En un mañana de primavera, mientras caminaba hacia la escuela. Mi mente se encontraba Embebida en pensamientos incongruentes. Cuando, al cruzar con la vista, vi a la más hermosa criatura que jamás hubiera visto. Sus rizos castaños, bailaban a la brisa matinal. La tenue luz del amanecer, enmarcaba su figura elevando su belleza, a altura nunca alcanzadas por diosa inmortal.

Con la gracia que le proporciona su figura juvenil. Cruzo la calle hacia mi encuentro. Me hallaba perdido en su imagen, insensible a toda sensación, que no fuera la que ella me proporcionaba. La mire acercarse. Un suave céfiro me traía su dulce aroma ¡Mi corazón latía en un frenesí salvaje a cada paso que daba! Sin poder evitarlo baje la mirada.

Sin darme cuenta como, mi diosa, se encontraba a mi lado. ¡Tenia que hablarle! Necesitaba saber quien era, conocer su nombre. Levante la vista. En aquel momento vi su rostro con claridad, iluminado por una sonrisa, que lleno de felicidad mi espíritu perturbado. El tiempo se detuvo, en un instante eterno. El torbellino de sensaciones, dio paso a una profunda serenidad. No había más confusión. Por fin comprendía. En mi mente y corazón sólo existía ella.

Un auto se estacionó frente a nosotros. Embelesado como estaba la vi subirse al auto y marcharse. Antes que pudiera decir una palabra.

¡De pronto el hechizo se rompió! Todo a mí alrededor recupero su movimiento. El estruendo ensordecedor de un camión al pasar delante de mi término por sacarme de mi estupor. El mundo real, por fin me alcanzo.

Mire a mí alrededor buscándola. Recordé el automóvil al que subió. Busque en la lejanía. Pero no pude encontrarlo. Sentí como una sombra de reproche ensombreció mi ser. Un pensamiento –No pude decirle nada- como un susurro, broto del fondo de mi alma. Una lágrima de arrepentimiento corrió por mi mejilla.

Abatido, continué mi camino. Con la terrible oscuridad de la incertidumbre envolviendo mi ser. Pero aun desde el fondo de esos abismos. Sentí como una luz de esperanza infundía poco a poco nueva vida a mi espíritu amputado.

La luz de una promesa. Un juramento que consolida el camino define mi destino.

La volveré a ver. No importa cuánto tarde. La encontrare de nuevo y entonces, podré escuchar su voz.

Ella me conocerá y yo la conoceré, y, si el destino así lo quiere.

No nos volveremos a separar.