La recta interminable provoca un hipnotismo que adormece sus sentidos. Conduce completamente solo por la autopista, bajo la luz de una preciosa luna llena. Por un momento, sus ojos se cierran.
De repente, todo le da vueltas. Cuando se detiene, siente una opresión asfixiante en el pecho, y le cuesta reconocer el sonido que oye como el de unas ruedas que giran en el aire.
Mientras se le va la vida, ruega con desesperación: ‘Por favor, Dios mío, ten piedad, dame otra oportunidad. No puedo abandonar a mi mujer y mis hijos ahora. Si no lo haces por mí, al menos hazlo por ellos…’
Al instante un bache en la carretera le devuelve a la realidad. Debe haberse dormido unos segundos, ya que sigue en la misma recta interminable de antes. Inmensamente aliviado, lo interpreta como una señal de Dios, por lo que tomando el primer desvío hacia un área de descanso, decide continuar el viaje al día siguiente.
No ve cruzar al perro hasta que lo tiene delante. Instintivamente, pega un volantazo para esquivarlo.
De repente, todo le da vueltas. Cuando se detiene, siente una opresión asfixiante en el pecho, y le cuesta reconocer el sonido que oye como el de unas ruedas que giran en el aire…
(Mi agradecimiento a Cromática por sus sabios consejos a la hora de redactar este cuento)
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