos lados en simultáneo. El placer de pedirlo sin recordarlo. Esa luz independiente, que no necesita ni de mí ni de ella. Soy el sujeto que actúa sobre el objeto, pero él tiene la última palabra.
La luz coloca en la cara de María siluetas blancas que bailan mientras ella decide entrarse en este, mi lado de la puerta. Ella también viene de su propio cuarto oscuro. Ambos sabíamos que el otro dormía en penumbras, y que en un sitio intra-portal, dentro de la misma madera blanquísima que nos separaba, se encontraba la estaca de plata que clavaremos en el corazón de nuestras guaridas; plata que refracta todo lo que esté a su alcance.
Decidida ya del todo, y con menos preámbulo del que esperaba, termina de entrar del todo. Quedamos de nuevo los dos solos y en la más absoluta de las oscuridades, pero esta vez no nos importó.


blanco

Texto agregado el 07-01-2010, y leído por 117 visitantes. (0 votos)


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