Guerra es guerra, aquí y donde sea. H. estaba decidido a luchar por su familia y los suyos. Contaba con harto equipo y mucha, mucha determinación. La verdad es que H. estaba preparado para morir aquella noche, al igual que K., B., Q., P. y los demás chicos de la estación. Todo estaba en orden. Incluso el día había sido tranquilo. La noche estaba despejada y corría una brisa que limpiaba la niebla portuaria de medianoche. H. fumaba su último cigarrillo de la cajetilla, lo disfrutaba tanto como si realmente fuera el último de su vida. Sonó su teléfono, era Q.
- H., ¿estás seguro de lo que haces? - preguntó el muchacho con voz de duda - Estamos preocupados, no creo que sea una buena idea entregarte de esta forma.
- Shh - dijo H., incluyendo la mueca de dedo delante de la boca, pidiendo silencio como si alguien lo estuviese viendo - Calla, Q., el teléfono esta intervenido, lo único que quiero decirte es que te cuides y hagas lo que te pedí hace un rato en casa de mi hermana. Nada más que eso.
- Será difícil, pero lo intentaré.
El teléfono perdió señal y H. supo que era el momento de actuar. Sacó su revólver y no discriminó nada. Miró su reloj y comenzó a narrar en su cabeza cada cosa que hacía, como si fuese una historia que jamás acabaría. Sintió el primer portazo, miró por sobre el cañón del arma y al ver una sombra tras la puerta de su habitación, no dudó en disparar. 1, 2, 3, se dijo a sí mismo. Abrió la puerta y un cuerpo estaba en el piso, nadie conocido: un "viejo" menos. A pesar del balazo, el tipo seguía con vida y H. lo sabía. Un golpe seco con el revólver lo dejó inconsciente, moriría desangrado.
B. en el cuartel preparaba el vehículo para salir junto con Q. en búsqueda de K., era de seguro necesario un doctor en las líneas. Cuando todo estuvo listo lo único que le faltaba a B. era P. Marcó al ojo en un mapa mental la ubicación de la casa de H. y pensó cómo llegar allá sin malgastar tiempo ni bencina, ambos necesarios en esta noche. Aceleró a penas Q. abrochó su cinturón y por primera vez, se parecía a H. en actitud y acción, prendía un cigarro y encendía la radio para comunicarse con los chicos del cuartel. El Volvo avanzó 50 metros en línea recta para doblar hacia la izquierda a más de 100 kilómetros por hora en la siguiente esquina. Tenían menos de 12 minutos para atravezar la ciudad entera pasar por K. y devolverse por H.
H. bajó lentamente las escaleras sin oir nada más que su respiración y sus latidos. Estaba adrenalínico. No disparaba hace ya unos días, pero parecían años para sus ya cincuentonas manos. Una sombra pasó fuera de su casa y logró percibirla antes de que se le perdiera de vista. Sus sentidos estaban agudizados gracias al estado en el que se encontraba. Se agachó y trato de salir punticodo por el living, se acercó a la puerta y logró identificar otro ruido extraño. Abrió la puerta de golpe y antes de que el tipo que tenía a su derecha pudiera levantar su pistola H. ya le había metido 2 perdigones, uno cerca del pecho y otro en el abdomen. "Dos menos", se dijo en la mente y salió cauteloso de su casa.
P. por su parte trataba de mover a las masas neutrales. Más de algún mercenario tendría que haber entre medio. Las artimañas utilizadas eran comunes, lo difícil era confiar en estos personajes. Muchos podrían seguir teniendo enlaces peligrosos, y cualquier cabo suelto podría determinar en un posible "soplo" para cualquiera de los bandos. Pero siempre estaba por delante el dinero y la protección. P. sabía con qué pagar y cómo protegerlos. El dinero que robó después de su vuelta a la estación junto con los Nightstalkers fue la mejor idea que pudo habérsele pasado por la mente. Ella tenía el punto a favor del comienzo de la guerra.
Mientras tanto K. esperaba en su departamento, nervioso, encojido y algo ansioso. Esperaba problemas en cualquier momento, y fue justamente antes de que B. y Q. llegaran, se presentaron. Los sucesos fueron de esta forma: un bombazo en la esquina, una ventana rota en la pieza contigua y una granada rodando por el pasillo. K. nunca supo lo que fue realmente lo que lo dejó sordo por unos momentos. Pero lo que sí supo al rato después es que 3 viejos habían caído muertos a manos de B. y Q. 4 minutos más tarde. K estaba a salvo. 3 en el automóvil, faltaba el principal.
H. se disponía a lograr conseguirse un cigarrillo, cuando vio a lo lejos acercase una camioneta con intensiones de atropellarlo a pesar de ir caminando por la acera. Se ubicó tras la banca que siempre utilizaba en las tardes libres y se resignó a disparar hasta el cansancio. Atacó lo que normalmente un policía atacaría. Las ruedas. Dos tipos bajaron de la camioneta antes de que quedara detenida a menos de 4 metros de distancia entre la banca y el móvil. H. se preocupó un poco, pero jamás tuvo miedo. Restaban 3 minutos de los 12 que había calculado B. para llegar a la casa de H. y no hubo menor inconveniente que un Volvo negro con un cuerpo bajo la carrocería. Q. estaba algo desconcertado. "Tres" se dijo H. al momento en que disparaba la última bala del cargador al segundo desconocido nockeado por el golpe del auto. "Cuatro" dijo al momento en que se cercioró de que el que estaba bajo el Volvo, compartía la dicha con el baleado.
- ¿Cuántos, B.? - preguntó H. abriendo la guantera desde el asiento trasero izquierdo.
- Súmale 3 a la cuenta, amigo. - dijo B. pasándole un cigarrillo desde su bolsillo.
- Siete es número de buena suerte, acelera, B. - prendía el cigarrillo después de recargar el revólver - Ah, disculpen, ¿qué tal Q? ¿qué tal K.?
La dirección era clara. El puerto. |