Luego de cinco años partió de San Lucas de las Iguanas el abuelo Micaelo con todo y el burro y el carretón en el que viviera cerca del río “Salpullido”.

Varios niños contaban que lo habían descubierto a las faldas del cerro de los tepozanes haciendo un hoyo donde enterró a su guajolote “Venancio”; y algunos labriegos aseguraban haber descubierto el traqueteo del carretón mientras cruzaba los linderos de los jicotillos, rumbo a San Pedro del Niñito.

Terminaba así una historia absurda que iniciara años atrás, cuando el abuelo Micaelo irrumpiera en San Lucas bajo la advocación del Payaso Albondigón, acompañado de su esposa “Cascabeles” y su hija “Chicharita” con todo y guajolote “Roque”, el padre de “Venancio”.

Por aquellos días Micaelo ya tenía tiempo de llevar una vida nómada en la que involucrara a su familia, presentando un espectáculo rudimentario coronado con el recorrido de Chicharita entre la gente con su guajolote esponjado y un sombrero en el que caían las monedas a cuentagotas.

Sin embargo Micaelo se mantendría una semana más en San Lucas a causa de una infección estomacal, de manera que durante aquellos días fatídicos su esposa Eufrosina y su hija Enriqueta deambularían quitadas de la pena por las calles adoquinadas del sitio, ya desprovistas de sus atuendos de colores y el maquillaje que ocultaba sus rasgos agraciados.

Lo que pasó después quedaría fijo en el anecdotario de San Lucas cual marca de hierro ígneo en la grupa de una res: el enamoramiento de Eufrosina y el dueño de la Miscelánea “Florecita”, y la trabazón de los corazones de Enriqueta y el sobrino del párroco.

De modo que el supuesto día en que Micaelo debería partir con su circo a otra parte se encontró con la sorpresa de que tanto Eufrosina como Enriqueta se habían escapado con sus respectivos pretendientes hacia cualquiera de los pueblos aledaños, donde ya nadie supo más de ellos.

Cuentan que al día siguiente de confirmar los hechos, Micaelo se embriagó con su guajolote Roque y se mantuvo así hasta el inicio de la Semana Santa, cuando el padre Anselmo fue a redimir su alma sumida en las tinieblas de la desesperación.

Pasó entonces que Micaelo perdió el interés por seguir con su vida de payaso y al poco tiempo se enquistó junto al río Salpullido con temple de ermitaño, con Roque y meses después un pollo "Venancio" al que le enseñaría desde chiquito los mismos trucos que al progenitor ya petateado.

Se dice que muchas personas acudían con Micaelo para aprender trucos de prestidigitación que pagaban con itacates de comida y pulque o mezcal, y que al paso de los años el viejo se convirtió en la atracción de unos visitantes de los otros pueblos que muchas veces se asombraban de escuchar sobre un payaso ebrio que incordiaba los montes en noches de luna llena.

Pero con la muerte de Venancio se rompería el último resorte que retenía a Micaelo en aquel sitio donde “sus viejas” lo abandonaran como si fuera un perro pulgoso; de manera que una vez enterrado su guajolote, el anciano retornó a su carretón y ató por última vez los arneses a su burro, alejándose por una vereda en la que arrojó sus pelucas de colores, las narices como higos, los zapatotes raídos y por último la impedimenta variopinta de sus últimos días de payaso.