El violinista Mijail Goldstein
jamás imagino tocar
entre hierros retorcidos
escombros
tanques destruidos
huesos de caballos
descarnados
cadáveres congelados
partes humanas aquí y allá
la tierra hundida por los obuses
nieve blanca rojiza
siempre la sangre en algún lado
tiñéndola.
La Navidad de 1942
en Stalingrado.
Goldstein
tocaría su violín
para los combatientes
del 62ª Ejercito.
Ese día,
solo ese día,
los disparos cesaron.
Los soldados alemanes,
que poco antes habían colgado
al zapatero remendón
del VI Ejercito alemán
Sacha Filipov,
de 15 años,
por espía ruso
(su madre inmóvil frente
a los pies del pequeño
Sacha colgado de un farol,
Jamás imagino
Ese final para su niño),
pidieron desde sus trincheras
en un ruso rustico
“toca a Bach,
por favor”
y Goldstein toco Gavette,
y ese día,
solo ese día,
era la paz un recreo.
No lejos de allí
el teniente alemán Hans Oettl
comía un gulash
con abundante carne de perro
celebrando el Año nuevo,
jamás imagino que aquello
seria un manjar.
La rubia Tania Chernova
educada en Moscú,
jamás imagino,
que se desnudaría
con dulzura
frente
al pastor Vasili Zaitsev
(que jamás se imagino
tocar
a una rubia como Tania)
un francotirador
por el cual
los alemanes
sacrificaron
al aristocrático
Mayor König
(que jamás imagino
su final
con una bala entre los ojos
de manos de un
campesino de las estepas).
Y en ese instante,
solo en ese instante,
Tania y Vasili,
tenían paz.
Y el general Chuicov,
defensor de Stalingrado,
(que jamás se imagino,
estar cerca de la victoria)
bebía vodka con sus camaradas
para celebrar el fin del sitio y la
pronta derrota alemana,
mientras el general Yeremenko
lloraba amargamente
porque le birlaban
descaradamente la victoria de sus manos
al haber sido desplazado
del mando del 62º Ejercito,
jamás se hubiera imaginado
terrible golpe por parte de Stalin
(¡que ingenuo!).
Y el general von Paulus
(quien imaginaba la victoria en navidad
y ahora presentía la derrota),
esperaba el socorro
del Vº Ejercito Panzer
del “papá” Hoth,
se quejaba
porque Hitler
había condenado a su Ejercito
a la destrucción
por un capricho,
y los Panzers se quedaban
atascados en la nieve
entre el vuelo de los cuervos
y el fuego de los T 34
porque las ratas
comían los cables internos
de la tenebrosa maquina
orgullo
de la blitzkrieg
(ratas de la estepa
jamás imaginaron
el sabor
de la técnica
alemana).
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