A Roger, desconocido,
y a Loco Vícotor, con gratitud.
La música que llevo
será mi compañera.
(Bebe, Y punto)
¿Qué canción estás
a punto de tararear?
(Nena Daconte, Retales de carnaval)
Delante del estrado la ola de gente se arremolinó hasta ahogarlo, pero en cambio él rasgó los primeros acordes que inundaron la sala pintando las paredes a música. Afuera volaban pájaros y la luz perpetua del día desapareció en un instante. Entonces quizás comenzó a llover, las ondas sonoras electrizaron los miembros de los que estaban ahí con las manos alzadas, mientras caían estrellas entre retazos de nubes grises. Cuando el cantante comenzó con Astronauta (¿o era en realidad Little Prince?) la masa se agazapó por las orillas de la tarima hasta corear y levantar las manos eufóricos. En el centro del gentío se había acumulado ya un terrón de estrellas, entre los fragmentos fosforescentes salía una mano: era una mano rugosa, cualquiera, ennegrecida con las uñas lastimadas.
… O más bien el corcho de una botella de verde intolerable.
-O un vaso…
Tenían los materiales, menos el vaso. Fue el guitarrista quien intentó encender la licuadora pero el otro lo impidió. Buscaron por toda la casa un vaso de cristal azul y fue Roger quien lo encontró en la coladera del baño. El guitarrista pensó que sería bueno también una flor amarilla pero el otro inquirió que ya no era necesario, que con la capa del principito tenían mucho.
-Acuérdate que el chiquillo salió de su planeta para entender a su flor y saber amarla. Basta con el retazo de capa azul que tenemos de él.
Fueron al desván para seguir buscando cualquier objeto que pudiera servirles para algo. Regresaron a la cocina con la botella verde intolerable, veneno quizás, quien sabe. Ahora que ya tenían todo se dieron cuenta que faltaba lo más importante. Los tres se miraron fijamente, con desconfianza, intentando escoger quien de los otros tenía importante tarea. No era tan difícil: alguien tenía que mutilarse el brazo o si no, la cabeza a tajo.
(…)
…O tal vez la capa azul del “principito”,
La voz estrelló su fuerza contra el viento, las luces difundieron sus hebras por el suelo colándose por los poros de los cuerpos sudados, cuerpos confeccionados de una misma piel. En el escenario se distinguía un temblar de tablas, como si debajo las aspas de una licuadora trituraran las astillas provocando el tambaleo de los clavos. En el fondo de la noche- porque era ya noche y la luna no salió ni las estrellas pendieron sus cuerpos porque todas estaban caídas- apareció la nave. Allá el cielo estaba siendo agujereado, negro hueco donde podía colarse cualquier viento estival, por el movimiento vertiginoso de este objeto de luz y metal.
(***)
…O un cuchillo cortavenas,
Y podía ser también que no fuera luz. Podía ser que alguien caminaba en círculos por el cielo raso, dando vueltas, podía ser que el cielo se desangrara en una herida imperceptible, chorreando oro fundido. Y podía ser también que aquella cosa no fuera metal, tal vez una moneda lanzada al azar, dando vueltas; o el resplandor de un faro construido en lo alto del cerro para dirigir – no a tientas- los barcos formados por nubes invisibles. Podía ser cualquier otro objeto, el caso era que la gente seguía eufórica y encima el estrado ellos cantando.
…O quizás era la tapa plástica de un carrito de juguete (un carrito que él recordaba y perdió en algún rincón de la casa)
La navaja fue lanzada dentro del vaso para licuar. Podía verse en el filo el desgaste al tratar de atravesar un hueso duro. Después aventaron la mano, aún con costras de sangre, y tal vez fue el guitarrista quien pidió un pedazo de periódico para tirarlo al fondo y sirviera de pasta. El de la batería preguntó si era él quien debía quitarse el cerebro, los otros intentaron sonreír pero quedaron a medias. Afuera daba vueltas un sol de hielo, a punto de derretirse.
…una pipa sin rastros de una ceniza lejana,
Un pajarillo voló hasta el alféizar de la ventana, se rascó la cabecita y levantó el piquito. Indeciso cantó una estrofilla mañanera, entonces, sin perder tiempo, el vocalista corrió con el vaso para atrapar un último gorjeo, a través de la ventana el tiempo estaba congelado y el azul del cielo era intolerable, se agazapó del marco para atrapar el sonido. Y entonces…
“…one Little prince será mejor no demorar porque el camino es largo…” coreaba la multitud. Al fondo ya no caían estrellas, pero los cuerpos del conjunto parecían volar sobre las tablas que seguían con sus crujir de clavos y astillas. Si alguien se hubiera atrevido a contar las manos alzadas del público podría haberse encontrado con un mar de extremidades idénticas, porque desde el escenario hubiera sido difícil distinguir en realidad a quienes pertenecían, porque la gente estaba agazapada y temblaba, casi, idéntica, azul como el mar. Roger fue el primero en darse cuenta. El vocalista, atareado en no olvidar la letra apenas supo del agujero donde se colaba el vientecillo estival.
El de la batería fingió no ver, sin embargo la sorpresa le cayó como gotas de témpano al darse cuenta que las miradas y las manos, ahí enfrente, comenzaban a deshacerse. La voz comenzaba ascender distorsionada, frágil, descompuesta: “…my Little boy”… (¿O en realidad era Astronauta?).
…cerebro, televisión, o un vaso.
Antes de girar el botón los tres todavía seguían pasmados, esperando la valentía de los otros. El triángulo de silencio que se habían planeado prevaleció un instante, después fue Roger quien lo rompió, se fue al cuarto de arriba sin decir una palabra.
Los dos quedaron frente a frente, intentando encontrar la verdad exacta. Uno intentó excluirse: “Yo fui quien encontró la mano”, la mano, como si eso fuera gran cosa, como si con eso hubiera comprado un cielo. El otro ya no dijo nada, “para qué” pensó, clavó sus ojos en el duro suelo de azulejos que sangraba. En el vano de la puerta la silueta de Roger regresó con un objeto pesado en los brazos.
-Yo sacrifico mi tele- dijo. Y comenzó, intentando, meterlo en el vaso para licuar. Los ojos- eran del vocalista acaso- perdieron su brillantez, un gris ilimitado se extendió por todo la casa. El suelo parecía que sangraba.
Y entonces…fue como si el cielo comenzara a quebrarse y los vidrios azules que caían dentro de sus ojos le hacían llorar de una manera inadmisible. Cerró los ojos, quizás por eso destanteó su cuerpo y perdió el equilibrio, el pajarillo alzó el vuelo. Y él quedó con la cara al cielo, sosteniendo firme un vaso, donde se aguardaba leve una pluma.
-No es para tanto…
El vocalista alzó la mirada, no temerosa, pero sí sorprendida. (O era en realidad el de la batería). El caso fue que alguno de ellos obtuvo la mano de alguna parte. Roger pidió papel y lápiz.
-¿Qué harás entonces?- preguntó intrigado el de la batería.
Un silencio se atoró en la garganta del otro. Roger esperó. Con la letra torpe garabateó una sola palabra, sin decir nada, ni decir qué palabra escrita, aventó el papel cuadriculado al vaso. Los otros lo miraron, (tal vez Antípoda, remarcado con el carbón de la punta del lápiz amarillo) y el pareció sonreír.
-No era necesario mutilarse…
La música siguió pintando las paredes, siguió tronando en la superficie y la gente con las manos alzadas, casi deformes, como hechas de agua. Público de manos que gritaba mientras cantaba, voz distorsionada y descompuesta. Aquí algarabía de mar, allá el viento estival, colándose.
Alguien giró el botón. Entonces las cosas comenzaron a dar vueltas mientras se trituraban, eran como las cuatro y los rayos naranjas atravesaban parte de la ciudad enmudecida. Se sentaron a escuchar atentamente y del ruido devastador de las cuchillas salieron las primeras letras y los primeros acordes para hacer música.
Al terminar de tocar la última pieza se sintieron confundidos. Sólo desconectaron lo que pudieron y se llevaron lo que sus manos pudieron permitirles, estaban seguros de que al amanecer podían volver por las demás cosas. Ya no había gente, antes de marcharse definitivamente vieron por última vez la muchedumbre descansando, a lo lejos el horizonte tornábase de un color incierto. Ya no llovía. El sol, claro, evaporaría los vestigios de esta gente hecha mar: un mar que se agazapaba entre las tablas, y su euforia eran olas reventadas, cantos de gaviotas de arena y sal.
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