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EL BOSQUE EMIGRADO

En perfecta armonía desde el principio de los tiempos, convivieron las tribus humanas con el resto de los habitantes del Amazonas. El hombre respetaba el entorno, y a cambio el entorno le proporcionaba todo lo necesario para la subsistencia. Era perfecto. Pero esto cambió en el momento en que entró en escena, el inmenso poder consumidor del hombre
“civilizado”.
Primero, los caucheros destruyeron grandes extensiones de bosques centenarios, haciendo caminos sin control, y arrancando la corteza de los árboles, sin darles tiempo a recuperarse de las heridas causadas por esta actividad, matando al mismo tiempo a muchos indígenas, por la transmisión de enfermedades para las que no tenían defensas. Más tarde llegaron los madereros y las grandes compañías de petróleo. Estos eran mucho más agresivos que los anteriores. Esquilmaron grandes extensiones de bosque y asesinaron y esclavizaron a otros muchos indios.
Los Pacahuara, -una de las tribus que habitan el Amazonas- cada vez tenían más penas. Siempre creyeron que los árboles escuchaban sus penas, y de esa manera minimizaban sus consecuencias, pero cuantos más árboles talaban el hombre blanco, más aumentaban sus penas, y menos árboles había para escucharlas. También creen, que el mundo de los muertos Pacahuara, convive con el espíritu de cada árbol derribado.
Un gran incendio provocado por los invasores petroleros, sorprendió a todos. Los Pacahuara y todos los animales corrieron a refugiarse en el interior de la selva, ladeando el río Acre. Para escapar del fuego tuvieron que cruzar un bosque de cedros y maras, que al ver la espantada, preguntaron que ocurría. Al conocer la terrible noticia, convocaron una asamblea para tomar una decisión. Tendrían que emigrar, o sucumbir al fuego. La decisión fue firme. Emigrar. Pero… ¿adonde? No podían retroceder; se meterían directamente en el fuego. Tampoco podían avanzar, no había sitio para todos en la espesa selva. Sólo les quedaba una alternativa. Tirarse al río Acre, y dejarse llevar a donde la corriente fuera.
Los árboles más viejos, se negaron a huir. Toda su vida estaba allí. Estaban cansados por el paso de los años, y sabían que no podrían superar el éxodo.
Muy tristes los cedros y maras, comenzaron a arrancar sus raíces de la tierra que hasta ahora los había alimentado, y se echaron al río. Flotando río abajo, huían del fuego, y se alejaban de las penas de los Pacahuara. Allí comenzaba la gran aventura, que los llevaría a quién sabe que lejanas tierras desconocidas. Pasarían penurias y pérdidas irreparables durante la travesía, y la impaciencia se apoderaría de ellos. Se encontraron con todo tipo de situaciones.
Pronto comenzarían los problemas para el bosque emigrado. Nada más llegar al lugar donde el río Acre se une a la gran masa madre, que es el río Amazonas, se vio sorprendido por los Ugha Mongulada. Estaban reconstruyendo su poblado, destruido días antes por una gran tormenta, y necesitaban madera para la reconstrucción. Allí dejaron sus esperanzas y sus vidas muchos de los árboles del bosque flotante.
No había lugar para lamentaciones, ni tiempo que perder, y sabían que aún les quedaba mucho tiempo y distancia que recorrer. Siguieron río abajo como si no hubiera pasado nada.
Pasaron los días, y algunos de ellos comenzaron a sentirse mal, enfermaron por sus raíces. Los más débiles no superaban el hecho de tener sumergidas su raíces continuamente en el agua. Así que, se fueron acercando a la orilla del río, sabiendo que su muerte no sería en vano. Servirían de refugio a muchos animales, y de alimento a otros. Era el ciclo de la vida.
Durante la travesía, se cruzaron con numerosos barcos. Unos de turistas, otros de indígenas con alguna actividad, como la pesca o el transporte de mercancías. Pero aunque a todos los ocupantes de aquellos barcos, les llamó la atención la presencia de tantos árboles flotando, nadie hizo nada por acosarlos, y siguieron su marcha como si nada. Todos menos uno. Un gran barco de vapor. Al percatarse, no vio simplemente árboles, sino, combustible para su motor. Y además gratuito. Así que el capitán rápidamente dio orden a la tripulación de subir a bordo, toda la madera que se pudiera almacenar en la bodega. Y así lo hicieron. Estuvieron trabajando en esa labor, hasta llenar la bodega del gran barco. No solo serviría aquel material para combustible, sino que el sobrante lo venderían en alguna serrería. Aquél había supuesto en gran golpe de suerte para el capitán.
Días más tarde, los supervivientes llegaron al mar. Los miembros del bosque emigrado, se quedaron sorprendidos por la inmensidad del océano Atlántico. Nunca hubieran sospechado, que existiera una masa tan inmensa de agua, como la que tenían ante ellos. Además de sorprendidos, estaban asustados. ¿Que se encontrarían más allá del horizonte? ¿Habría algo?
Poco a poco, se fueron adentrando en el océano, y las corrientes marinas los llevaron hacia el norte. Después de muchos días, llegaron al mar caribe, donde tuvieron que sortear muchos peligros. Alguno de ellos,-un huracán- le costó la vida a bastantes de sus miembros, al ser lanzados contra las rocosas islas de aquel embravecido mar. Después de la tremenda tempestad, se fueron reagrupando para proseguir el camino hacia su desconocido e incierto destino. Antes de partir, se unieron a ellos, unos animales pequeños, alargados, y trasparentes; que llevaban la misma dirección que ellos. Según les contaron aquellos cristalinos animales, las corrientes marinas los llevarían sin remedio a las costas de Europa. Aquellos animales eran las pequeñas angulas, que después de nacer en el mar de los Sargazos, harían el gran viaje de sus vidas, con destino a los ríos europeos, donde crecerían y vivirían durante diez años. Tras los cuales volverían al lugar de origen para reproducirse y morir.
Durante la larga travesía, fueron muriendo algunos árboles debido a la salinidad del agua, al tiempo que muchas de las angulas acabaron en el intestino de otros tantos peces. No obstante, el viaje tenía que continuar hacia su destino. Destino que al menos ya conocían. –Europa-
Fueron pasando los días, y la desesperación iba en aumento. Nada hacía presagiar la existencia de tierra por ninguna parte, y muchos de los miembros del desanimado bosque, empezaron a mostrar síntomas de rendición. Pero por fortuna para ellos, sus pequeños compañeros de viaje, les animaron asegurándoles la existencia de la tierra prometida.
Inesperadamente, las corrientes los llevó por una ruta poco apropiada para las condiciones climáticas a las que estaban acostumbrados. Llegaron casi al polo norte. El frío era tan intenso, que creyeron morir todos en aquellas latitudes tan extremas. En una ocasión se tropezaron con un iceberg y algunas placas de hielo, en las que moraban unos animales muy extraños para ellos. Se trataba de focas, que lo mismo se deslizaban por el hielo jugando con sus crías, que se zambullían en las heladas aguas, en busca de los peces con los que alimentar tanto a sus pequeños como a ella mismas.
Con el paso de los días, las aguas iban calentándose. Comenzaba el deseado descenso hacia climas más cálidos. El cansancio hacía mella cada vez más rigurosa en la expedición. No soportarían por mucho más tiempo aquella situación. Pero todo cambió repentinamente.
Una mañana, al amanecer, se encontraron frente a una isla. A escasa distancia de donde desesperaban; gigantesca y majestuosa flotaba entra las olas esa gran masa de tierra, que sería la salvadora heroína del bosque.
La isla, muy generosa, al verlos en aquel estado tan deplorable, les ofreció cobijo y la tierra donde clavar sus raíces, y tomar el alimento necesario para reponer fuerzas. Sus diminutos compañeros de viaje, continuaron a partir de ese momento sin ellos. No podían perder tiempo en paradas, retrasando así el cometido que la naturaleza les había asignado. Distribuirse por los ríos Europeos, ascender por ellos, y vivir y crecer hasta que la llamada de la naturaleza, -algunos años más tarde- las obligara a volver al lugar de partida, para reproducirse y morir en el mar de los Sargazos.
El bosque en pleno, se adentró en la isla y uno tras otro fueron sus miembros formando la silueta del nuevo horizonte de la isla, y rompiendo el anterior paisaje.-con menos vida y color que el que surgía-.
Pasaban los días, y poco a poco se acercaba el momento de reanudar la marcha. Algunos de los cedros y maras empezaban a cuestionarse la necesidad de abandonar la isla y retomar el camino hacia lo desconocido.
El transcurrir del tiempo y la vida apacible que allí llevaban, fue modificando el impulso aventurero de muchos miembros del grupo. El clima era bastante agradable, la humedad apropiada, y la tierra rica en todos los minerales y sustancias necesarias para la vida de cualquier árbol.
Llegado el momento, comenzaron a arrancar sus raíces de la tierra todos los que habían decidido retomar el camino, y se echaron al mar en busca de las costas europeas. En el trayecto, se encontraron con los simpáticos delfines, que les acompañaron gran parte del camino; haciendo mil piruetas y saltando por encima de ellos, amenizando las veladas que se mantuvieron juntos.
Después de mucho tiempo, por fin llegaron a las costas de Europa. Era el momento de recordar todas las penurias sufridas, y a los amigos que se quedaron en al camino. Alegres por el que parecía el fin del viaje, comenzaron a salir del agua y cruzar la playa en la que habían varado. Pronto, la alegría inicial, se transformó en desencanto. Tras las dunas, encontraron una gran extensión de tierra desierta y árida, carente de toda vida, y en apariencia imposible para la subsistencia. Ellos no lo sabían, pero estaban en África. Tenían que decidir antes de adentrarse tierra adentro, si seguir, o retroceder y comenzar de nuevo con la complicidad de las corrientes marinas, y confiar en ellas. Después de las pertinentes deliberaciones, decidieron echarse de nuevo a la mar.
Al día siguiente de la partida, se encontraron con una extraña embarcación. Se trataba de un barco bastante pequeño, y de un material desconocido para ellos; Estaba hinchado de aire, con una base de madera. Además parecía poco inteligente, el hecho de haber tal cantidad de personas apiladas en su interior. Estaban expuestos a naufragar, y perecer todos. Se trataba de una patera que pretendía llegar a las costas Canarias, en busca de un futuro. Futuro muy similar al que les esperaba a ellos. Eran muchas las similitudes entre las dos expediciones.
Las corrientes los fueron arrastrando hacia el oeste, para después corregir el rumbo, y seguir hacia el norte, y más tarde terminar en la misma isla, donde meses antes habían dejado a muchos de sus compañeros, y se habían separado de los diminutos y transparentes animales.
El reencuentro de los miembros del bosque con sus antiguos compañeros, hizo que muchos de ellos, decidieran quedarse en la isla, y abandonar el proyecto inicial. Estaban muy cansados, y aquel lugar les parecía ahora un buen sitio donde rehacer sus vidas. Cuanto más se alargaba en el tiempo la partida, menos árboles se animaban para reemprenderla.
Con el paso de algunas semanas de indecisiones, por fin los más osados, se echaron al mar en busca de la tierra prometida. Sería el último intento, y por fin el definitivo y exitoso. Llegaron a las costas europeas, en concreto a las andaluzas. Una vez allí, y después de un largo descanso, se fueron adentrando en los campos que serían su nuevo hogar, pensando en un futuro plácido y sin sobresaltos. Nada más lejos de la realidad. Pronto descubrirían los nuevos y desconocidos riesgo, a los que tendrían que hacer frente. Al poco de su llegada, algunos de los árboles cayeron enfermos. No entendían el motivo, pero al fin una conversación que escucharon por casualidad, de boda de un grupo de hombres, les sacó de dudas. Se trataba de la polución. El humo de aquellas chimeneas que se veían en el horizonte, era el causante de la neblina ácida que quemaba sus hojas, y los hacía enfermar. Era muy triste pensar que una tierra tan rica para ellos, y para el resto de sus habitantes; tanto hombres, como animales y plantas, se hiciera nociva por el egoísmo de unos pocos. Comprendieron entonces los motivos de los hombres que quemaron sus tierras. El petróleo que extraían de las entrañas de la selva, terminaba refinado por aquellas enormes plantas químicas. Todo estaba relacionado. Comprendieron, que no habría un lugar en el mundo, donde se sintieran totalmente a salvo de los depredadores. Los humanos. La tierra prometida era un sueño que se desvaneció. Haciendo inútil los esfuerzos y las pérdidas ocasionadas por la infame travesía.


FIN





José Luis Fernández Mateos
Fines 25-05-09









Texto agregado el 06-01-2010, y leído por 239 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-01-2010 Es un cuento bien redactado en el que resalta la preocupación por el medio ambiente y las especies, pero el éxodo acuático de los árboles se hace muy largo y no se aprovechan las posibilidades dramáticas de lo que podría ser una noche cualquiera en mar abierto, con las olas encabritadas y el cielo resquebrajándose en relámpagos y demás. Saludos. Gatocteles
 
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