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Estaban todos ese día en la Iglesia del pueblo. Nadie podía faltar. Una multitud exuberante agolpada por doquier. Ni las guaguas se salvaron ese día de acudir a la reunión de urgencia que un feligrés había organizado a las afueras de dicha Iglesia. Todos insistían en que el cura del pueblo debía salir a atender al joven feligrés que aseguraba haber hablado con Cristo en sus sueños.
El joven era un tipo común y silvestre. No había llegado a estudiar más allá de dos años en el colegio para ponerse a trabajar como todos en el pueblo. Su nombre era Pablo, y producto de su visión, ya era conocido como San Pablo entre la muchedumbre. En tan sólo treinta minutos desde que había llegado a aquel lugar, los hombres y mujeres se peleaban por acercarse a hablar con él para que les contara su experiencia con la divinidad. Él decía que el mensaje de Cristo no fue muy claro, pero que presentía que algo importante pasaría en estos días.
La gente llamó con prisa al cura del pueblo. Don Ignacio era un religioso muy sabio y alegre. Acostumbraba a conversar con toda la gente del pueblo cuando ésta tenía problemas. Siempre acudía a los llamados de urgencia, producto de enfermedades, exorcismos y tantas otras cosas que en aquel pueblo sucedían. Pero esto si que le extrañaba. El curita había tenido que lidiar con alucinaciones de los feligreses toda su vida, pero esta vez algo era distinto para él. El joven no se veía muy convencido de lo ocurrido, pero aún así insistía en su experiencia religiosa y en que algo extraordinario ocurriría muy pronto. Don Ignacio intentaba calmar a Pablo y a todos los seguidores de éste para que no se hicieran falsas ilusiones, decía. Pero de nada sirvieron sus múltiples advertencias. La muchedumbre se abalanzaba sobre Pablo y Don Ignacio para que hablaran algo y así poder calmar la angustia y el desasosiego.
De pronto todos callaron de improviso. El cielo se nubló y los árboles comenzaron a moverse producto del fuerte viento. La gente extasiada comenzó a mirar a los cielos en busca de alguna señal. Pablo y Don Ignacio, contemplaban el pasmo de toda la gente. Hasta que del cielo apareció una luz deslumbrante que a todo el pueblo segó. Los feligreses que pudieron cubrirse de la fuerte luz intentaron hablar con Dios, pero impactados se dieron cuenta que Dios no sabía hablar. No podía hilar palabra alguna. Los habitantes se preguntaban, desvariando, si Dios nunca fue perfecto, si todo era un engaño…o la perfección enmudeció tanto ser nombrada en vano.

Texto agregado el 05-01-2010, y leído por 179 visitantes. (0 votos)


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