Detrás de su pupitre, inclinado hacia su amigo, un poco dormido todavía, le contó su último sueño lleno de esperanzas y como si fuese la primera vez que soñaba algo. Su cara se abstraía y revoloteaba en el sueño. Él generalmente prestaba atención durante las lecciones de los sacerdotes de la escuela, pero en este momento se encontró a sí mismo pensando en lo agradable de su sueño, y en que hermosa sensación le provocaba ser el único dueño de su última noche. Pero este goce se desvaneció con el almuerzo y no lo volvió a visitar durante toda el resto del día.
Esa noche luego de acostarse ya sin recordar su sueño, no tardó tanto como siempre en dormirse. El ajetreo del día lo había agotado y bastaron unos pocos respiros para que dejase de parpadear. Al abrir sus ojos lo que encontró fue una habitación diferente, pero no tanto, sólo más como él la desearía pero con algunas cosas de las suyas mezcladas entre otras que no puede tener como las fotos de la gente que quiere. También encontró una madre que lo fue a despertar, lo cual encontró muy raro y bello a la vez ya que su madre había muerto con su nacimiento. Comenzó su día haciendo las cosas como las hacía en su casa pero con una sonrisa en su cara que no se podría borrar con nada. Con la sensación de irrealidad inconsciente que tienen los sueños se cepillaba los dientes y no paraba de mirarse extrañado a los ojos, que no parecían los de siempre. Cuando ya estaba preparado para enfrentar su día a pesar de no saber qué era su día, su padre le tocó la espalda y volvió a abrir los ojos como si estuvieran cerrados para encontrar su vida. Bastó sólo una breve mirada y reconoció su vida. Lamentó haber sido despertado, pero pronto se olvidaría de su sueño.
El día en la escuela fue rutinario y su jueves fue otro más. Las horas fueron pasando y con ellas la escuela, el taller de manualidades al que su padre lo obligó a inscribirse, y luego la clase de gimnasia de todos los jueves. Un día nublado más en su pobre ciudad y otro sol que se le escapa a la vida. Sin nada que hacer y exhausto de sus quehaceres, tras tomar un relajante baño y comer sin su padre que estaría con seguridad en la taberna, se durmió sobre la frazada de su pequeña cama sin quitarse la ropa, con lágrimas en sus ojos.
Despertó pero no abrió los ojos instantáneamente sino que hizo un esfuerzo para estar soñando nuevamente, y cuando ya no pudo aguantar más vio su madre pero esta vez con su padre al lado orgullosos y felices y sintió nacer su sonrisa nuevamente. Todo ocurrió al igual que la noche anterior y nuevamente se tuvo que acabar del mismo modo. Se despertó incómodo sobre su cama, vestido y sin ganas de nada pero con la obligación de ir a la escuela donde lo esperaba su vida. Al irse vio a su padre acostado en el sillón con los restos de su borrachera y se rió de lo distinto que era en su sueño. Notó que algo estaba creciendo en algún lugar de su cuerpo.
Al llegar a la escuela se sentó en su pupitre sólo, ya que su compañero de banco y único amigo no estaba presente. Las clases no le interesaban ya más, pensaba en otras cosas. Al terminar la clase decidió pasar por la casa de su amigo que quedaba camino a su casa. Cuando la madre abrió la puerta tras demorar demasiado, hizo un enorme esfuerzo para no llorar y sin decir nada sólo abrazó al pequeño niño que aguardaba ansioso en la puerta. El niño sintió como la mujer delgada por los años, se desmoronaba en silencio sobre su cabeza y aguantó la respiración como nunca lo había hecho. En silencio ambos entraron en la casa de la mano y se paralizaron ante un niño que yacía totalmente pálido en una pobre cama de hierro oxidado ya. Una cara llena de resignación e impotencia miró hacia abajo, unos ojos totalmente cubiertos de agua sólo atinaron a correr hacia su casa sin parar a mirar la calle ni la bicicleta que tanto desearon en el negocio de la esquina. En su cama llorando solo el niño se durmió sin saber cuando lo hizo. Solo y con la tristeza que conlleva saberse solo. Saber que esas lágrimas son anónimas lo inundaban más en su charco.
Abrió los ojos y no vio las lágrimas recién vertidas en su mirada sino que se encontró a sí mismo relajado y, sin tanta sorpresa, junto a su cama su madre y su padre que lo observaban y le decían que se apure a levantarse que lo habían pasado a buscar para ir a la escuela. Cuando salió a la calle vio a su amigo, esperándolo en la vereda de enfrente. Su cara era la de siempre pero daba ganas de abrazarla pero cuando cruzó apresurado se despertó envuelto en sus lágrimas. Sobre su espalda su mochila le pesaba demasiado; tanto como el sol al cielo. Seguro de nada y con su vida hundiéndose como el sol, se desvistió y volvió a dormirse, anhelando soñar.
Nuevamente una madre, un padre, un amigo y una sonrisa. En el camino a la escuela visitaba las flores de todos los jardines, saludaba los alegres perros que nos observan mientras caminan fijos hacia ningún lado. La armonía de la vida era casi tensa. Al llegar a la escuela no se entristecía como de costumbre sino que sus ganas de entrar lo hacían acelerar su paso. Esta vez en la entrada de la escuela lo esperaba su tragedia, y al cruzarla lo despertó.
Sus días pasaron unos tras otros entre tragedias y cosas cotidianas, pero con una esperanza ahora, la alegría de acercarse a su sueño. Ese sueño diario que cada vez se hizo más largo y con su duración aumentó la sonrisa en su cara.
Ahora ya no sabe cuando pasó por primera vez, pero su vida no llora más en los rincones y su sonrisa es una cara, todas sus tragedias se han cambiado las ropas, cada sombra se hizo luz y ya no traga lágrimas de dolor. Sólo algunas noches, al irse a dormir, sueña con una vida sin madre, sin amigos y sin esperanza. Pero sabe que despertará.
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